Los sofistas, fieles durante siete siglos a su pretendida capacidad de «convertir en buena la causa mala» (cf. Introducción a Fálaris), hacen alarde además, en este momento (Segunda Sofística), de su dedicación al «arte por el arte». Al igual que Dión escribe su intrascendente Elogio del papagayo, Luciano, hablista puro, habílisimo en el arte del lenguaje, se propone una meta aún más difícil: mostrarnos su virtuosismo retórico asumiendo un tema no ya carente de contenido, sino repugnante en sí mismo, una «causa perdida», como es el elogio (no la defensa) de la mosca. En su ejecución triunfa sólo por su gracia descriptiva, su erudición literaria (citas oportunas de Homero, Platón y los trágicos), y sus conocimientos mitológicos, todo ello amena y sabiamente dosificado. Obra del género epidíctico, este panegírico es auténtico ejemplar clásico de perfección formal y habilidad argumentista, ocupando un lugar destacado en la proteica producción lucianesca.
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1 La mosca no es el más pequeño de los volátiles, al menos comparada con los mosquitos, los cínifes y otros seres aún más diminutos, sino que los aventaja en tamaño tanto como ella misma dista de la abeja. No está dotada de plumas como las aves*1, que tienen algunas de plumaje cubriendo su cuerpo y utilizan las más largas para volar, sino que, como los saltamontes, las cigarras y las abejas, tiene alas membranosas y más delicadas que éstos, como el vestido indio es más sutil y delicado que el griego; y, asimismo, ofrece el colorido floral de los pavos reales, si la miramos fijamente cuando abre sus alas en vuelo hacia el sol.
2 Su vuelo no es, como en los murciélagos, un continuo remar; ni va, como en los saltamontes, acompañado de saltos, ni , como en las avispas, con zumbido, sino que describe una curva perfecta hasta el punto del aire al que se dirige. Además tiene la cualidad de volar, no en silencio, sino con cántico nada desagradable, como cínifes y mosquitos, ni con el grave zumbido de las abejas, o el terrible y amenazador de las avispas; es mucho más melodiosa, como las flautas son más dulces que la trompeta y los címbalos.
3 En cuanto al resto de su cuerpo, la cabeza se une muy delicadamente al cuello y es muy flexible en sus movimientos, y no de una pieza como la de los saltamontes. Sus ojos son prominentes y tienen mucho de cuerno. Su pecho es robusto, y las patas parten de su propio entorno sin apretarse como en las avispas. Como en éstas, su abdomen se halla reforzado, y se asemeja a una coraza dorada de bandas planas y escamas. No se defiende por la parte posterior, como la avispa y la abeja, sino con la boca y la trompa, que tiene de igual modo que los elefantes, con la que se alimenta, coge las cosas y se adhiere a ellas, semejante en su extremo a una ventosa. De ella sale un diente, con el que pica y chupa la sangre ―aunque beba leche, también le gusta la sangre― sin gran dolor para sus victimas. Aun cuando tiene seis patas, anda sólo con cuatro, y usa las dos delanteras a guisa de manos. La puedes ver caminando sobre cuatro patas, llevando algo comestible en sus dos manos, de modo muy semejante a nuestra humana costumbre.
4 No nace ya así, sino que primero es una larva, surgida de los cadáveres de hombre o animales. Luego, poco a poco, desarrolla las patas, echa las alas, y de gusano pasa a volátil, que cría y da a luz un pequeño gusano, mosca más tarde. Vive en sociedad con los hombre, compartiendo sus alimentos y su mesa, y toma de tomo menos aceite, pues el probarlo le produce la muerte. Y, aunque es de corta existencia ―su vida queda estrechamente limitada―, se complace especialmente en la luz y por ella se rige. De noche descansa y no vuela ni canta, sino que se oculta y permanece inmóvil.
5 Puedo hablar también de su inteligencia, nada pequeña, para escapar de su cazadora y enemiga, la araña. Si ésta trama la emboscada, la acecha, y cuando se ve frente a ella cambia su rumbo, para no caer en la red y dar en las telas del animal. De su valor y arrojo ni hemos de hablar nosotros, sino el poeta de más potente voz: Homero. Al tratar de ensalzar al mejor de los héroes*2, no compara su arrojo con el del león, el leopardo o el jabalí, sino con la audacia de la mosca y la intrepidez y persistencia de su ataque, y no le atribuye temeridad, sino audacia*3, pues incluso apartada ―dice― no abandona, sino que está ansiosa por picar. Tanto ensalza y aprecia a la mosca, que no la menciona ocasionalmente una vez ni en escasos pasajes, sino con frecuencia: así su recuerdo adorna sus versos. Ora describe su vuelo en enjambre hacia la leche*4, ora ―cuando Atenea aparta el dardo de Menelao, para que no dé en sus parte vitales, y la compara con una madre que vela a su hijo dormido*5― introduce de nuevo la mosca en la comparación. Además, las adornó con un bellísimo epíteto al calificarlas de «espesas» y llamar «naciones» a su enjambre*6.
