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lunes, 5 de octubre de 2009

El Basilisco (abreviado); J. L. Borges con Margarita Guerrero


En el curso de las edades, el Basilisco se modifica hacia la fealdad y el horror y ahora se lo olvida. Su nombre significa «pequeño rey»; para Plinio el Antiguo (VIII, 33), el Basilisco era una serpiente que en la cabeza tenía una mancha clara en forma de corona. A partir de la Edad Media, es un gallo cuadrúpedo y coronado, de plumaje amarillo, con grandes alas espinosas y cola de serpiente que puede terminar en un garfio o en otra cabeza de gallo. El cambio de la imagen se refleja en un cambio de nombre; Chaucer, en el siglo XIV, habla del basilicock. Uno de los grabados que ilustran la Historia Natural de las Serpientes y Dragones de Aldrovandi le atribuye escamas, no plumas, y la posesión de ocho patas*.

Lo que no cambia es la virtud mortífera de su mirada. Los ojos de las gorgonas petrificaban; Lucano refiere que de la sangre de una de ellas, Medusa, nacieron todas las serpientes de Libia: el Áspid, la Anfisbena, el Amódite, el Basilisco. El pasaje está en el libro noveno de la Farsalia [...]

El Basilisco reside en el desierto; mejor dicho, crea el desierto. A sus pies caen muertos los pájaros y se pudren los frutos; el agua de los ríos en que se abreva queda envenenada durante siglos. Que su mirada rompe las piedras y quema el pasto ha sido certificado por Plinio. El olor de la comadreja lo mata; en la Edad Media, se dijo que el canto del gallo. Los viajeros experimentados se proveían de gallos para atravesar comarcas desconocidas. Otra arma era un espejo; al Basilisco lo fulmina su propia imagen.

Los enciclopedistas cristianos rechazaron las fábulas mitológicas de la Farsalia y pretendieron una explicación racional del origen del Basilisco. (Estaban obligados a creer en él, porque la Vulgata traduce por «basilisco» la voz hebrea Tsepha, nombre de un reptil venenoso.) La hipótesis que logró más favor fue la de un huevo contrahecho y deforme, puesto por un gallo e incubado por una serpiente o por un sapo. En el siglo XVII, Sir Thomas Browne la declaró tan monstruosa como la generación del Basilisco. Por aquellos años, Quevedo escribió su romance El Basilisco, en el que se lee:

_______________Si está vivo quien te vio,
_______________Toda tu historia es mentira,
_______________Pues si no murió, te ignora,
_______________Y si murió no lo afirma.
______

*Ocho patas tiene, según la Edda Menor, el caballo de Odín.


De: El libro de los seres imaginarios
Alianza Editorial. 2007

viernes, 11 de septiembre de 2009

Ficciones; Jorge Luis Borges


Recomendar Ficciones es descubrir el hilo negro, pero ejercitaré un poco mi memoria recordando algunos de los relatos que el libro, o los libros, contienen y lo que llama la atención en ellos.

Tlön, Uqbar, Orbis, Tertius es un relato en el que intelectuales de diversas partes del mundo crean, mejor dicho, imaginan, la configuración un universo distinto al nuestro indicando los datos de éste en diversos tomos de una enciclopedia.

Las ruinas circulares es la historia de un mago que sueña a un hombre. Lo sueña de un modo tan preciso que intenta recrear la vida entera del hombre dentro del sueño, pero ¿qué ocurre con la realidad del propio mago que sueña?

La lotería en Babilonia nos habla del azar, o mejor dicho, de cómo la probabilidad de que distintos eventos ocurran puede alterar el universo entero.

El Examen de la obra de Herbert Quain es un cuento en forma de ensayo o de análisis literario. Dentro de su contenido se muestra la idea de sugerir la creación de una novela que en sí misma es nueve novelas. Nos dice Borges: Trece capítulos integran la obra. El primero refiere el ambiguo diálogo de unos desconocidos en un andén. El segundo refiere los sucesos de la víspera del primero. El tercero, también retrógrado, refiere los sucesos de otra posible víspera del primero; el cuarto, los de otra. Cada una de esas tres vísperas (que rigurosamente se excluyen) se ramifica en otras tres vísperas, de índole muy diversa. La obra total consta, pues, de nueve novelas; cada novela, de tres largos capítulos.

La biblioteca de Babel es lo inverso a El libro de arena: una biblioteca que en sí misma contiene todas las combinaciones posibles de letras y textos coherentes en sus libros.

El jardín de senderos que se bifurcan es una metáfora en la que algunos ven nociones de física cuántica y otros la forma en la que la muerte o el destino (pueden ser lo mismo) alcanzan a una persona: en cualquiera de los enfoques es el tiempo el que juega un papel crucial.

En Funes el memorioso se narra la historia de un muchacho del campo que tiene el don de una memoria sin límites.

El milagro secreto nos muestra el desarrollo de un prodigio mudo, únicamente perceptible para quien goza de él.

Tres versiones de Judas plantea un argumento muy sugerente: si se supone que el redentor debería de ser vituperado y sufrir la peor de las humillaciones al venir a la Tierra, ¿quién fue Judas? ¿Qué papel tuvo él en esto? ¿En qué lo convierte? Después de proponer la tesis, se nos dice: Los teólogos de todas las confesiones lo refutaron. Lars Peter Engström lo acusó de ignorar, o de preterir, la unión hipostática; Axel Borelius, de renovar la herejía de los docetas, que negaron la humanidad de Jesus; el acerado obispo de Lund, de contradecir el tercer versículo del capítulo 22 del Evangelio de San Lucas.

