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domingo, 11 de octubre de 2009

La vida debería ser al revés; Alejandro Tunarosa Velásquez


Se debería empezar muriendo y así ese trauma estaría superado.
Luego te despiertas en un geriátrico, mejorando día a día.
Después te echan del geriátrico, porque ya estás bien. Lo primero que haces es cobrar tu pensión.
Luego, en tu primer día de trabajo te dan un reloj de oro. Trabajas 40 años, hasta que eres bastante joven como para disfrutar del retiro de la vida laboral.
Entonces vas de fiesta en fiesta, bebes, practicas el sexo, no tienes problemas graves y te preparas para empezar a estudiar.
Luego empiezas el cole, jugando con tus amigos, sin ningún tipo de obligación, Y los últimos nueve meses, los pasas flotando tranquilo, con calefacción central, room-service, etc.
Hasta que finalmente...
¡Abandonas este puto mundo en un espectacular orgasmo !
______________

Nota del autor de Caballo de Letras: Algunos detalles del texto que podrían parecer defectos tipográficos como la Y colocada después de una coma en el antepenúltimo renglón y el espacio que existe entre el signo que indica el término de una exlamación y la última palabra del texto permanecen de este modo debido a que se decidió respetar la grafía de la fuente:
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Consultado el 11/10/2009, 9:58 PM

viernes, 9 de octubre de 2009

Soga de tres cabos...


Releyendo la Epopeya de Gilgameš, Rey de Uruk, editada y traducida por Joaquín Sanmartín (Trotta, 2005), encontré un fragmento de la Tablilla V (alrededor del verso 73 en adelante) de la epopeya babilónica clásica que llamó mi atención…
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Testigos documentales utilizados

Epopeya babilónica clásica (documentación ninivita [Nin] y babilónica [Bab]):

___Edición base: A. R. GEORGE. The Babylonian Gilgamesh Epic. Introduction, Critical Edition and Cuneiform Texts, vols I-II, Oxford 2003, p. 602-615; copias: lams. 71-76.

___Edición escolar: PARPOLA 1997, S. PARPOLA, The Standard Babylonian Epic of Gilgamesh. Cuneiform Text, Transliteration, Glossary, Indices and Sign List (State Archives of Assyria: Cuneiform Texts 1), Helsinki. p, xviii, 25-28, 87-89.

El texto de la Epopeya clásica se apoya aquí en un fragmento cuya posición en el texto es controvertida*, pero que bien podría insertarse en este lugar del discurso con el que Enkidu trata de animar a Gilgameš.

__________________Pero:
__________________‘[Dos] gruesas túnicas
____________________[abrigan más que una.]
Nin/Bab________ V:74__[Por más] escarpado que sea el fuerte,
___________________dos [sí que podrán tomarlo;]
___________ _ _V:75_ Dos trillizos [… … …]
________________ _ Soga de tres cabos [es difícil de romper**.]
________________ _ Al poderoso león, dos cachorros [… … …]’

* Manuscrito babilónico [u]; GEORGE 2003, p. 604-606, copia: lam. 71. Publicado en LAMBERT / MILLARD 1965, n°. 21. Véase B. LANDSBERGER, «Zur vierten und siebenten Tafel des Gilgamesch-Epos», Revue d’Assyriologie et d’Archéologie Orientale 62, p. 97-135. P. 108-109; para su posición en este contexto véanse R.J. TOURNAY / A. SHAFFER, l’épopée de Gilgamesh (Littératures anciennes du Proche-Orient 15), Paris, p. 123; A. GEORGE, The Epic of Gilgamesh. The Babylonian Epic poem and Other Texts in Akkadian and Sumerian, Harmondsworth / New York, p. 40; B.R. FOSTER, The Epic of Gilgamesh: A new translation, analogues, criticism, New York / London, p. 38-39.

