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martes, 27 de enero de 2009

Versos iniciales de la primera de las Elegías de Duino


¿Quién me oiría, si gritase yo, desde la esfera de los ángeles?
Y aunque uno de ellos me estrechase de pronto
contra su corazón, su existencia más fuerte
me haría perecer. Pues lo hermoso no es otra cosa que el
___comienzo
de lo terrible en un grado que todavía podemos soportar
y si lo admiramos tanto es sólo porque, indiferente,
rehúsa aniquilarnos. Todo ángel es terrible.

Así pues me contengo y ahogo el clamor en mi garganta
de un oscuro sollozo. ¡Ay!, ¿a quién podremos
recurrir? A los ángeles no, ni tampoco a los hombres.
Y hasta el sagaz instinto de los animales les hace percibir
que no nos sentimos a gusto, ni seguros,
en este mundo interpretado. Tal vez nos queda un árbol
en la ladera, para que sea posible contemplarlo
cada día de nuevo; nos queda el camino del ayer
y la mimada fidelidad a una costumbre
que nos fue dada, se quedó con nosotros y nunca nos abandonó.

R. M. Rilke
Traducción de Jenaro Talens

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