Dejé a un lado en este comentario algunas piezas como Pierre Menard, autor del Quijote o El Sur, de la que el autor nos dice que es acaso su mejor cuento, debido a que el criterio que prima aquí es el de mi memoria pese a que en algunas partes eché mano directamente del texto del libro. Hace tiempo que no vuelvo sobre todos sus relatos y creo que es más fácil que perdure en mi memoria la exposición de una idea interesante o curiosa a la de una excelente calidad literaria, por desgracia. De todos modos, en casi todos los textos de Borges ambas van de la mano.



jueves, 21 de mayo de 2009

Qué puede ocurrir cuando se ofende al prójimo de acuerdo al budismo según Borges y al cristianismo


Dicen Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero en El libro de los seres imaginarios:

El Cien Cabezas

El Cien Cabezas es un pez creado por el karma de unas palabras, por su póstuma repercusión en el tiempo. Una de las biografías chinas del Buddha refiere que éste se encontró con unos pescadores, que tironeaban de una red. Al cabo de infinitos esfuerzos, sacaron a la orilla un enorme pez, con una cabeza de mono, otra de perro, otra de caballo, otra de zorro, otra de cerdo, otra de tigre, y así hasta el número cien. El Buddha le preguntó:

—¿No eres Kapila?

—Soy Kapila —respondieron las cien cabezas antes de morir.

El Buddha explicó a los discípulos que en una encarnación anterior, Kapila era un brahmán que se había hecho monje y que a todos había superado en la inteligencia de los textos sagrados. A veces, los compañeros se equivocaban y Kapila les decía cabeza de mono, cabeza de perro, etc. Cuando murió, el karma de esas invectivas acumuladas lo hizo renacer monstruo acuático, agobiado por todas las cabezas que había dado a sus compañeros.




Dice Mateo 5:21-26 (RVR 1960), poniendo estas palabras en boca de Jesús:

Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio.
Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego.
Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti,
deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda.
Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel.
De cierto te digo que no saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante.

lunes, 4 de mayo de 2009

Los dos reyes y los dos laberintos; J. L. Borges


Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó a construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía otro laberinto y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. Luego regresó a Arabia, juntó sus capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derribo sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto. Cabalgaron tres días, y le dijo: "¡Oh, rey del tiempo y substancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que veden el paso."

Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en la mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea con aquel que no muere.

viernes, 27 de marzo de 2009

Parábola del palacio; J. L. Borges


Aquel día, el Emperador Amarillo mostró su palacio al poeta. Fueron dejando atrás, en largo desfile, las primeras terrazas occidentales que, como gradas de un casi inabarcable anfiteatro, declinan hacia un paraíso o jardín cuyos espejos de metal y cuyos intrincados cercos de enebro prefiguraban ya el laberinto. Alegremente se perdieron en él, al principio como si condescendieran a un juego y después no sin inquietud, porque sus rectas avenidas adolecían de una curvatura muy suave pero continua y secretamente eran círculos. Hacia la medianoche, la observación de los planetas y el oportuno sacrificio de una tortuga les permitieron desligarse de esa región que aprecia hechizada, pero no del sentimiento de estar perdido, que los acompañó hasta el fin. Antecámaras y patios y bibliotecas recorrieron después y una sala exagonal con una clepsidra, y una mañana divisaron desde una torre un hombre de piedra, que luego se les perdió para siempre. Muchos resplandecientes ríos atravesaron en canoas de sándalo, o un solo río muchas veces. Pasaba el séquito imperial y la gente se prosternaba, pero un día arribaron a una isla en que alguno no lo hizo, por no haber visto nunca al Hijo del Cielo, y el verdugo tuvo que decapitarlo. Negras cabelleras y negras danzas y com-plicadas mascaras de oro vieron con indiferencia sus ojos; lo real se confundía con lo soñado o, mejor dicho, lo real era una de las configuraciones del sueño. Parecía imposible que la tierra fuera otra cosa que jardines, aguas, arquitecturas y formas de esplendor. Cada cien pasos una torre cortaba el aire; para los ojos el color era idéntico, pero la primera de todas era amarilla y la última escarlata, tan delicadas eran las gradaciones y tan larga la serie.

Al pie de la penúltima torre fue que el poeta (que estaba como ajeno a los espectáculos que eran maravilla de todos) recitó la breve composición que hoy vinculamos indisolublemente a su nombre y que, según repiten los historiadores mas elegantes, le deparó la inmortalidad y la muerte. El texto se ha perdido; hay quien entiende que constaba de un verso; otros, de una sola palabra. Lo cierto, lo increíble, es que en el poema estaba entero y minucioso el palacio enorme, con cada ilustre porcelana y cada dibujo en cada porcelana y las penumbras y las luces de los crepúsculos y cada instante desdichado o feliz de las gloriosas dinastías de mortales, de dioses y de dragones que habitaron en el desde el interminable pasado. Todos callaron, pero el Emperador exclamó: ¡Me has arrebatado el palacio! y la espada de hierro del verdugo segó la vida del poeta.

Otros refieren de otro modo la historia. En el mundo no puede haber dos cosas iguales; bastó (nos dicen) que el poeta pronunciara el poema para que desapareciera el palacio, como abolido y fulminado por la última sílaba. Tales leyendas, claro está, no pasan de ser ficciones literarias. El poeta era esclavo del emperador y murió como tal; su composición cayó en el olvido porque merecía el olvido y sus descendientes buscan aún, y no encontrarán, la palabra del universo.

De: El hacedor

lunes, 2 de febrero de 2009

El libro de arena; Jorge Luis Borges


Relatos.

Las piezas que componen este libro son, de acuerdo al autor, de un estilo llano, casi oral, y de un argumento imposible, y cumple cabalmente con esto.

El otro narra el encuentro de Borges consigo mismo, sólo que de menor edad. El tiempo nos permite darnos cuenta de similitudes y diferencias.

Ulrica es uno de los cuentos centrados en la experiencia del encuentro del yo con una mujer, tema raro, si no es que único en su tipo, dentro de la literatura borgiana.

El Congreso es una fábula idealista de proporciones globales.

There are more things está dedicado a la memoria de H. P. Lovecraft. Es uno de mis favoritos en este libro. Después de haberlo leído no veo del mismo modo los aparatos del gimnasio al que asisto.

La Secta de los Treinta habla de las prácticas heréticas de los miembros de un grupo hermético.

La noche de los dones cuenta cómo un joven pudo vivir en una sola noche experiencias que a otros ocurren espaciadas en el transcurso de toda una vida.

