De acuerdo a la doctrina del cristianismo, Dios siempre ha sido, pues desde el principio ya era. Entonces, desde el principio Dios siempre se tuvo a sí mismo. Dice también el apóstol Juan que Dios es amor, por lo que el amor desde el principio fue.
¿Amor? El amor procede de alguien y se dirige hacia un objeto amado. Si Dios desde el principio se tuvo a sí mismo, tuvo entonces que haberse amado a sí mismo para que fuera posible decir que hubo amor, porque él mismo era amor. Tenemos entonces que de la fuente del amor emana el amor y se dirige hacia la misma fuente del amor. No obstante, podemos distinguir dos aspectos del amor mismo: el amor amante y el amor amado. Uno es el que da y otro el que recibe ese mismo amor, ambos aspectos formando parte del amor mismo. El cristianismo identifica al dador de todo como al Padre y al que recibe todo de éste como al Hijo. El Hijo lo recibe todo para a su vez entregarlo al Padre, pues a Él mismo pertenecen todas las cosas. Ahora bien, en la interacción del Padre y el Hijo existe el vínculo del amor mismo, como ya se dijo: el amor que se da y se recibe. Al ser Dios amando a Dios tenemos que el vínculo y la magnitud del amor es tan fuerte que no se puede pensar en esa relación como en un simple vínculo, sino que ese vínculo es tan real, patente y contiene tanto de ambas personas que el vínculo mismo es una persona, el espíritu que procede de aquella relación: el Espíritu Santo.
Tenemos entonces dentro de la teología cristiana que toda la historia, todo el fluir del tiempo y el espacio están contenidos en Dios mismo, quien se ama a sí mismo a través de sí mismo. Todo el transcurso y la trama de la historia del cosmos se puede reducir a una sola palabra según dicha teología: Dios.
¿Por qué digo esto? Bueno, algo de literatura hay en ello. Después de esta descripción de la Trinidad se me vinieron a la mente los elementos que existen en una narración. Por lo general las historias se estructuran así:
Hay un protagonista que está en búsqueda de un objeto del deseo, algo que le ha sido robado por alguien. Alguien le encomienda la tarea a ese protagonista, por lo general el dueño legítimo del objeto. El protagonista se lanza a la tarea de ir a buscarlo y tiene que sortear varios peligros con la ayuda de otro u otros personajes, uno que está a su lado para asistirlo y otro que lo entrena y es una especie de guía. Al final lucha con su antagonista, recupera su objeto y vive feliz para siempre.
Esta es la típica historia del caballero que tiene que rescatar a una doncella, hija de un rey que la ha prometido en matrimonio a quien logre arrebatarla de las fauces de un monstruo. El caballero es ayudado por su fiel amigo y escudero y entrenado por un antiguo maestro. El caballero emprende un largo viaje lleno de peligros hasta que llega a la guarida del monstruo, lucha contra él y lo vence, rescata a la princesa y vive feliz para siempre.
Pero ahora… ahora es posible crear historias como la que nos narra la teología, basadas en una sola persona: nosotros mismos.
Y sí, suena asqueroso, es una de las palabras que odio con toda el alma y una de las cosas en las que menos creo. Pero bueno, sin más preámbulos... damas y caballeros, con ustedes:
LA AUTOAYUDA
Yo mismo me siento frustrado porque no soy feliz al haber perdido o no estar satisfecho con parte de mí mismo. Entonces, emprendo una búsqueda para reencontrarme conmigo mismo. Para lograrlo tengo que ser capaz de enfrentarme a mí mismo, pues soy el causante de mi propia insatisfacción, problemática y traumas. Para ello, acude en mi auxilio mi propia persona a través de la autoayuda, pues no veo otra forma de llegar a mí. Yo mismo soy mi propio guía meditando respecto a mí mismo, pues nadie más entiende lo que debo hacer, los problemas propios que tengo que sortear ni la manera de luchar conmigo mismo. Al final de mi búsqueda lucho contra mí mismo y lo negativo que represento para reencontrarme conmigo mismo, y una vez que me tengo y me he reencontrado, puedo ser feliz para siempre.