** Se trata sin duda de una retahíla de refranes. Para un paralelo bíblico que insiste en la eficacia de la cooperación véase Eclesiatés 4:9-12. El texto acadio tiene un paralelo en la balada sumeria Bilgames y Huwawa (A), líneas 106-110 (ver p. 316). Otro paralelo, muy incompleto, se encuentra en las líneas 1-8 del reverso del fragmento babilónico medio Emar1 (Msk 74128d) procedente de Tell Meskene (la antigua Emar), en la cuenca media del Éufrates, y publicada en GEORGE 2003, p. 328-331, copia: lam 28 (ver D. ARNAUD, Recherches au Pays d’Aštata. Emar 6/4. Textes de la bibliothèque: transcriptions et traductions (Editions Recherche sur les Civilisations : Synthèse 28), Paris, n°. 781; TH. E. KÄMMERERE, Šimâ milka. Induktion und Rezeption der mittelbabylonischen Dichtung von Ugarit, Emār und Tell el-Amārna (Alter Orient und Altes Testament 251), Mϋnster, p. 228 y s.; aquí p. 392):
____________Gilgameš lo tomó [de la mano,]
____________[y Enkidu] abrió su boca, y [dice]:
____________―‘ ¿Qué [vamos a hacer,] amigo mío?
____________[¿Qué respuesta vamos a darle al montón [de gente]?
____________[¡Claro que Šamaš] es señor de los cielos!
____________[no se gasta fácilmente calzado] con dos suelas,
____________[…] por más escarpado que sea el fuerte, dos [sí que
podrán
tomarlo …]

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Efectivamente, como bien decía la nota, este tipo de refranes o proverbios son muy parecidos a los que se hallan en una porción de la Biblia (Eclesiastés 4:9-12, RVR 1960):

9 Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo.
10 Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante.
11 También si dos durmieren juntos, se calentarán mutuamente; mas ¿cómo se calentará uno solo?
12 Y si alguno prevaleciere contra uno, dos le resistirán; y cordón de tres dobleces no se rompe pronto.

Keep out...



La migala; Juan José Arreola


La migala discurre libremente por la casa, pero mi capacidad de horror no disminuye.

El día en que Beatriz y yo entramos en aquella barraca inmunda de la feria callejera, me di cuenta de que la repulsiva alimaña era lo más atroz que podía depararme el destino. Peor que el desprecio y la conmiseración brillando de pronto en una clara mirada.

Unos días más tarde volví para comprar la migala, y el sorprendido saltimbanqui me dio algunos informes acerca de sus costumbres y su alimentación extraña. Entonces comprendí que tenía en las manos, de una vez por todas, la amenaza total, la máxima dosis de terror que mi espíritu podía soportar. Recuerdo mi paso tembloroso, vacilante, cuando de regreso a la casa sentía el peso leve y denso de la araña, ese peso del cual podía descontar, con seguridad, el de la caja de madera en que la llevaba, como si fueran dos pesos totalmente diferentes: el de la madera inocente y el del impuro y ponzoñoso animal que tiraba de mí como un lastre definitivo. Dentro de aquella caja iba el infierno personal que instalaría en mi casa para destruir, para anular al otro, el descomunal infierno de los hombres.

La noche memorable en que solté a la migala en mi departamento y la vi correr como un cangrejo y ocultarse bajo un mueble, ha sido el principio de una vida indescriptible. Desde entonces, cada uno de los instantes de que dispongo ha sido recorrido por los pasos de la araña, que llena la casa con su presencia invisible.

Todas las noches tiemblo en espera de la picadura mortal. Muchas veces despierto con el cuerpo helado, tenso, inmóvil, porque el sueño ha creado para mí, con precisión, el paso cosquilleante de la aralia sobre mi piel, su peso indefinible, su consistencia de entraña. Sin embargo, siempre amanece. Estoy vivo y mi alma inútilmente se apresta y se perfecciona.

Hay días en que pienso que la migala ha desaparecido, que se ha extraviado o que ha muerto. Pero no hago nada para comprobarlo. Dejo siempre que el azar me vuelva a poner frente a ella, al salir del baño, o mientras me desvisto para echarme en la cama. A veces el silencio de la noche me trae el eco de sus pasos, que he aprendido a oír, aunque sé que son imperceptibles.

Muchos días encuentro intacto el alimento que he dejado la víspera. Cuando desaparece, no sé si lo ha devorado la migala o algún otro inocente huésped de la casa. He llegado a pensar también que acaso estoy siendo víctima de una superchería y que me hallo a merced de una falsa migala. Tal vez el saltimbanqui me ha engañado, haciéndome pagar un alto precio por un inofensivo y repugnante escarabajo.

Pero en realidad esto no tiene importancia, porque yo he consagrado a la migala con la certeza de mi muerte aplazada. En las horas más agudas del insomnio, cuando me pierdo en conjeturas y nada me tranquiliza, suele visitarme la migala. Se pasea embrolladamente por el cuarto y trata de subir con torpeza a las paredes. Se detiene, levanta su cabeza y mueve los palpos. Parece husmear, agitada, un invisible compañero.