El espejo y la máscara y Undr están elaborados en base a un tema recurrente en Borges: la capacidad de una palabra para contener y representar demasiado, si no es que el universo entero. Este tema también aparece en relatos que se encuentran en otros de sus libros, por ejemplo: la Parábola del palacio (en El hacedor) , así como El Aleph (en el libro con el mismo nombre), donde se habla de un punto que en sí mismo contiene todos los puntos del espacio.

Utopía de un hombre que está cansado se define por el título, es la historia de un probable futuro, no carente de cierto pesimismo (pero bueno, ¿cuál de los escritos de Borges no lo está?).

El soborno es otra de mis piezas favoritas en este libro: un relato lleno de humor (de nuevo advierto, humor borgiano…) en que reina felizmente la ironía alrededor del tema de la honestidad e imparcialidad de la que presumen los académicos de habla anglosajona. Hice un experimento: lo di a leer a un amigo americano que está a punto de obtener un doctorado en Loyola. Sin que me diera cuenta pasamos a otro tema cuando le pedí su opinión respecto al relato.

En Avelino Arredondo se narra la preparación del asesinato del presidente uruguayo Juan Idiarte Borda: lo que Arredondo tuvo que hacer antes de que todo sucediera.

El disco recurre a la descripción de las características del legendario disco de Odín que bien pudieron haber llevado a su desaparición.

El libro de arena es, por lo visto, una Biblioteca de Babel contenida en un solo ejemplar. ¿Cuántos libros de arena, a su vez, podría haber contenido la Biblioteca de Babel? Una nota al pie en ese relato ya hablaba de un objeto así.

miércoles, 21 de enero de 2009

Las uñas; Jorge Luis Borges


Dóciles medias los halagan de día y zapatos de cuero claveteados los fortifican, pero los dedos de mi pie no quieren saberlo. No les interesa otra cosa que emitir uñas: láminas córneas, semitransparentes y elásticas, para defenderse, ¿de quién? Brutos y desconfiados como ellos solos, no dejan un segundo de preparar ese tenue armamento. Rehúsan el universo y el éxtasis para seguir elaborando sin fin unas vanas puntas, que cercenan y vuelven a cercenar los bruscos tijeretazos de Solingen. A los noventa dias crepusculares de encierro prenatal establecieron esa única industria. Cuando yo esté guardado en la Recoleta, en una casa de color ceniciento provista de flores secas y de talismanes, continuarán su terco trabajo, hasta que los modere la corrupción. Ellos, y la barba de mi cara.

De: El hacedor

martes, 13 de enero de 2009

El disco; Jorge Luis Borges


Soy leñador. El nombre no importa. La choza en que nací y en la que pronto habré de morir queda al borde del bosque. Del bosque dicen que se alarga hasta el mar que rodea toda la tierra y por el que andan casas de madera iguales a la mía. No sé; nunca lo he visto. Tampoco he visto el otro lado del bosque. Mi hermano mayor, cuando éramos chicos, me hizo jurar que entre los dos talaríamos todo el bosque hasta que no quedara un solo árbol. Mi hermano ha muerto y ahora es otra cosa la que busco y seguiré buscando. Hacia el poniente corre un riacho en el que sé pescar con la mano. En el bosque hay lobos, pero los lobos no me arredran y mi hacha nunca me fue infiel. No he llevado la cuenta de mis años. Sé que son muchos. Mis ojos ya no ven. En la aldea, a la que ya no voy porque me perdería, tengo fama de avaro pero ¿qué puede haber juntado un leñador del bosque?
___Cierro la puerta de mi casa con una piedra para que la nieve no entre. Una tarde oí pasos trabajosos y luego un golpe. Abrí y entró un desconocido. Era un hombre alto y viejo, envuelto en una manta raída. Le cruzaba la cara una cicatriz. Los años parecían haberle dado más autoridad que flaqueza, pero noté que le costaba andar sin el apoyo del bastón. Cambiamos unos palabras que no recuerdo. Al fin dijo:
___-No tengo hogar y duermo donde puedo. He recorrido toda Sajonia.
___Esas palabras convenían a su vejez. Mi padre siempre hablaba de Sajonia; ahora la gente dice Inglaterra.
___Yo tenía pan y pescado. No hablamos durante la comida. Empezó a llover. Con unos cueros le armé una yacija en el suelo de tierra, donde murió mi hermano. Al llegar la noche dormimos.
___Clareaba el día cuando salimos de la casa. La lluvia había cesado y la tierra estaba cubierta de nieve nueva. Se le cayó el bastón. y me ordenó que lo levantara.
___-¿Por qué he de obedecerte? -le dije. -Porque soy un rey contestó.
___Lo creí loco. Recogí el bastón y se lo di.
___Habló con una voz distinta.
___-Soy rey de los Secgens. Muchas veces los llevé a la victoria en la dura batalla, pero en la hora del destino perdí mi reino. Mi nombre es Isern y soy de la estirpe de Odin.
___-Yo no venero a Odín -le contesté-. Yo venero a Cristo.
___Como si no me oyera continuó:
___-Ando por los caminos del destierro pero aún soy el rey porque tengo el disco. ¿Quieres verlo?
___Abrió la palma de la mano que era huesuda. No había nada en la mano. Estaba vacía. Fue sólo entonces que -advertí que siempre la había tenido cerrada. Dijo, mirándome con fijeza: -Puedes -tocarlo.
___Ya con algún recelo puse la punta de los dedos sobre la palma. Sentí una cosa fría y vi un brillo. La mano se cerró bruscamente. No dije nada. El otro continuó con paciencia como si hablara con un niño:
-Es el disco de Odín. Tiene un solo lado. En la tierra no hay otra cosa que tenga un solo lado. Mientras esté en mi mano seré el rey.
___-¿Es de oro? -le dije.
___-No sé. Es el disco de Odín y tiene un solo lado.
___Entonces yo sentí la codicia de poseer el disco. Si fuera mío, lo podría vender por una barra de oro y sería un rey.
___Le dije al vagabundo que aún odio:
___-En la choza tengo escondido un cofre de monedas. Son de oro y brillan como el hacha. Si me das el disco de Odín, yo te doy el cofre.
___Dijo tercamente:
___-No quiero.
___-Entonces -dije- puedes proseguir tu camino.
___Me dio la espalda. Un hachazo en la nuca bastó y sobró para que vacilara y cayera, pero al caer abrió la mano y en el aire vi el brillo. Marqué bien el lugar con el hacha y arrastré el muerto hasta el arroyo que estaba muy crecido. Ahi lo tiré.
___Al volver a mi casa busqué el disco. No lo encontré. Hace años que sigo buscando.

