Contexto: este es un fragmento de la Odisea que muestra una de las la tretas que Ulises utilizó para escapar con vida del cíclope Polifemo. Durante su travesía de regreso de la guerra de Troya el héroe y alguno de sus hombres se hallaron cautivos en la caverna que era morada del cíclope, quien devoraba a los cautivos de dos en dos cada vez que tenía hambre, salía a pastorear su ganado dejando a los hombres presos en su cueva cubierta con una enorme roca y regresaba a devorar otros más. Esta porción del canto IX, narrada por Ulises, comienza cuando el cíclope había salido de la cueva a pastorear sus rebaños mientras los hombres seguían atrapados…
De un redil a la vera tendido dejaba el ciclope
un gran tronco de olivo que aún verde arrancó para usarlo
tras dejarlo secar; comparado le habíamos nosotros
con el mástil de un negro navío de veinte remeros,
el bajel de transporte que cruza el abismo
de las aguas sin fin, que era tal de grueso y de largo.
De este leño corté la extensión de una braza y lo puse
en poder de mis hombres que fueran puliéndolo. Pronto
alisado quedó; le aguzaba yo en tanto la punta
y después lo curé al fuego vivo; por fin escondílo
recubriéndolo bien con estiércol, que en gran abundancia
se esparcía por la cueva. Al momento mandaba a mis hombres
sortear los que habían entre ellos de alzar aquel palo
y arriesgarse conmigo a meterlo y frotarlo en el ojo
del cuclope una vez le tomara el hechizo del sueño.
Y hete aquí que sacaron por suerte los cuatro que hubiera
Por mi gusto elegido; yo el quinto formé en su partida.
__Llegó él con la noche paciendo sus reses lozanas
dlucido pelaje y entrólas a la ancha caverna
sin dejarse ninguna en el hondo corral, ora fuese
con algún pensamiento o que un dios de ese modo lo impuso.
Levantando en seguida el ingente portón, ajustólo
a la entrada, sentóse a ordeñar sus ovejas y cabras
cada cual por su turno y soltóles por bajo las crías.
__Cuando al fin atendidos quedaron aquellos quehaceres,
atrapando a otros dos de los míos los hizo su cena.
Acerquéme yo entonces a él lavando mis manos
con un cuenco de negro licor y le hablé de este modo:
__‘Toma y bebe este vino, ciclope, una vez que has comido
carnes crudas de hombre. Verás qué bebida guardaba
mi bajel; para ti la traía si acaso mostrabas
compasión y ayudabas mi vuelta al hogar; mas no tienes
en tu furia medida. ¡Maldito! ¿Qué seres humanos
llegarán después de esto hasta ti? No has obrado en justicia.’
__Tal le dije; cogiólo y bebiólo con deleite salvaje
todo el dulce licor y pidióme sin pausa otro cuenco:
__‘Dame más, no escatimes, y sepa yo al punto tu nombre;
te he de hacer un regalo de huéspedes que habrá de alegrarte;
nuestro fértil terruño también a nosotros da un mosto
de racimos egregios que nutre la lluvia de Zeus;
pero esto es efluvio de néctar y flor de ambrosía.’
__Tal habló; yo brindéle de nuevo del vino tostado
y hasta dos veces más; y las tres lo apuró en su locura.
Mas después que el licor empezar a rondar las entrañas
del ciclope, volvíme yo a él con melosas palabras:
__‘Preguntaste, ciclope, cuál era mi nombre glorioso
y a decírtelo voy, tú dame el regalo ofrecido:
ese nombre es Ninguno. Ninguno mi padre y mi madre
me llamaron de siempre y también mis amigos.’ Tal dije
y con alma cruel al momento me dio la respuesta:
__‘A Ninguno me lo he de comer el postrero de todos,
a los otros primero; hete ahí mi regalo de huésped.’
__Dijo así y, vacilando, cayóse de espaldas; tendido
quedó allá con el cuello robusto doblado y el sueño,
al que todo se rinde, vencióle; eructando el borracho
despidió de sus fauces el vino y las carnes humanas.