Entonces, estremecido en mi soledad, acorralado por el pequeño monstruo, recuerdo que en otro tiempo yo soñaba en Beatriz y en su compañía imposible.

lunes, 5 de octubre de 2009

El Basilisco (abreviado); J. L. Borges con Margarita Guerrero


En el curso de las edades, el Basilisco se modifica hacia la fealdad y el horror y ahora se lo olvida. Su nombre significa «pequeño rey»; para Plinio el Antiguo (VIII, 33), el Basilisco era una serpiente que en la cabeza tenía una mancha clara en forma de corona. A partir de la Edad Media, es un gallo cuadrúpedo y coronado, de plumaje amarillo, con grandes alas espinosas y cola de serpiente que puede terminar en un garfio o en otra cabeza de gallo. El cambio de la imagen se refleja en un cambio de nombre; Chaucer, en el siglo XIV, habla del basilicock. Uno de los grabados que ilustran la Historia Natural de las Serpientes y Dragones de Aldrovandi le atribuye escamas, no plumas, y la posesión de ocho patas*.

Lo que no cambia es la virtud mortífera de su mirada. Los ojos de las gorgonas petrificaban; Lucano refiere que de la sangre de una de ellas, Medusa, nacieron todas las serpientes de Libia: el Áspid, la Anfisbena, el Amódite, el Basilisco. El pasaje está en el libro noveno de la Farsalia [...]

El Basilisco reside en el desierto; mejor dicho, crea el desierto. A sus pies caen muertos los pájaros y se pudren los frutos; el agua de los ríos en que se abreva queda envenenada durante siglos. Que su mirada rompe las piedras y quema el pasto ha sido certificado por Plinio. El olor de la comadreja lo mata; en la Edad Media, se dijo que el canto del gallo. Los viajeros experimentados se proveían de gallos para atravesar comarcas desconocidas. Otra arma era un espejo; al Basilisco lo fulmina su propia imagen.

Los enciclopedistas cristianos rechazaron las fábulas mitológicas de la Farsalia y pretendieron una explicación racional del origen del Basilisco. (Estaban obligados a creer en él, porque la Vulgata traduce por «basilisco» la voz hebrea Tsepha, nombre de un reptil venenoso.) La hipótesis que logró más favor fue la de un huevo contrahecho y deforme, puesto por un gallo e incubado por una serpiente o por un sapo. En el siglo XVII, Sir Thomas Browne la declaró tan monstruosa como la generación del Basilisco. Por aquellos años, Quevedo escribió su romance El Basilisco, en el que se lee:

_______________Si está vivo quien te vio,
_______________Toda tu historia es mentira,
_______________Pues si no murió, te ignora,
_______________Y si murió no lo afirma.
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*Ocho patas tiene, según la Edda Menor, el caballo de Odín.


De: El libro de los seres imaginarios
Alianza Editorial. 2007

sábado, 3 de octubre de 2009

La muerte de Dido


Contexto:

