Pasadena, 17 de julio.
El gran neurólogo C. W. Carr, que me curó repetidas veces de mis perturbaciones, ha querido que pasara dos semanas en su maravillosa villa, a donde vino a curar su propio sistema nervioso ya fatigado.
No presté fe a esas evasivas, hasta que ayer, finalmente, Carr se decidió a decirme la verdad a fin de obtener de mí una codiciable promesa.
-Ese joven es un semental humano afectado a objetivos científicos. Usted sabe cuánto se difunde en Norteamérica el método de la fecundación artificial. El entusiasmo experimental de ciertos biólogos y la renuencia de ciertas mujeres a los contactos sexuales, favorecen esa tendencia y la propagan cada vez más. Hay muchísimas jóvenes que desean ardientemente ser madres, pero se asustan ante la idea de los impetuosos y algo bestiales abrazos masculinos. Por esto se ha pensado acudir en auxilio de ellas poniendo en acción las prácticas de la fecundación artificial que ya se ha probado eficazmente en la producción de terneros. Naturalmente, estas mujeres quieren tener hijos hermosos, sanos y robustos, de ahí la importancia que tiene la selección del semen. Por otra parte, preocupados los biólogos por la progresiva decadencia física de la especie humana, se convierten en promotores de esas experiencias de maternidad sin cohabitación, porque hacen factible la selección racional e higiénica de los padres colectivos.
“Una comisión de fisiólogos, ginecólogos, eugenistas e higienistas, busca por todo el país machos reproductores considerados los más idóneos para proporcionar un selecto licor seminal. El señor H. B. ha sido descubierto por esa comisión, aceptando, por razones idealistas y sobre todo financieras, formar parte en la reserva de padrillos humanos. Ha brindado voluntariamente su semen a muchos centenares de mujeres a las que jamás ha visto ni conocido, y según las estadísticas de la comisión hoy en día es padre de cien hijos que ignoran su existencia y a los que jamás verá.
“Según el juicio de los especialistas posee los mejores requisitos, físicos e intelectuales, para lograr excelentes ejemplares del horno sapiens. Y en realidad de verdad, según se asegura, los hijos e hijas que proceden de sus espermatozoides han satisfecho plenamente a las que podremos llamar sus esposas in incógnito. Pero ninguna de ellas ha querido encontrarse con él, todas han rechazado la idea de hacerle ver el fruto de su colaboración.
“Podrá comprender ahora el porqué de su profunda tristeza: tiene cien hijos y está solo, ha hecho madres a cien mujeres y no amó a ninguna. Durante estos últimos tiempos su melancolía se tornó tan inquietante, que los médicos, sus propietarios, lo han confiado a mis cuidados, y ahora está pasando aquí un período de absoluto reposo. El síntoma más grave es el siguiente: se ha enamorado de una mujer, pero ésta no quiere ni marido ni hijos. En cuanto se cure deberá retornar a su oficio de reproductor diplomado, pero me temo que su desesperación sentimental haya alterado sus virtudes genésicas”.
Esta mañana encontré en el parque a míster H. B. Miré fijamente su rostro pero no me atreví a dirigirle la palabra. El solitario padre de cien hijos me causó la impresión de estar más abatido que en los días anteriores. Cuando me vio hizo un distraído gesto de saludo y desapareció.
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De acuerdo a ella, hubo en Estados Unidos (o hay, no recuerdo con exactitud) varias mujeres que solicitaron a un banco de semen las muestras de un mismo hombre, pues éste prometía ser de mucha calidad al poseer el donador virtudes apreciadas por casi toda la gente: IQ alto, buen físico, sabía tocar instrumentos musicales, sobresalía profesionalmente, etc. (sí, ya sé que en esta lista hay varios aspectos de los que no se ha demostrado que puedan ser heredados por los genes, pero esa es la historia o mito urbano que me contó y según ella, el semen era más costoso si el donador tenía estas características, hereditarias o no). Las mujeres dieron a luz y los hijos demostraron tener algunos talentos y características del padre, por lo que las madres estaban satisfechas. Pasó el tiempo y algunos de los niños dijeron que querían conocer a su padre, las madres vieron que esto era conveniente y pidieron permiso al donador para hacerlo, éste accedió y las madres se mudaron a la misma ciudad donde vivía el padre de sus hijos para que pudieran verlo y convivir con él durante su infancia.
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