domingo, 30 de marzo de 2008

De Jesús y Orfeo, Adriano y Nietzsche y el amar al prójimo como a uno mismo...


Por aquel entonces Cuadrato, obispo de los cristianos, me envió una apología de su fe. […] Me cuesta creer que Cuadrato confiara en convertirme en cristiano; sea como fuese, se obstinó en probarme la excelencia de su doctrina, y sobre todo su inocuidad para el Estado. Leí su obra; mi curiosidad llegó al punto de pedir a Flegón que reuniera noticias sobre la vida del profeta Jesús, fundador de la secta, que murió víctima de la intolerancia judía hace unos cien años. Aquel joven sabio parece haber dejado preceptos muy parecidos a los de Orfeo, con quien suelen compararlo sus discípulos. A través de la monocorde prosa de Cuadrato, no dejaba de saborear el encanto enternecedor de esas virtudes de gente sencilla, su dulzura, su ingenuidad, la forma en que se aman los unos a los otros; todo eso se parecía a las hermandades que los esclavos o los pobres fundan por doquiera para honrar a nuestros dioses en los barrios populosos de las ciudades. En el seno de un mundo que, pese a todos nuestros esfuerzos, sigue mostrándose duro e indiferente a las penas y a las esperanzas de los hombres, esas pequeñas sociedades de ayuda mutua ofrecen a los desventurados un punto de apoyo y una confortación. Pero no dejaba por ello de advertir ciertos peligros. La glorificación de las virtudes de los niños y los esclavos se cumplía a expensas de cualidades más viriles y más lúcidas, bajo esa inocencia recatada y desvaída adivinaba la feroz intransigencia del sectario a formas de vida y de pensamientos que no son las suyas, el insolente orgullo que lo mueve a preferirse al resto de los hombres y su visión voluntariamente deformada. No tardé en cansarme de los argumentos capciosos de Cuadrato y de esos retazos de filosofía torpemente extraídos de nuestros sabios. Chabrias siempre preocupado por el culto que debe ofrecerse a los dioses, se inquietaba ante los progresos de esta clase de sectas en el populacho de las grandes ciudades; temía por nuestras antiguas religiones, que no imponen al hombre el yugo de ningún dogma, se prestan a interpretaciones tan variadas como la naturaleza misma y dejan que los corazones austeros inventen si así les parece una moral más elevada, sin someter a las masas a preceptos demasiado estrictos que en seguida engendran la sujeción y la hipocresía. Arriano compartía estos puntos de vista, pasamos toda una noche discutiendo el mandamiento que exige amar al prójimo como a uno mismo; yo lo encontraba demasiado opuesto a la naturaleza humana como para que fuese obedecido por el vulgo, que nunca amará a otro que a sí mismo, y tampoco se aplicaba al sabio, que está lejos de amarse a sí mismo.

Por lo demás el pensamiento de nuestros filósofos me parecía igualmente limitado, confuso, o estéril. Tres cuartas partes de nuestros ejercicios intelectuales no pasaban de bordados en el vacío…


Memorias de Adriano
DISCIPLINA AVGVSTA (fragmento)
Marguerite Yourcenar
Traducción de Julio Cortázar

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Este es otro de los fragmentos de Memorias de Adriano que aprecio mucho. Ocurren aquí varios detalles curiosos.

Primero, se compara a Jesús con Orfeo y es interesante porque en ambas historias ocuren hechos similares:

Ambos eran hijos de seres divinos, Jesús del dios hebreo y Orfeo de Apolo y la musa Calíope (las versiones varían).

La gente los seguía por sus dones sobrenaturales: en el caso de Jesús eran varios, como sus enseñanzas y milagros, y en el de Orfeo, su talento musical y póético con la lira.

Ambos habían perdido algo que amaban mucho y tuvieron que descender a las profundidades para recobrarlo: Orfeo perdió a Eurídice y bajó al Hades para intentar rescatarla. De acuerdo a la interpretación cristiana de las Escrituras, la humanidad (los gentiles e Israel, en cambos casos representados como una mujer en la Biblia) se alejó de Él y éste tuvo que descender a la tierra en forma de hombre en su rescate. El descenso de Jesús continuó a las partes profundas de la tierra. Aquí difiere la historia, pues Orfeo descendió vivo al Hades mientras que Jesús tuvo que morir para hacerlo.