Este pasaje que se encuentra al final del libro IV de la Eneida nos muestra los momentos finales de la reina. Después de que Eneas llegara con sus dárdanos a Cartago y de que hubiera vivido un romance y consumado su unión con Dido, quien antes de la llegada del héroe había sido fiel a la memoria de su difunto esposo jurando no volver a amar a otro hombre, éste decide partir para continuar con su meta original: fundar una nueva Troya. Dido se destroza al saber de la partida sin que Eneas le hubiera dicho nada. Sus últimas palabras están cargadas del despecho que sufre una mujer por el abandono de su amante, un despecho narrado como ningún otro entre las letras latinas.
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Al punto el mismo ardor cunde entre todos.
Lánzanse arrebatados. Dejan atrás la orilla.
Desaparece el mar bajo las velas. Afanosos baten
rizando espumas las olas verdiazules.
Ya irrumpía la Aurora abandonado el lecho azafranado de Titono
y empezaba a esparcir sus nuevos rayos por el haz de la tierra.
Al punto en que la reina ve alborear de su atalaya el día
y alejarse la flota, las velas a la par firmes al viento
y contempla desierta la ribera y el puerto sin remeros,
hiere su hermoso pecho tres veces, cuatro veces,
y mesándose su rubia cabellera: «¡Oh Júpiter! ¿Se irá este advenedizo
haciendo escarnio de mi reino? ―prorrumpe. ¿Y no corren los míos a las armas?
y no salen de toda la ciudad a perseguirle
y no arrebatan las naves de los diques? ¡Ea, presto, las teas! Traed dardos,
volcaos en los remos. ¿Qué digo? ¿Dónde estoy?
¿Qué locura me trastorna la mente?
¡Desventurada Dido! ¡Ahora te hiere el alma su malvado proceder!
Entonces debió ser, cuando ponías en su mano el cetro.
Ve cómo cumple la palabra dada
el que lleva consigo los dioses hogareños de su patria, según dicen,
el que cargó a sus hombros a su padre acabado por los años.
¿Y no pude apresarlo y desgarrar sus miembros
y esparcirlos por las olas? ¿Y no logré acabar a hierro con su gente,
matar al mismo Ascanio y ofrecerlo a su padre por manjar?
¿Que era dudoso el resultado de esa lucha?
Aunque lo fuera. ¿A qué temer cuando se va a morir?
Hubiera yo prendido fuego a su campamento y quemado las quillas de las naves
y exterminado a hijo y padre y a todo su linaje
y yo misma sobre ellos me hubiera dado muerte.
¡Sol que iluminas con tu lumbre cuanto se hace en la tierra,
tú, Juno, medianera y testigo de mis penas,
Hécate a quien invocan a alaridos de noche por las encrucijadas
de las ciudades, Furias vengadoras, vosotros divinos valedores de la muerte de Elisa,
atendedme, volved vuestro poder divino hacia mis males,
lo merezco, y escuchar mis plegarias!
Si es forzoso que ese hombre de nefanda maldad arribe a puerto
y que consiga a nado ganar tierra, si así lo impone la voluntad de Júpiter
y es designio inmutable, que a lo menos acosado en la guerra por las armas
de un pueblo arrollador, fuera de sus fronteras,
arrancado a los brazos de su Julo,
implore ayuda y vea la muerte infortunada de los suyos,
y después de someterse a paz injusta no consiga gozar de su reinado
ni de la dulce luz y caiga antes de tiempo
y yazga su cadáver insepulto en la arena. Esto es lo que os pido,
la última ansia que escapa de mi pecho con mi sangre.
Y vosotros, mis tirios, perseguid sañudos a su estirpe,
y a toda su raza venidera, rendid este presente a mis cenizas:
que no exista amistad ni alianza entre ambos pueblos. ¡Álzate de mis huesos,
tú vengador, quien fueres, y arrolla a fuego y hierro a los colonos dárdanos,
ahora, en adelante, en cualquier tiempo que se os dé pujanza!
¡En guerra yo os conjuro, costa contra costa, olas contra olas,
armas contra armas, que haya guerra entre ellos
y que luchen los hijos de sus hijos!*»
Dice. Y revuelve su alma a todas partes ansiosa de cortar
cuanto antes a cercén la vida que aborrece.
Luego habla unas palabras con Barce, la nodriza de Siqueo,
pues la oscura ceniza de la suya la retenía su primera patria:
«Ve, querida nodriza, tráeme aquí a mi hermana Ana,
dile que corra a rociarse el cuerpo con el agua lustral
y que traiga las víctimas y ofrendas
de expiación prescritas. Que venga preparada como le digo. Tú cúbrete la frente
con la ínfula sagrada. Pienso acabar los ritos a Júpiter Estigio
que tengo, como cumple, preparados y que ya he comenzado, y poner término
a mis penas entregando a las llamas la pira de ese dárdano».
Así habla. La nodriza, con premura de anciana, aviva el paso.
En tanto, Dido temblando, arrebatada por su horrendo designio,
revirando los ojos inyectados en sangre, jaspeadas las trémulas mejillas,
pálida por la muerte ya inminente, irrumpe por la puerta en el patio del palacio
y sube enloquecida a lo alto de la pira y desenvaina la espada del troyano,
prenda que no pidió con ese fin. Después que contempló
los vestidos traídos de Ilión y el conocido lecho, llorando se detuvo
un momento en sus recuerdos. Luego se echó de pechos sobre el tálamo
profiriendo estas últimas palabras: «¡Dulces prendas un tiempo,