viernes, 9 de enero de 2009

La vuelta; Jorge Luis Borges


Al cabo de los años del destierro
volví a la casa de mi infancia
y todavía me es ajeno su ámbito.
Mis manos han tocado los árboles
como quien acaricia a alguien que duerme
y he repetido antiguos caminos
como si recobrara un verso olvidado
y vi al desparramarse la tarde
la frágil luna nueva
que se arrimó al amparo sombrío
de la palmera de hojas altas,
como a su nido el pájaro.

¡Qué caterva de cielos
abarcará entre sus paredes el patio,
cuánto heroico poniente
militará en la hondura de la calle
y cuánta quebradiza luna nueva
infundirá al jardín su ternura,
antes que vuelva a reconocerme la casa
y de nuevo sea un hábito!

domingo, 21 de diciembre de 2008

Dejar de escribir (fragmento), Eduardo Torres, Las niñas de Lewis Carroll; Augusto Monterroso

1983

Dejar de escribir (fragmento)

¿Qué hace que uno deje de pronto y para siempre de escribir, de pintar o de componer música? A esto contesté pronto y sin vacilaciones y razonada y claramente, como siempre lo hace uno cuando responde a una pregunta cuya respuesta no existe.


[10 de diciembre]

Eduardo Torres

A propósito de lo anterior, recuerdo la proposición de Eduardo Torres, consistente en que a todo poeta debería prohibírsele, por ley o decreto, publicar un segundo libro mientras él mismo no lograra demostrar en forma concluyente que su primer libro era lo suficientemente malo como para merecer una segunda oportunidad. Dentro de este tema de la persistencia en el esfuerzo o el abandonado total, que puede volverse obsesivo, con frecuencia me viene a la memoria la escena en que Don Quijote, después de probar su celada y darse cuenta de que no sirve para maldita la cosa, desiste de probarla por segunda vez, la da por buena y se lanza sin más al peligro y la aventura sin preocuparse de las consecuencias. Por otra parte, hay grados: no publicar, no escribir, no pensar. Existen también los que recorren este camino en sentido contrario: no pensar, escribir, publicar.

Las niñas de Lewis Carroll

Contraviniendo mis principios y movido quién sabe por qué fuerzas extrañas, el otro día me encontré dando una conferencia (que preferí llamar charla y convertir en una especie de diálogo con el público, lo que no logré), sobre literatura infantil, en la Capilla Alfonsina. En México muchos damos por supuesto que este nombre de Capilla Alfonsina se entiende fácilmente porque conocemos su historia, tratamos aunque fuera de lejos a Alfonso Reyes, y sabemos que originalmente ésta fue su biblioteca y que él mismo, en broma o en serio, esto será siempre un enigma para mí, la llamaba gustoso en esta forma. Pero a un extranjero, si es que a Borges se le puede llamar extranjero, la cosa no le suena y se ríe un poco, y ahora recuerdo que en una conversación le dijo a un periodista en Buenos Aires: "Imagínese si aquí se le ocurriera a alguien llamar Capilla Leopoldina a la biblioteca de Lugones". Como quiera que sea, la Capilla es la Capilla y últimamente, ya sin los libros que formaron la biblioteca original de Reyes, se ha convertido en museo y en centro de conferencias y presentaciones de escritores. En otro tiempo, todavía rodeado por los viejos volúmenes, me tocó dirigir en ella un taller de cuento, más bien de teoría literaria con el pretexto del cuento, y una vez por semana, como a las once de la mañana, acudía allí a enseñar algo que yo necesitaba aprender, lo que no dejaba de atormentarme los seis días anteriores.

En esta ocasión fui presentado por Florencio Sánchez Cámara, cuyo libro Los conquistadores de papel acaba de aparecer. Previamente me había pasado más de un mes leyendo unas veces y releyendo otras, lo que tenía olvidado o recordaba mal el tema. Fue un gran placer reexaminar Alicia y cuanto encontré a su alrededor; halagó mi vanidad ver otra vez mi nombre, a propósito de espejos fantásticos, en el prólogo de Ulalume González de León a su libro. El riesgo del placer, que recoge sus traducciones de La Caza del Snark, Jabbewocky y otros divertimientos de Carroll que sólo con gran optimismo podría considerarse hoy en día literatura para niños; leí y releí otros prólogos y biografía de este hombre extraño y me acerqué a sus juegos matemáticos que no entiendo para nada, si bien poco me costó entender su afición a las niñas menores de edad cuando una vez más escudriñé, con curiosidad malsana, sus fotografías de la ninfeta Alice Liddell y amigas a quienes el buen Lewis trataba incluso de fotografiar desnudas. Ni qué decir que releí también El Principito, con la melancolía propia del caso ante la inutilidad de los llamados a la cordura que en él hace Saint-Exupéry y el recuerdo de su desaparición nocturna; o que intenté con denuedo interesarme en el Platero de Juan Ramón Jiménez, libro demasiado angelical según mi gusto deformado para siempre por las inmundicias de los yahoos de Swift. Total, más de un mes de lecturas para a última hora no decir nada de la literatura infantil sino dos o tres cosas contra los crímenes que se comente en su nombre, cuando para alimentar las supuestamente ingenuas mentes de los niños se adaptan, por ejemplo, los Viajes de Gulliver en veinte páginas y Don Quijote en otras tantas, con por lo menos dos resultados nefastos: reducir esos libros a su más pobre expresión visual (enanitos febriles empeñados en mantener atado a un hombre y un caballo escuálidos lanzados al ataque de unos molinos de viento, ante la alarma de un hombre rechoncho y su burro condenados sin remedio a representar la postura contraria al ideal) y hacer que, de adultos, esos niños crean sinceramente haber leído esos libros e incluso lo aseguren sin pudor.