__Yo a mi vez, en las brasas espesas metiendo aquel tronco,
esperé a que tomara calor; entretanto animaba
de palabra a los míos no fuese a arredrarlos el miedo;
y ya a punto de arder, aunque verde, la estaca de olivo,
encendida de brillo terrible, llevéla del fuego
hasta él. Mis amigos de pie colocáronse en torno
y algún dios en el pecho infundióles valor sin medida;
levantando la estaca oliveña aguzada en su punta
se la hincaron con fuerza en el ojo. Apoyado yo arriba,
la forzaba a girar cual taladro que en manos de un hombre
va horadando una viga de nave; a derecha e izquierda
mueven dos la correa y él agita sin pausa en su sitio.
Tal clavando en el ojo la punta encendida, a mi impulso
daba vueltas en él; barboteaba caliente la sangre
en su torno y el ascua abrasaba, quemada la niña,
la la ceja y el párpado; el fondo del ojo chirriaba
en el fuego. Cual gime con fuerza en tonel de agua fría
la gran hacha o la azuela que baña el broncista tratando
de dejarlas curadas (que es ésa la fuerza del hierro),
tal silbaba aquel ojo en redor de la estaca de olivo.
Exhaló un alarido feroz, resonó la caverna;
de terror nos echamos atrás; él cogiendo la estaca,
la arrancaba del ojo manchada de sangre abundante
y con gesto de loco arrojóla de sí con las manos.
__Daba voces llamando a los otros ciclopes, que en torno
por las cumbres ventosas poblaban las cuevas. Oyendo
sus clamores llegaban de acá y acullá y apostados
rodeaban la gruta inquiriendo qué mal le afligía:
__‘¿Por qué así, Polifemo, angustiado nos das esas voces
a través de la noche inmortal y nos dejas sin sueño?
¿Te ha robado quizás algún hombre las reses? ¿O acaso
a ti mismo te está dando muerte por dolo o por fuerza?’
__Desde el fondo del antro les dijo el atroz Polifemo:
‘¡Oh queridos! No es fuerza. Ninguno me mata por dolo.’
__Y en aladas palabras respuesta le daban aquellos:
‘Pues si nadie te fuerza en verdad, siendo tú como eres,
imposible es rehuir la dolencia que manda el gran Zeus,
pero invoca en tu ayuda al señor Posidón, nuestro padre.’
__Tal diciendo se iban y yo me reí en mis adentros
del engaño del nombre y el plan bien urdido. Gemía
el ciclope de agudos dolores y andaba palpando
con las manos en torno; quitó el pedrejón de la entrada
y, sentado a la puerta, los brazos tendía por si a alguno
atrapaba dispuesto a escaparse mezclado al rebaño:
¡tal de necio sin duda juzgábame a mí en sus entrañas!
De un redil a la vera tendido dejaba el ciclope
un gran tronco de olivo que aún verde arrancó para usarlo
tras dejarlo secar; comparado le habíamos nosotros
con el mástil de un negro navío de veinte remeros,
el bajel de transporte que cruza el abismo
de las aguas sin fin, que era tal de grueso y de largo.
De este leño corté la extensión de una braza y lo puse
en poder de mis hombres que fueran puliéndolo. Pronto
alisado quedó; le aguzaba yo en tanto la punta
y después lo curé al fuego vivo; por fin escondílo
recubriéndolo bien con estiércol, que en gran abundancia
se esparcía por la cueva. Al momento mandaba a mis hombres
sortear los que habían entre ellos de alzar aquel palo
y arriesgarse conmigo a meterlo y frotarlo en el ojo
del cuclope una vez le tomara el hechizo del sueño.
Y hete aquí que sacaron por suerte los cuatro que hubiera
Por mi gusto elegido; yo el quinto formé en su partida.
__Llegó él con la noche paciendo sus reses lozanas
dlucido pelaje y entrólas a la ancha caverna
sin dejarse ninguna en el hondo corral, ora fuese
con algún pensamiento o que un dios de ese modo lo impuso.
Levantando en seguida el ingente portón, ajustólo
a la entrada, sentóse a ordeñar sus ovejas y cabras
cada cual por su turno y soltóles por bajo las crías.
__Cuando al fin atendidos quedaron aquellos quehaceres,
atrapando a otros dos de los míos los hizo su cena.
Acerquéme yo entonces a él lavando mis manos
con un cuenco de negro licor y le hablé de este modo:
__‘Toma y bebe este vino, ciclope, una vez que has comido
carnes crudas de hombre. Verás qué bebida guardaba
mi bajel; para ti la traía si acaso mostrabas
compasión y ayudabas mi vuelta al hogar; mas no tienes
en tu furia medida. ¡Maldito! ¿Qué seres humanos
llegarán después de esto hasta ti? No has obrado en justicia.’