mientras el hado y Dios lo permitieron**,
tomad mi alma y libradme de esta angustia!
He vivido mi vida, he dado cima al curso que me había fijado la fortuna.
Ahora caminará mi sombra, plena ya, bajo la tierra.
He fundado una noble ciudad, he visto mis murallas,
he vengado a mi esposo y le he cobrado el castigo a mi hermano, mi enemigo.
¡Feliz, ay, demasiado feliz si no hubieran jamás
naves troyanas arribado a mis playas!»
Dice así. Y hundiendo rostro y labios en su lecho:
«Moriré sin venganza, pero muero.
Así, aún me agrada descender a las sombras. ¡Que los ojos del dárdano cruel
desde alta mar se embeban de estas llamas y se lleve en el alma
el presagio de mi muerte!» Fueron sus últimas palabras. Hablaba todavía
cuando la ven volcarse sobre el hierro sus doncellas y ven la espada
espumando sangre que se le esparce por las manos.
El griterío asciende a la alta bóveda. La Fama va danzando delirante
por la ciudad atónita. Lamentos y gemidos y alaridos de mujeres
estremecen las casas. Va resonando el aire cimero de plañidos imponentes,
igual que si Cartago entera o si la antigua Tiro se vieran invadidas de enemigos
y avanzara rodando la furia de las llamas por lo alto de las casas de los hombres
y los templos de los dioses. Lo escucha su hermana sin aliento.
Despavorida se abalanza corriendo a través de la turba
hiriéndose la cara con las uñas y el pecho con los puños
y gritando llama a la moribundo por su nombre:
«¡Esto te proponías, hermana! ¡Pretendías engañarme! ¡Esto me reservaban
este fuego, esta pira, estos altares! ¿Por dónde empiezo a lamentarme
de tu abandono? ¿Has desdeñado que tu hermana te hiciese compañía al morir?
Si me hubieras llamado a compartir tu suerte,
la misma espada, una misma hora
nos hubiera a los dos arrebatado. Pensar que he alzado yo con estas manos
la pira y que he invocado a nuestros dioses paternos con mi voz
para que cuando tú te vieras en la pura, ¡cruel de mí!, estuviera yo lejos.
Te has destruido a ti y a mí contigo, hermana,
y a tu pueblo y al senado de Sidón
y a la misma ciudad. Dejad lave con agua las heridas
y si vaga algún soplo de vida por sus labios todavía,
dejadme recogerlo en los míos».
Dijo. Había escalado las gradas de la pira y abrazando a su hermana agonizante
la abrigaba en su seno entre sollozos y trataba con su ropa
de restañar los brotes de oscura sangre.
Dido intenta alzar los párpados pesados.
De nuevo desfallece. La honda herida de la espada clavada borbollea en su pecho.
Tres veces apoyándose en el codo intenta incorporarse, otras tres
cae hacia atrás rodando sobre el lecho. Sus ojos extraviados
buscan la luz del día por la bóveda del cielo.
Al hallarla prorrumpe en un gemido.
Entonces apiadada la omnipotente Juno de su largo dolor y penosa agonía
Manda a Iris*** que descienda del Olimpo a que libere su alma,
que lucha por soltarse de los lazos del cuerpo.
Pues como no finaba por designio del hado ni por muerte merecida,
pero la infortunada moría antes de tiempo arrebatada de súbita locura,
no había Prosérpina todavía cortado el rubio bucle de su frente****,
ni lo había ofrendado al Orco estigio*****. Al punto Iris, brillantes de rocío
las alas de azafrán, cobrando al sol frontero su espejeo de mil variados visos,
desciende por el cielo volandera y sobre su cabeza amaina el vuelo.
«Tomo, como me mandan, esta ofrenda consagrada a Plutón.
Te desligo de tu cuerpo». Dice y le corta el bucle con su mano.
Al instante se disipa todo el calor del cuerpo y su vida se pierde entre las auras.
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_______*Presagia Dido las guerras que habían de emprender los troyanos al llegar aItalia. Y sobretodo la amenaza de las Guerras Púnicas y de su feroz vengador, Aníbal.
_______**Sabido es que esta postrera añoranza de la reina halla su resonancia en la de Garcilaso por su Isabel de Freire. Ved cómo la recoge el más dulce y suave de sus sonetos:
_________________Oh dulces prendas, por mí mal halladas,
_________________Dulces y alegres, cuando Dios quería!
_________________Juntas estáis en la memoria mía,
_________________Y con ella en mi muerte conjuradas.

(Soneto X, según ed. A. GALLEGO MORELL, Garcilaso de la Vega y sus comentaristas, Madrid, Gredos, 1972).
_______***Mensajera de los dioses, hija de Juno.
_______****Antes de sacrificarlas solía cortarse de la frente de las víctimas un mechón de pelo que se ofrecía como primicia a Prosérpina, divinidad de los Infiernos, rito que se aplicó a los seres humanos antes de morir. Pero como la muerte de Dido era antes de tiempo, Prosérpina, encargada del menester, tardaba en cumplirlo. De ahí que Juno mande a Iris a que lo haga.
_______***** El Orco era una divinidad de los Infiernos y de la muerte. La Estigia era uno de los ríos de la región de la muerte. Aquí el Orco estigio se identifica con Plutón, dios de los Infiernos.



Virgilio, Eneida IV 581-705
Traducción y notas de Javier de Echave-Sustaeta
Gredos. Primera edición, segunda reimpresión