[17 de diciembre]

De: La letra e

lunes, 15 de diciembre de 2008

La rosa; J. L. Borges

A Judith Machado
La rosa,
la inmarcesible rosa que no canto,
la que es peso y fragancia,
la del negro jardín en la alta noche,
la de cualquier jardín y cualquier tarde,
la rosa que resurge de la tenue
ceniza por el arte de la alquimia,
la rosa de los persas y de Ariosto,
la que siempre está sola,
la que siempre es la rosa de las rosas,
la joven flor platónica,
la ardiente y ciega rosa que no canto,
la rosa inalcanzable.

De: Fervor de Buenos Aires

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Bahamut; J. L. Borges con Margarita Guerrero


La fama de Bahamut llegó a los desiertos de Arabia, donde los hombres alteraron y magnificaron su imagen. De hipopótamo o elefante lo hicieron pez que se mantiene sobre un agua sin fondo y sobre el pez imaginaron un toro y sobre el toro una montaña hecha de rubí y sobre la montaña un ángel y sobre el ángel seis infiernos y sobre los infiernos la tierra y sobre la tierra siete cielos. Leemos en una tradición recogida por Lane:

«Dios creó la tierra, pero la tierra no tenía sostén y así bajo la tierra creó un ángel. Pero el ángel no tenía sostén y así bajo los pies del ángel creó un peñasco hecho de rubí. Pero el peñasco no tenía sostén y así bajo el peñasco creó un toro con 4 mil ojos, orejas, narices, bocas, lenguas y pies. Pero el toro no tenía sostén y así bajo el toro creó un pez llamado Bahamut, y bajo el pez puso agua, y bajo el agua puso oscuridad, y la ciencia humana no ve más allá de ese punto.»

Otros declaran que la tierra tiene su fundamento en el agua; el agua, en el peñasco; el peñasco, en la cerviz del toro; el toro, en un lecho de arena; la arena, en Bahamut; Bahamut, en un viento sofocante; el viento sofocante, en una neblina. La base de la neblina se ignora.

Tan inmenso y tan resplandeciente es Bahamut que los ojos humanos no pueden sufrir su visión. Todos los mares de la tierra, puestos en una de sus fosas nasales, serían como un grano de mostaza en mitad del desierto. En la noche 496 del libro de Las Mil y Una Noches, se refiere que a Isa (Jesús) le fue concedido ver a Bahamut y que, lograda esa merced, rodó por el suelo y tardó tres días en recobrar el conocimiento. Se añade que bajo el desaforado pez hay un mar, y bajo el mar un abismo de aire, y bajo el aire, fuego, y bajo el fuego, una serpiente que se llama Falak, en cuya boca están los infiernos.

La ficción del peñasco sobre el toro y del toro sobre Bahamut y de Bahamut sobre cualquier otra cosa parece ilustrar la prueba cosmológica de que hay Dios, en la que se argumenta que toda causa requiere una causa anterior y se proclama la necesidad de afirmar una causa primera, para no proceder en infinito.

De: El libro de los seres imaginarios

martes, 18 de noviembre de 2008

La proxemia del amor humano


Dice Wisława Szymborska en su poema

Estoy demasiado cerca

Estoy demasiado cerca para que él sueñe conmigo.
No vuelo sobre él, de él no huyo
entre las raíces arbóreas. Estoy demasiado cerca.
No es mi voz el canto del pez en la red.
Ni de mi dedo rueda el anillo.
Estoy demasiado cerca. La gran casa arde
sin mí gritando socorro. Demasiado cerca
para que taña la campana en mi cabello.
Estoy demasiado cerca para que pueda entrar como un huésped
que abriera las paredes a su paso.
Ya jamás volveré a morir tan levemente,
tan fuera del cuerpo, tan inconsciente,
como antaño en su sueño. Estoy demasiado cerca,
demasiado cerca. Oigo el silbido
y veo la escama reluciente de esta palabra,
petrificada en abrazo. Él duerme,
en este momento, más al alcance de la cajera de un circo
ambulante con un solo león, vista una vez en la vida,
que de mí que estoy a su lado.
Ahora, para ella crece en él el valle
de hojas rojas cerrado por una montaña nevada
en el aire azul. Estoy demasiado cerca,
para caer del cielo. Mi grito
sólo podría despertarle. Pobre,
limitada a mi propia figura,
mas he sido abedul, he sido lagarto,
y salía de tiempos y damascos
mudando los colores de mi piel. Y tenía
el don de desaparecer de sus ojos asombrados,
lo cual es la riqueza de las riquezas. Estoy demasiado cerca,
demasiado cerca para que él sueñe conmigo.
Saco mi brazo que está debajo de su cabeza dormida,
Mi brazo dormido, lleno de agujas imaginarias.
En la punta de cada una de ellas, para su recuento,
se han sentado ángeles caídos.

Traducción de Elźbieta Bortkiewicz

Jorge Luis Borges en un fragmento de su ensayo: Historia de la eternidad, contenida en el libro del mismo nombre, registra...

"[...] aquel terrible pasaje de Lucrecio, sobre la falacia del coito: Como el sediento que en el sueño quiere beber y agota formas de agua que no lo sacian y perece abrasado por la sed en el medio de un río: así Venus engaña a los amantes con simulacros, y la vista de un cuerpo no les da hartura, y nada pueden desprender o guardar, aunque las manos indecisas y mutuas recorran todo el cuerpo. Al fin, cuando en los cuerpos hay presagio de dichas y Venus está a punto de sembrar los campos de la mujer, los amantes se aprietan con ansiedad, diente amoroso contra diente; del todo en vano, ya que no alcanzan a perderse en el otro ni a ser un mismo ser."

