Desperté de un sueño, en el que participaban mi madre y el ombligo. Mientras preparaba la comida, mi madre me dijo, ofreciéndome un pedazo de ombligo: "Pruébalo, para ver si te gusta. Porque si no te gusta, no tienes que comerlo." Asentí que me gustaba. Y abrí los ojos, contento porque el ombligo me había gustado. Y todo el día, por la atmósfera que me dejó el sueño, sentí placidez, como si en la aceptación del ombligo hubiera aceptado a mi madre y a la vida, recobrando a la vez una edad mía perdida, y el rostro olvidado de un ser que ahora tiene otras facciones.
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