__Tal le dije; cogiólo y bebiólo con deleite salvaje
todo el dulce licor y pidióme sin pausa otro cuenco:
__‘Dame más, no escatimes, y sepa yo al punto tu nombre;
te he de hacer un regalo de huéspedes que habrá de alegrarte;
nuestro fértil terruño también a nosotros da un mosto
de racimos egregios que nutre la lluvia de Zeus;
pero esto es efluvio de néctar y flor de ambrosía.’
__Tal habló; yo brindéle de nuevo del vino tostado
y hasta dos veces más; y las tres lo apuró en su locura.
Mas después que el licor empezar a rondar las entrañas
del ciclope, volvíme yo a él con melosas palabras:
__‘Preguntaste, ciclope, cuál era mi nombre glorioso
y a decírtelo voy, tú dame el regalo ofrecido:
ese nombre es Ninguno. Ninguno mi padre y mi madre
me llamaron de siempre y también mis amigos.’ Tal dije
y con alma cruel al momento me dio la respuesta:
__‘A Ninguno me lo he de comer el postrero de todos,
a los otros primero; hete ahí mi regalo de huésped.’
__Dijo así y, vacilando, cayóse de espaldas; tendido
quedó allá con el cuello robusto doblado y el sueño,
al que todo se rinde, vencióle; eructando el borracho
despidió de sus fauces el vino y las carnes humanas.
__Yo a mi vez, en las brasas espesas metiendo aquel tronco,
esperé a que tomara calor; entretanto animaba
de palabra a los míos no fuese a arredrarlos el miedo;
y ya a punto de arder, aunque verde, la estaca de olivo,
encendida de brillo terrible, llevéla del fuego
hasta él. Mis amigos de pie colocáronse en torno
y algún dios en el pecho infundióles valor sin medida;
levantando la estaca oliveña aguzada en su punta
se la hincaron con fuerza en el ojo. Apoyado yo arriba,
la forzaba a girar cual taladro que en manos de un hombre
va horadando una viga de nave; a derecha e izquierda
mueven dos la correa y él agita sin pausa en su sitio.
Tal clavando en el ojo la punta encendida, a mi impulso
daba vueltas en él; barboteaba caliente la sangre
en su torno y el ascua abrasaba, quemada la niña,
la la ceja y el párpado; el fondo del ojo chirriaba
en el fuego. Cual gime con fuerza en tonel de agua fría
la gran hacha o la azuela que baña el broncista tratando
de dejarlas curadas (que es ésa la fuerza del hierro),
tal silbaba aquel ojo en redor de la estaca de olivo.
Exhaló un alarido feroz, resonó la caverna;
de terror nos echamos atrás; él cogiendo la estaca,
la arrancaba del ojo manchada de sangre abundante
y con gesto de loco arrojóla de sí con las manos.
__Daba voces llamando a los otros ciclopes, que en torno
por las cumbres ventosas poblaban las cuevas. Oyendo
sus clamores llegaban de acá y acullá y apostados
rodeaban la gruta inquiriendo qué mal le afligía:
__‘¿Por qué así, Polifemo, angustiado nos das esas voces
a través de la noche inmortal y nos dejas sin sueño?
¿Te ha robado quizás algún hombre las reses? ¿O acaso
a ti mismo te está dando muerte por dolo o por fuerza?’
__Desde el fondo del antro les dijo el atroz Polifemo:
‘¡Oh queridos! No es fuerza. Ninguno me mata por dolo.’
__Y en aladas palabras respuesta le daban aquellos:
‘Pues si nadie te fuerza en verdad, siendo tú como eres,
imposible es rehuir la dolencia que manda el gran Zeus,
pero invoca en tu ayuda al señor Posidón, nuestro padre.’
__Tal diciendo se iban y yo me reí en mis adentros
del engaño del nombre y el plan bien urdido. Gemía
el ciclope de agudos dolores y andaba palpando
con las manos en torno; quitó el pedrejón de la entrada
y, sentado a la puerta, los brazos tendía por si a alguno
atrapaba dispuesto a escaparse mezclado al rebaño:
¡tal de necio sin duda juzgábame a mí en sus entrañas!
Odisea IX, 319-419
Homero
Traducción de José Manuel Pabón
RBA Bolsillo
Biblioteca Clásica Gredos
Segunda edición, 2008
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