6 Es tan fuerte, que cuando pica atraviesa no sólo la piel del hombre, sino la del buey y la del caballo, y hasta al elefante daña penetrando en sus arrugas y lacerándolo con su trompa en proporción a su tamaño. De celo, amor y uniones tienen gran libertad, y el macho no monta y desciendo al instante, como en los gallos, sino que se mantiene mucho rato sobre la hembra, y ella lleva al novio, y unidos vuelan sin romper en su evolución ese coito aéreo. Con la cabeza cortada, vive el cuerpo de la mosca mucho tiempo y sigue respirando.
7 Mas quiero referirme al aspecto más extraordinario de su naturaleza. Es éste el único dato que Platón omite en su tratado acerca del alma y su inmortalidad. Cuando muere una mosca, resucita si se la cubre de ceniza, operándose en ella una palingenesia y segunda vida desde un principio*7, de modo que todos pueden quedar completamente convencidos de que también su alma es inmortal, si parte y regresa de nuevo, reconoce y reanima su cuerpo, haciendo volar la mosca: así confirma la leyenda acerca de Hermótimo de Clazómenas, de que su alma muchas veces le abandonaba, se alejaba por propia iniciativa y después regresaba, volvía a ocupar su cuerpo y a reanimar a Hermótimo.
8 No trabaja: sin fatiga disfruta de los esfuerzos ajenos y tiene la mesa llena en todas partes, pues las cabras son ordeñadas para ella en todas partes, pues las cabras son ordeñadas para ella, las abejas no trabajan menos para las moscas que para el hombre, los cocineros condimentan para ella los alimentos, que prueba incluso antes que los propios reyes; se pasea por las mesas, participa de sus festines y comparte todos sus goces.
9 No establece su nido o habitación en un único sitio, sino que remonta el vuelo errante como los escitas, y allí donde le sorprende la noche establece su hogar y lecho. Pero en la oscuridad, como dije, no hace nada: ni pretende realizar acción alguna a hurtadillas, ni cometer algo vergonzoso que, hecho a la luz, la avergüence.
10 Cuenta la leyenda que en la antigüedad existió una mujer llamada Mía*8, muy hermosa, pero charlatana, entrometida y aficionada al canto, rival de Selene por amar ambas a Endimión. Como despertaba continuamente al mozo mientras dormía con sus charlas, canturreos y bromas, éste se irritó y Selene, encolerizada, convirtió a Mía en mosca. Por eso siente envidia de todos cuantos duermen, y en especial de los jóvenes y niños, en recuerdo de Endimión. La misma mordedura y su deseo de sangre no es signo de fiereza, sino de amos y afecto al hombre, pues en lo posible goza de él y algo extrae de la flor de su belleza.
11 Hubo también, según los antiguos, una mujer de su mismo nombre, poetisa muy bella e inspirada; y también otra, famosa cortesana del Ática, de la que el poeta cómico dijo: «Mía le mordía hasta el corazón»*9; por tanto, la gracia cómica ni despreció ni excluyó de la escena el nombre de la mosca, ni los padres se avergonzaban de llamar así a sus hijas. La tragedia también menciona a la mosca con gran alabanza, como en estos versos:
Terrible es que la mosca, con indómita fuerza,
Salte sobre los hombres para hartarse de sangre,
Y a los hoplitas su lanza hostil perturbe*10.
Mucho más podría añadir acerca de Mía, la pitagórica*11, si su historia no fuera conocida de todos.
Existen también unas moscas muy grandes, comúnmente llamadas «guerreras», y «perros voladores» por algunos, de zumbido extremadamente ronco y muy veloces en el vuelo; gozan de larga vida y resisten todo el invierno sin comer, adheridas con frecuencia a las techumbres; merece admiración su peculiaridad de realizar la función de ambos sexos, autofecundándose igual que el hijo de Hermes y Afrodita, de dos naturalezas y doble belleza.
Y, aun cuando aún puedo añadir mucho más, pondré fin a mi discurso, no parezca, como dice el refrán, que hago un elefante de una mosca.
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1El griego dice literalmente «como los demás (sc. volátiles)».
2 Ilíada XVII 570. Atenea infunde en el pecho de Menelao la «audacia de la mosca».
3 La distinción sutil entre conceptos tan afines como thrásos (=«audacia»), propia de los sofistas, es ajena a la lengua de Homero y al uso común del griego.
4 Ilíada II 469; XVI 641
5 Ilíada IV 130.
6 Ilíada II 469.
7 ELIANO, Hist. Animal II 29.
8 Transcripción del sustantivo griego Myîa (=«Mosca»).
9 Texto de origen desconocido (KOCK, Comic. Attic. Fragmen., 1880-88, fr. Adesp. 475).
10 Texto igualmente desconocido (NAUCK, Trag. Graec. Fragm., 2.ª ed., Leipzing, 1889, fr. Adesp. 295).
11 Al parece, fue hermana de Pitágoras y esposa de Milón de Crotona, el famoso atleta.
Luciano, Obras I
Traducción y notas de Andrés Espinosa Alarcón
Biblioteca Clásica Gredos
1a ed. , 1981
Págs. 104-9