Ambos abordan el tema de la compenetración que existe entre los amantes. Szymborska transmite en su poema una cruda verdad: mientras más cerca se encuentre del hombre que ama, más distante se encuentra en el pensamiento de éste, pues no es necesario perseguir lo que se ha alcanzado, lo seguro, lo que ya se posee... qué mejor y más melancólica figura de ello que la contamplación de su amado dormido al lado suyo, segura de una sola cosa: que en el sueño de él, en ese profundo sueño, ella no tiene cabida...

Vayamos ahora a lo que precede al sueño de al menos uno de los amantes. Cuando Borges cita a Lucrecio se nos presenta otra clase de insatisfacción: aún la consumación de la unión carnal deja a quienes se aman con una sensación de haber sido burlados, de hallarse faltos, de no alcanzar la plena unión: tú sigues siendo tú y estás aquí junto a mí, pero de algún modo seguimos distantes, es imposible fundirnos plenamente. A veces pienso que acaso el ansia de representar el alcance de la unión perfecta, o la futilidad del intento, fueron causa de la metáfora y la analogía, materias primas de la literatura.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Un poco de humor borgiano en Historia de la eternidad y respecto al destino de los muertos en el cristianismo

Generaciones de hombres idolátricos habían habitado la tierra, sin ocasión de rechazar o abrazar la palabra de Dios; era tan insolente imaginar que pudieran salvarse sin ese medio, como negar que algunos de sus varones, de famosa virtud, serían excluidos de la gloria. (Zwingli, 1523, declaró su esperanza personal de compartir el cielo con Hércules, con Teseo, con Sócrates, con Arístides, con Aristóteles y con Séneca.) Una amplificación del noveno atributo del Señor (que es la omnisciencia) bastó para conjurar la dificultad. Se promulgó que esta importaba el conocimiento de todas las cosas: vale decir, no sólo de las reales, sino de las posibles también. Se rebuscó un lugar en las Escrituras que permitiera ese complemento infinito, y se encontraron dos: uno, aquel del primer Libro de los Reyes en que el Señor le dice a David que los hombres de Keilah van a entregarlo si no se va de la ciudad, y él se va; otro, aquel del Evangelio según Mateo, que impreca a dos ciudades: ¡Ay de ti, Korazín! ¡Ay de ti, Bethsaida! porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho las maravillas que en vosotras se han hecho, ha tiempo que se hubieran arrepentido en saco y en ceniza. Con ese repetido apoyo, los modos potenciales del verbo pudieron ingresar en la eternidad: Hércules convive en el cielo con Ulrich Zwingli porque Dios sabe que hubiera observado el año eclesiástico, la Hidra de Lerna queda relegada a las tinieblas exteriores porque le consta que hubiera rechazado el bautismo.

J. L. Borges
Historia de la eternidad II (fragmento)
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Sí, bueno... poniéndonos más serios... el tema de quiénes estarán en el cielo es uno muy recurrente en la teología. Así, a lo largo de la historia han existido conflictos dentro del cristianismo respecto al destino de los niños que mueren sin el bautismo -este tema es tratado por Borges unas líneas más arriba del fragmento del presente ensayo-, el pecado original y la salvación de las personas que han muerto y que fueron "buenas" pero nunca escucharon el Evangelio, ¿cómo las juzgará Dios?, se preguntan.

Hay algunos que nos quedamos con la pregunta, pero otros más se aventuran a dar respuestas definitivas, aunque especulatorias. Podemos citar el caso del limbo dentro de la teología católica. Algunos católicos reconocen que si bien, esta doctrina forma parte de la tradición, no se encuentra fundamento alguno de ella en la Escritura.

Al respecto, Dios no nos deja en el absoluto silencio. Lejos de toda especulación, la Biblia no se cansa de repetir en múltiples pasajes que el juicio de Dios sobre los muertos será justo (Salmos 19:9, 119:7,137, Juan 5:30 y Apocalipsis 16:7 son sólo un mínimo ejemplo). Bástenos esa contestación y ese consuelo.

Alan

viernes, 7 de noviembre de 2008

Argumentum Ornithologicum; J. L. Borges

Cierro los ojos y veo una bandada de pájaros. La visión dura un segundo o acaso menos; no sé cuántos pájaros vi. ¿Era definido o indefinido su número? El problema involucra la existencia de Dios. Si Dios existe, el número es definido, porque Dios sabe cuántos pájaros vi. Si Dios no existe, el número es indefinido, porque nadie pudo llevar la cuenta. En tal caso, vi menos de diez pájaros (digamos) y más de uno; pero no vi nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres o dos pájaros. Vi un número entre diez y uno, que no es nueve, ocho, siete, seis, cinco, etcétera. Ese número entero es inconcebible; ergo, Dios existe.

De: El hacedor

miércoles, 15 de octubre de 2008

Vivir o morir, ¿qué es mejor?

A. -Distraídos en razonar la inmortalidad, habíamos dejado que anocheciera sin encender la lámpara. No nos veíamos las caras. Con una indiferencia y una dulzura más convincentes que el fervor, la voz de Macedonio Fernández repetía que el alma es inmortal. Me aseguraba que la muerte del cuerpo es del todo insignificante y que morirse tiene que ser el hecho más nulo que puede sucederle a un hombre. Yo jugaba con la navaja de Macedonio; la abría y la cerraba. Un acordeón vecino despachaba infinitamente La Cumparsita, esa pamplina consternada que les gusta a muchas personas, porque les mintieron que es vieja... Yo le propuse a Macedonio que nos suicidáramos, para discutir sin estorbo.

Z (burlón). -Pero sospecho que al final no se resolvieron.

A (ya en plena mística). -Francamente no recuerdo si esa noche nos suicidamos.


De: El Hacedor
Jorge Luis Borges
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Después de que una amiga me dijera que daba lo mismo estar vivos o muertos, pues ella dudaba de todo, incluso de nuestra propia existencia, le sugerí que hiciera lo mismo que en diálogo anterior: que se suicidara. Después de todo, de acuerdo a ella daría lo mismo.

Ahora me doy cuenta de que fui demasiado brusco e imparcial con ella, hubiera sido más sensato decirle que dejara su decisión al resultado de un lanzamiento de moneda.