Ambos tuvieron que vérselas con quien tenía el señorío del mundo de los muertos para rescatar a quienes amaban. Orfeo conmovió al dios de los muertos, Hades, y a su esposa Perséfone con la dulzura de la música de su lira. Hades le permitió regresar a los vivos junto con Eurídice imponiéndole una sola condición. De Jesús se afirma que tuvo que ser sacrificado para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre.

La victoria de Jesús se había dado sobre la tierra, en la cruz, y únicamente descendía al lugar de los muertos a tomar lo que le correspondía, mientras que la entrada de Orfeo a lo profundo era apenas el comienzo de su aventura.

Tanto Jesús durante su paso por la tierra como Orfeo en su recorrido de regreso a la región de los vivos fueron puestos a prueba: el sucumbir a la menor tentación tenía el poder de arruinar sus cometidos. Jesús fue tentado en el desierto, también en ocasiones por los discípulos mismos y la multitud que lo seguía y aún lo fue cuando se le pedía que bajara de la cruz, pero se mantuvo firme hasta el fin. La condición que Hades impuso a Orfeo para que regresara a los vivos junto con Eurídice fue que en todo el camino de retorno no volteara atrás para mirarla, pero lo hizo y la perdió.


Pese a que no se parecen del todo las historias de ambos, vemos que hay varios puntos en los que es interesante comparar a Jesús con Orfeo.
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Ahora bien, otro tema del fragmento es el asunto de la percepción de los valores cristianos. A lo largo de la historia, al cristianismo se le alaba y se le reprocha la consideración hacia los huérfanos, los pobres y las viudas, es decir, los débiles, los que no pueden valerse por sí mismos, los que menos son.

No creo que sea necesario detenernos en la alabanza hacia esta actitud (que comparte con muchas otras religiones), de esto siempre se ha dicho mucho.

La consideración hacia los débiles es una crítica que algunos como Nietzsche o el Adriano de Yourcenar hacen: el favorecer a los débiles va en detrimento de la exaltación de la fuerza, el poder, la voluntad, la riqueza, lo que nos hace valernos por nosotros mismos y útiles a los demás. El cristianismo crearía entonces parásitos. Es comprensible que el Adriano de Yourcenar pensara así porque él representaba la cabeza de un imperio que se había construído y mantenido gracias a la exaltación de eso valores; y por lo visto, también la mayoría de las sociedades actuales subsisten por ello.

Respecto al mandamiento de amar al prójimo como a uno mismo pienso: ¿cuál habrá sido la actitud de los hombres de la antigüedad cuando escuchaban por primera vez el mensaje cristiano?, ¿se habrán quedado perplejos ante tal mandamiento o podemos apelar a que por la ley natural cualquier ser humano se da cuenta de ello? Aun si esto último es cierto, también lo es que el mandamiento no es algo tan sencillo de cumplir como parece, al menos cuando examino mis propias fuerzas.

¿Qué exigirá más esfuerzo entonces? ¿La exaltación del poder o el amar a los demás como a uno mismo? Y si lo segundo implica un mayor esfuerzo, ¿no sería esto finalmente un culto al poder? Si esto es así, el cristianismo es congruente: tiene a un dios que sufrió y fue humillado, pero que finalmente es soberano y poderoso y al que se debe rendir culto. Poder y amor no son contradictorios.

Puedo decir entonces lo siguiente no como una frase prefabricada ni como parte de una letanía:

Dios mío, soy tan débil...

Alan

2 comentarios:

  1. Hm.. puedo estar hablando a lo wey, pero el mito de Orfeo me recuerda ligeramente al de Izanami.

    Pero sólo en algunas cosas.

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  2. Sí se parecen como dices, Poli. ¿Por qué? Porque lo dice Wikipedia, jajaja.

    No, ya hablando en serio sí se parecen. Otro detalle curioso es que en el mito de Izanami la razón por la que ésta no puede regresar con los vivos es porque ha comido algo del mundo de los muertos, haciéndose parte de ese reino. Esta noción está presente también en el mito griego de Perséfone, por ejemplo, que comió una granada y esa fue la razón por la que tenía que permanecer una temporada del año en el reino de Hades.

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