¿Amor? El amor procede de alguien y se dirige hacia un objeto amado. Si Dios desde el principio se tuvo a sí mismo, tuvo entonces que haberse amado a sí mismo para que fuera posible decir que hubo amor, porque él mismo era amor. Tenemos entonces que de la fuente del amor emana el amor y se dirige hacia la misma fuente del amor. No obstante, podemos distinguir dos aspectos del amor mismo: el amor amante y el amor amado. Uno es el que da y otro el que recibe ese mismo amor, ambos aspectos formando parte del amor mismo. El cristianismo identifica al dador de todo como al Padre y al que recibe todo de éste como al Hijo. El Hijo lo recibe todo para a su vez entregarlo al Padre, pues a Él mismo pertenecen todas las cosas. Ahora bien, en la interacción del Padre y el Hijo existe el vínculo del amor mismo, como ya se dijo: el amor que se da y se recibe. Al ser Dios amando a Dios tenemos que el vínculo y la magnitud del amor es tan fuerte que no se puede pensar en esa relación como en un simple vínculo, sino que ese vínculo es tan real, patente y contiene tanto de ambas personas que el vínculo mismo es una persona, el espíritu que procede de aquella relación: el Espíritu Santo.
Tenemos entonces dentro de la teología cristiana que toda la historia, todo el fluir del tiempo y el espacio están contenidos en Dios mismo, quien se ama a sí mismo a través de sí mismo. Todo el transcurso y la trama de la historia del cosmos se puede reducir a una sola palabra según dicha teología: Dios.
¿Por qué digo esto? Bueno, algo de literatura hay en ello. Después de esta descripción de la Trinidad se me vinieron a la mente los elementos que existen en una narración. Por lo general las historias se estructuran así:
Hay un protagonista que está en búsqueda de un objeto del deseo, algo que le ha sido robado por alguien. Alguien le encomienda la tarea a ese protagonista, por lo general el dueño legítimo del objeto. El protagonista se lanza a la tarea de ir a buscarlo y tiene que sortear varios peligros con la ayuda de otro u otros personajes, uno que está a su lado para asistirlo y otro que lo entrena y es una especie de guía. Al final lucha con su antagonista, recupera su objeto y vive feliz para siempre.
Esta es la típica historia del caballero que tiene que rescatar a una doncella, hija de un rey que la ha prometido en matrimonio a quien logre arrebatarla de las fauces de un monstruo. El caballero es ayudado por su fiel amigo y escudero y entrenado por un antiguo maestro. El caballero emprende un largo viaje lleno de peligros hasta que llega a la guarida del monstruo, lucha contra él y lo vence, rescata a la princesa y vive feliz para siempre.
Pero ahora… ahora es posible crear historias como la que nos narra la teología, basadas en una sola persona: nosotros mismos.
Y sí, suena asqueroso, es una de las palabras que odio con toda el alma y una de las cosas en las que menos creo. Pero bueno, sin más preámbulos... damas y caballeros, con ustedes:
LA AUTOAYUDA
Yo mismo me siento frustrado porque no soy feliz al haber perdido o no estar satisfecho con parte de mí mismo. Entonces, emprendo una búsqueda para reencontrarme conmigo mismo. Para lograrlo tengo que ser capaz de enfrentarme a mí mismo, pues soy el causante de mi propia insatisfacción, problemática y traumas. Para ello, acude en mi auxilio mi propia persona a través de la autoayuda, pues no veo otra forma de llegar a mí. Yo mismo soy mi propio guía meditando respecto a mí mismo, pues nadie más entiende lo que debo hacer, los problemas propios que tengo que sortear ni la manera de luchar conmigo mismo. Al final de mi búsqueda lucho contra mí mismo y lo negativo que represento para reencontrarme conmigo mismo, y una vez que me tengo y me he reencontrado, puedo ser feliz para siempre.
Alan