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jueves, 19 de noviembre de 2009

Ossobuco; Billy Collins


I love the sound of the bone against the plate
and the fortress-like look of it
lying before me in a moat of risotto,
the meat soft as the leg of an angel
who has lived a purely airborne existence.
And best of all, the secret marrow,
the invaded privacy of the animal
prized out with a knife and swallowed down
with cold, exhilarating wine.

I am swaying now in the hour after dinner,
a citizen tilted back on his chair,
a creature with a full stomach —
something you don’t hear much about in poetry,
that sanctuary of hunger and deprivation.
You know: the driving rain, the boots by the door,
small birds searching for berries in winter.

But tonight, the lion of contentment
has placed a warm, heavy paw on my chest,
and I can only close my eyes and listen
to the drums of woe throbbing in the distance
and the sound of my wife’s laughter
on the telephone in the next room,
the woman who cooked the savory Ossobuco,
who pointed to show the butcher the ones she wanted.
She who talks to her faraway friend
while I linger here at the table
with a hot, companionable cup of tea,
feeling like one of the friendly natives,
a reliable guide, maybe even the chief’s favorite son.

Somewhere, a man is crawling up a rock hillside
on bleeding knees and palms, an Irish penitent
carrying the stone of the world in his stomach;
and elsewhere people of all nations stare
at one another across a long, empty table.

But here, the candles give off their warm glow,
the same light that Shakespeare and Izaak Walton wrote by,
the light that lit and shadowed the faces of history.
Only now it plays on the blue plates,
the crumpled napkins, the crossed knife and fork.

In a while, one of us will go up to bed
and the other one will follow.
Then we will slip below the surface of the night
into miles of water, drifting down and down
to the dark, soundless bottom
until the weight of dreams pulls us lower still,
below the shale and layered rock,
beneath the strata of hunger and pleasure,
into the broken bones of the earth itself,
into the marrow of the only place we know.


The art of drowning (1995)

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Me encanta el sonido del hueso contra el plato
y el aspecto de fortín que tiene,
dispuesto ante mí en un foso de risotto,
la carne suave como la pierna de un ángel
que ha vivido una existencia puramente aérea.
Y lo mejor de todo, el tuétano secreto,
la privacidad invadida del animal
capturada con un cuchillo y tragada
con un vino frío y excitante.

Me estoy balanceando en la hora después de la cena,
un ciudadano recostado en su silla,
una criatura con el estómago lleno―
algo que no se oye mucho en poesía,
ese santuario de hambre y carencias.
Ya sabes: la lluvia mientras conduces, las botas en la puerta,
pequeños pájaros buscando bayas en invierno.

Pero esta noche, el león de la felicidad
ha posado su zarpa pesada y caliente en mi pecho,
y sólo puedo cerrar mis ojos y escuchar
los tambores de desgracias tronando en la distancia
y el sonido de la risa de mi mujer
al teléfono en la habitación de al lado,
la mujer que cocinó el sabroso ossobuco,
quién señaló al carnicero aquello que quería.
Ella que habla a su amiga lejana
mientras dejo pasar el tiempo aquí en la mesa
con una taza de un té amigo y caliente,
sintiéndome como uno de esos nativos amables,
un guía de confianza, quizás incluso el hijo favorito del jefe.

En algún sitio, un hombre está reptando por una colina rocosa
con las rodillas y palmas sangrientas, un penitente irlandés
que lleva la piedra del mundo en su estómago;
y en otro sitio personas de todas las naciones se observan
unos a otros a través de una mesa larga y vacía.

Pero aquí, las velas ofrecen su cálido brillo,
la misma luz con la que escribieron Shakespeare e Isaac Walton,
la luz que iluminó y oscureció las caras de la historia.
Sólo que ahora juega sobre los platos azules,
las servilletas arrugadas, el cuchillo y el tenedor cruzados.

En un momento, uno de nosotros se irá a la cama
y el otro seguirá.
Entonces nos deslizaremos bajo la superficie de la noche
bajo kilómetros de agua, dejándonos arrastrar abajo y abajo
hacia el oscuro y silencioso fondo
hasta que el peso de los sueños nos empuje más abajo todavía,
bajo las rocas frágiles y sedimentadas,
por debajo del estrato de hambre y placer,
hasta los rotos huesos de la propia tierra,
hasta el tuétano del único lugar que conocemos.


Traducción de Julio Mas Alcaraz

martes, 17 de noviembre de 2009

La reflexión y el juego...



La reflexión no excluye el juego y el hombre
que juega es ya un hombre que conoce.

RAMÓN XIRAU


Epígrafe utilizado en Plagio. Juegos [1968-1969]
Plagios, Ulalume González de León
Pág. 20. FCE, 2001

domingo, 15 de noviembre de 2009

Llagas, flores caducas 2; Rubén Bonifaz Nuño


Nadie llamó. Silencio. Abrí la puerta
y estabas tú. Recuerdo: te cercaba,
ya desde entonces, una luz que daba
al alma el centro de una dicha incierta.