Ella respondió que no lo haría, pues no sabía a ciencia cierta qué ocurre después de la muerte y al menos sabía qué era estar viva. Extraña situación es afirmar que se está vivo pero dudar de todo lo demás…

Al menos podemos concluir algo muy sencillo: para los seres vivos no es lo mismo la vida que la muerte, puesto que sabemos más de la primera.

¿Qué sabemos, entonces, de la muerte?

El relato de Borges es franco al hablar de la posibilidad de que exista algo para alguien después de morir o de que todo acabe ahí.

Creo que respecto a lo que ocurre después de la muerte los seres humanos sólo podemos…

a) Realizar conjeturas de lo que imaginamos que viene después de ella (incluida aquí la creencia de que la existencia acaba en la muerte, pues ¿quién puede afirmar por sí mismo esto?).

b) Apelar a un conocimiento que no provenga de nosotros, sino que nos sea dado; es decir, algo que le diga a los humanos qué ocurre después de la muerte. Las religiones, por ejemplo, tienden a apelar a un conocimiento que es superior al del hombre, pero otorgado al mismo, una revelación.

c) Afirmar que no sabemos lo que ocurre después de ella.

En el diálogo de Borges, A opta por esta tercera opción, mientras que la voz de Macedonio Fernández parece hacerlo por la primera (o eso parece, podría haberlo hecho también por la segunda posibilidad, pero en el diálogo no se nos dice cómo ha llegado a su conclusión).

El diálogo que tuve con mi amiga me hizo recordar aquél pasaje en Filipenses 1, en el que el apóstol Pablo discurre entre qué es mejor para él, si la vida o la muerte:

Vv. 20-22: […] ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte. Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. Mas si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger.

Ninguno de los dos sabía qué escoger, pero al final tanto Pablo como mi amiga eligieron lo mismo, aunque esto fue por distintos motivos en cada uno…

Vv. 23-26: Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor; pero quedar en la carne es más necesario por causa de vosotros. Y confiado en esto, sé que quedaré, que aún permaneceré con todos vosotros, para vuestro provecho y gozo de la fe, para que abunde vuestra gloria de mí en Cristo Jesús por mi presencia otra vez entre vosotros.

domingo, 12 de octubre de 2008

Las personas [inserta aquí el adjetivo que mejor te describa] van al cielo; las que no lo son, a cualquier lugar...

Los Ángeles de Swedenborg

Durante los últimos veinticinco años de su estudiosa vida, el eminente hombre de ciencia y filósofo Emanuel Swedenborg (1688-1772) fijó su residencia en Londres. Como los ingleses son taciturnos, dio en el hábito cotidiano de conversar con demonios y ángeles. El Señor le permitió visitar las regiones ultraterrenas y departir con sus habitantes. Cristo había dicho que las almas, para entrar en el cielo, deben ser justas; Swedenborg añadió que deben ser inteligentes; Blake estipularía después que fueran artísticas. Los Ángeles de Swedenborg son las almas que han elegido el Cielo. Pueden prescindir de palabras; basta que un Ángel piense en otro para tenerlo junto a Él. Dos personas que se han querido en la tierra forman un solo Ángel. Su mundo está regido por el amor; cada Ángel es un Cielo. Su forma es la de un ser humano perfecto; la del Cielo lo es asimismo. Los Ángeles pueden mirar al norte, al sur, al este o al oeste; siempre verán a Dios cara a cara. Son ante todo teólogos; su deleite mayor es la plegaria y la discusión de problemas espirituales. Las cosas de la tierra son símbolos de las cosas del Cielo. El sol corresponde a la divinidad. En el Cielo no existe tiempo; las apariencias de las cosas cambian según los estados de ánimo. Los trajes de los Ángeles resplandecen según su inteligencia. En el Cielo los ricos siguen siendo más ricos que los pobres, ya que están habituados a la riqueza. En el Cielo, los objetos, los muebles y las ciudades son más concretos y complejos que los de nuestra tierra; los colores, más variados y vívidos. Los Ángeles de origen inglés propenden a la política; los judíos al comercio de alhajas; los alemanes llevan libros que consultan antes de contestar. Como los musulmanes están acostumbrados a la veneración de Mahoma, Dios los ha provisto de un Ángel que simula ser el Profeta. Los pobres de espíritu y los ascetas están excluidos de los goces del Paraíso porque no los comprenderían.

De: El libro de los seres imaginarios
J. L. Borges con Margarita Guerrero
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El sarcasmo y el fino humor se hacen patentes en esta descripción. Lo que me deja pensando son las añadiduras que los hombres hacen a la doctrina de Cristo como meras proyecciones de lo que cada uno es… al sabio le conviene que quienes vayan al cielo sean sabios; al artista, que sean artistas. Alguien podría decir que lo mismo ocurre con Cristo: un justo al que conviene que el cielo se gane a través de la justicia, pero el problema aquí es que estos dos hombres, tanto Swedenborg como Blake, aceptan la doctrina de Cristo como fundamental, y de hecho, desarrollan las suyas a partir del cristianismo. Si parten de la doctrina del cristianismo, entonces deberían haber reconocido la supremacía de Jesús sobre las enseñanzas de los demás, pero ellos añaden su propio pensamiento. Cristo dijo alguna vez de esto:

¡Ay de vosotros también, intérpretes de la ley! porque cargáis a los hombres con cargas que no pueden llevar, pero vosotros ni aun con un dedo las tocáis.