Y te vi, te nombré, y en la desierta
desolación del tiempo que pasaba
te alzaste para siempre. Todo acaba;
dura sólo tu imagen descubierta.

Estás lejos, relumbras en tu risa
pensando no sé en qué; lejos, ausente,
y gozo y paz y voz y luz repartes.

Pero tu imagen brilla en la sumisa
sombra de la memoria; está presente
conmigo, sola y siempre. En todas partes

Los pasos; Konstantino Kavafis


Sobre una cama de ébano, adornada
con águilas de coral, duerme profundamente
Nerón — inconsciente, tranquilo y feliz;
floreciendo en la salud de su carne
y en el hermoso ardor de su juventud.
Pero en la estancia de alabastro que cierra
el antiguo templo de los Enobarbos
cuán inquietos están sus Lares.
Tiemblan todos aquellos pequeños dioses
y se esfuerzan por ocultar sus insignificantes cuerpos.
Porque han escuchado un sonido terrible,
un sonido de muerte subiendo la escalera;
pasos de hierro que hacen temblar los peldaños.
Y asustados los miserables Lares
se esconden en los rincones del templo,
uno sobre otro cayendo y tropezando,
un diosecillo sobre otro,
porque saben ya qué imagen es la de ese ruido,
han reconocido el paso de las Erinias.





(La primera versión de este poema se tituló EL PASO DE LA EUMÉNIDES —según Malanos—. Parece segura la fuente del temor y precipitación de los Lares, en Suetonio, cuando en «NERÓN» afirma: exornati Lares in ipso sacrificii apparatu copnciderunt. También hay referencias similares en un poema sobre el mismo tema de Paparrigopulos)



Konstantino Kavafis; Poesías completas
poesía Hiperión
Vigésima edición, 2007
Pág. 25
Traducción y notas de José María Álvarez

sábado, 14 de noviembre de 2009

Hay que leer o no leer; Oscar Wilde


Los libros pueden ser muy cómodamente divididos en tres clases:

1a. Los libros que hay que leer, como las Cartas, de Cicerón; Suetonio; las Vidas de los pintores, de Vasari; la Autobiografía de Benvenuto Cellini; sir John Mandeville, Marco Polo, las Memorias de Saint-Simon, Mommsen y (hasta que tengamos otra mejor) la Historia de Grecia, por Grote.

2a. Los libros que hay que releer, como Platón y Keats en la esfera de la poesía, los maestros y no los artesanos en la esfera de la filosofía, los videntes y no los "sabios".

3a. Los libros que no hay que leer nunca, como las Estaciones, de Thomson; todos los Santos Padres, excepto San Agustín; todo John Stuart Mill, excepto el Ensayo sobre la libertad; todo el teatro de Voltaire, sin excepción alguna; la Inglaterra, de Hume; todos los libros de argumentación y todos aquellos en que se intenta probar algo.

La tercera clase es, con mucho, la más importante. Decir a la gente lo que debe leer es generalmente inútil o perjudicial, porque la apreciación de la literatura es cuestión de temperamento y no de enseñanza.

No existe ningún manual del aprendiz de Parnaso, y nada de lo que se puede aprender por medio de la enseñanza vale la pena aprenderse.

Pero decir a la gente lo que no debe leer es cosa muy distinta, y me atrevo a recomendar este tema a la Comisión del proyecto de ampliación universitaria.

Realmente, es una de las necesidades que se dejan sentir, sobre todo en este siglo en que vivimos, en un siglo en que se lee tanto, que ya no tiene uno tiempo de admirar, y en que se escribe tanto, que ya no tiene uno tiempo de pensar.

Quien escoja en el caos de nuestros modernos programas los Cien peores libros y publique la lista de ellos, hará un verdadero y eterno favor a las generaciones futuras.



Oscar Wilde. Obras completas
Ed. Aguilar. México, 1991
Págs. 1124-5
14 de noviembre de 2009

viernes, 6 de noviembre de 2009

The Lobster Quadrille; Lewis Carroll


“Will you walk a little faster?” said a whiting to a snail,
“There’s a porpoise close behind us, and he’s treading on my tail.
See how eagerly the lobsters and the turtles all advance!
They are waiting on the shingle—will you come and join the dance?
Will you, won’t you, will you, won’t you, will you join the dance?
Will you, won’t you, will you, won’t you, won’t you join the dance?

“You can really have no notion how delightful it will be
When they take us up and throw us, with the lobsters, out to sea!"
But the snail replied, “Too far, too far!” and gave a look askance—
Said he thanked the whiting kindly, but he would not join the dance.
Would not, could not, would not, could not, would not join the dance.
Would not, could not, would not, could not, could not join the dance.

“What matters it how far we go?” his scaly friend replied.
“There is another shore, you know, upon the other side.
The further off from England the nearer is to France—
Then turn not pale, beloved snail, but come and join the dance.
Will you, won’t you, will you, won’t you, will you join the dance?
Will you, won’t you, will you, won’t you, won’t you join the dance?”



From Alice's Adventures in Wonderland. Chapter 10
By Lewis Carroll