Lucas 11:46

Podría creer casi lo que sea respecto a lo que la gente piense en cuanto a lo terrenal; por ejemplo, que el gobierno ideal es uno compuesto por una aristocracia de filósofos y que la persona más apta para estar al frente de éste es un rey-filósofo (afirmación hecha, por supuesto, por un filósofo, no podría ser de otro modo...), pero en cuestiones espirituales no podría decir lo mismo…

Qué bueno que Jesucristo sólo dijo que lo que tengo que hacer para llegar al cielo es el ser justificado por su obra redentora sometiéndome a él; imagínense si luego me dicen que también tengo que ser inteligente (Swedenborg), artístico (Blake), famoso y atlético (digo, qué tal si a Beckham se le ocurre hacer su propia versión del cristianismo…).

domingo, 28 de septiembre de 2008

A Bao A Qu; J.L. Borges con Margarita Guerrero

Para contemplar el paisaje más maravilloso del mundo, hay que llegar al último piso de la Torre de Victoria, en Chitor. Hay ahí una terraza circular que permite dominar todo el horizonte. Una escalera de caracol lleva a la terraza, pero sólo se atreven a subir los no creyentes de la fábula, que dice así:

En la escalera de la Torre de la Victoria, habita desde el principio del tiempo el A Bao A Qu, sensible a los valores de las almas humanas. Vive en estado letárgico, en el primer escalón, y sólo goza de vida consciente cuando alguien sube la escalera. La vibración de la persona que se acerca le infunde vida, y una luz interior se insinúa en él. Al mismo tiempo, su cuerpo y su piel casi traslúcida empiezan a moverse. Cuando alguien asciende la escalera, El A Bao A Qu se coloca en los talones del visitante y sube prendiéndose del borde de los escalones curvos y gastados por los pies de generaciones de peregrinos. En cada escalón se intensifica su color, su forma se perfecciona y la luz que irradia es cada vez más brillante. Testimonio de su sensibilidad es el hecho de que sólo logra su forma perfecta en el último escalón, cuando el que sube es un ser evolucionado espiritualmente. De no ser así el A Bao A Qu queda como paralizado antes de llegar, su cuerpo incompleto, su color indefinido y la luz vacilante. El A Bao A Qu sufre cuando no puede formarse totalmente y su queja es un rumor apenas perceptible, semejante al roce de una seda. Pero cuando el hombre o la mujer que lo reviven están llenos de pureza, el A Bao A Qu puede llegar al último escalón, ya completamente formado e irradiando una viva luz azul. Su vuelta a la vida es muy breve, pues al bajar el peregrino, el A Bao A Qu rueda y cae hasta el escalón inicial, donde ya apagado y semejante a una lámina de contornos vagos, espera al próximo visitante. Sólo es posible verlo bien cuando llega a la mitad de la escalera, donde la prolongaciones de su cuerpo, que a manera de bracitos lo ayudan a subir, se definen con claridad. Hay quien dice que mira con todo el cuerpo y que el tacto recuerda a la piel del durazno. En el curso de los siglos el A Bao A Qu ha llegado una sola vez a la perfección.

El capitán Burton registra la leyenda del A Bao A Qu en una de las notas de su versión de las Mil y Una Noches.

De: El libro de los seres imaginarios
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Esta es una descripción de un ser imaginario muy original. Antes de leer acerca del A Bao A Qu no había escuchado de ningún ser parecido... digo, entre las diversas criaturas fantásticas: quiméricas, que escupen fuego, mágicas, que mueren y renacen, monstruosas, angelicales... no hay mucho que se le parezca a un ser que vive únicamente en la escalera de un edificio y que su formación y desarrollo de vida depende del espíritu de la persona que transita por ella. También me pregunto qué habría pensado Aristóteles al oir la descripción de este ser: ¿ilustraría, haría más confuso o sería irrelevante lo que puediera pensar del A Bao A Qu para exponer los conceptos de ser en acto y ser en potencia?

martes, 23 de septiembre de 2008

"El soborno", de J. L. Borges, y la búsqueda de la tolerancia y la imparcialidad

Este cuento se encuentra en El libro de Arena. Se puede leer en el siguiente sitio:

Borges parece atrevido cuando dice que entiende que el cuento no pudo haber ocurrido en otro lugar sino en el que él narra, pero después de pensarlo un poco creo estar de acuerdo con el escritor.

Últimamente las palabras tolerancia e imparcialidad están de moda, se consideran valores que deben prevalecer por encima de todas las cosas para que los miembros de una sociedad sean considerados civilizados, educados, plenamente humanos en pocas palabras. Es bueno apelar a estos valores, pero creo que esto se debe hacer con plena sinceridad y con las motivaciones correctas, pues las palabras intolerancia e imparcialidad pueden servir para esconder detrás de ellas precisamente actitudes que no son tolerantes ni imparciales (como se ve en el cuento) o que pueden ir en perjuicio de otros valores e ideales humanos.

La palabra tolerancia si se emplea indiscriminadamente puede ser utilizada para justificar casi cualquier cosa. De hecho, creo que debería existir una discriminación al querer ser tolerantes, pues de no hacerlo seríamos permisivos con todo, y ¿qué ocurriría con la moral y la ética, por ejemplo? No creo que sea sensato tolerarlo todo. La tolerancia debe subordinarse a algo más, no creo que pueda ser el valor que rija a una sociedad por encima de los otros, aunque es claro que se le necesita.

Por otro lado está la imparcialidad, que parece ser apreciada universalmente cuando se habla de emitir juicios. El problema que enfrenta en la actualidad este valor no es tanto el decidir si se le admite o no como algo a seguir por encima de otros valores o ideas, sino más bien el que las personas estén realmente comprometidas con la imparcialidad o simplemente se conformen con dar la apariencia de que este valor se sigue. Es más fácil hablar de tolerancia que de imparcialidad cuando nuestros propios actos o ideas son los que se juzgan.

La sociedad estadounidense, por ejemplo, presume de ser una de las más libres, tolerantes e imparciales que existen en el planeta. De ahí que sientan derecho, por ejemplo, a intervenir en los asuntos de otras naciones, pero también estaría bien que ellos mismos reflexionaran acerca de la jerarquización de sus valores y que analicen si realmente buscan seguir el espíritu de los mismos o si sólo se conforman con su apariencia, si se sienten satisfechos únicamente con la imagen de buscar seguir esos valores.

martes, 9 de septiembre de 2008

Abtu y Anet; J.L. Borges con Margarita Guerrero

Según la mitología de los egipcios, Abtu y Anet son dos peces idénticos y sagrados que van nadando ante la nave de Ra, dios del sol, para advertirlo contra cualquier peligro. Durante el día, la nave viaja por el cielo, del naciente al poniente: durante la noche, bajo tierra, en dirección inversa.


De: El libro de los seres imaginarios