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miércoles, 27 de agosto de 2008

Los McGee en Spoon River Anthology

Contexto: Spoon River Anthology es un conjunto de poemas de Edgard Lee Masters que se leen como si fueran las inscripciones de las tumbas de los habitantes de Spoon River, un pequeño poblado que por la imaginación y las vivencias del autor se puede situar en una región de Illinois, Estados Unidos. Después de muertos, cualquiera de los habitantes puede sincerarse respecto a cómo fue su vida. Es curioso verlos hablar sin temor, burlarse, ser honestos, incluso contar versiones contradictorias de lo que les ocurrió, aun si lo hacen después de su partida.

He aquí lo que los McGee tienen que decirnos cada uno respecto al otro:

Ollie McGee

Have you seen walking through the village

A man with downcast eyes and haggard face?

That is my husband who, by secret cruelty

Never to be told, robbed me of my youth and my beauty;

Till at last, wrinkled and with yellow teeth,

And with broken pride and shameful humility,

I sank into the grave.

But what think you gnaws at my husband’s heart?

The face of what I was, the face of what he made me!

These are driving him to the place where I lie.

In death, therefore, I am avenged.


Fletcher McGee


She took my strength by minutes,

She took my life by hours,

She drained me like a fevered moon

That saps the spinning world.

The days went by like shadows,

The minutes wheeled like stars.

She took the pity from my heart,

And made it into smiles.

She was a hunk of sculptor's clay,

My secret thoughts were fingers:

They flew behind her pensive brow

And lined it deep with pain.

They set the lips, and sagged the cheeks,

And drooped the eyes with sorrow.

My soul had entered in the clay,

Fighting like seven devils.

It was not mine, it was not hers;

She held it, but its struggles

Modeled a face she hated,

And a face I feared to see.

I beat the windows, shook the bolts.

I hid me in a corner

--And then she died and haunted me,

And hunted me for life.

martes, 26 de agosto de 2008

Robaiyyat, cuarteto nº 1 (edición de Sadeq Hedayat); Omar Jayyam

Aunque es mi rostro hermoso igual que el tulipán
y soy alto y esbelto lo mismo que el ciprés,
no se sabe, en la alegre y terrenal morada
para qué me formó el pintor primigenio.


Edición de Sadeq Hedayat
Versión española de Zara Behnam y Jesús Munárriz
poesía Hiperión
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Qué triste, pero no creo que pueda ser concebido de otro modo lo que expresa Jayyam: que el ser humano no puede saber el propósito de su existencia por más que mire a su alrededor o que se observe a sí mismo. No hay respuestas que vengan del hombre en ningún sitio.

Haría falta preguntarle al pintor primigenio, si es que nos lo quiere decir.

Alan

El lugar de la quietud eterna

Que otro se inquiete por su sepultura
Y edifique suntuosos monumentos a su carroña.
Yo no me preocupo de eso: mi tumba, mi roca y mi féretro,
En el que reposaré eternamente, han de ser el corazón de Jesús.

El peregrino querúbico I, 2
Angelus Silesius
Edición de Lluís Duch Álvarez
Ediciones Siruela, S. A., 2005
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De aquí en adelante, cualquier texto que aparezca de El peregrino querúbico será tomado de esta misma edición de Siruela a menos que se indique lo contrario. Simplemente se hará referencia a la obra por su título.

McDonald's; Julián Herbert

Nunca te enamores de 1 kilo
de carne molida.
Nunca te enamores de la mesa puesta,
de las viandas, de los vasos
que ella besaba con boca de insistente
mandarina helada, en polvo:
instantánea.
Nunca te enamores de este
polvo enamorado, la tos
muerta de un nombre (Ana,
Claudia, Tania: no importa,
todo nombre morirá), una llama
que se ahoga. Nunca te enamores
del soneto de otro.
Nunca te enamores de las medias azules,
de las venas azules debajo de la media,
de la carne del muslo, esa
carne tan superficial.
Nunca te enamores de la cocinera.
Pero nunca te enamores, también,
tampoco,
del domingo: futbol, comida rápida,
nada en la mente sino sogas como cunas.
Nunca te enamores de la muerte,
su lujuria de doncella,
su sevicia de perro,
su tacto de comadrona.
Nunca te enamores en hoteles, en
pretérito simple, en papel
membretado, en películas porno,
en ojos fulminantes como tumbas celestes,
en hablas clandestinas, en boleros, en libros
de Denis de Rougemont.
En el speed, en el alcohol,
en la Beatriz,
en el perol:
nunca te enamores de 1 kilo de carne molida.

Nunca.

No.
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Conocí este poema y el libro Kubla Khan, en el que se cuentra, a través de la autora de imagenes de cera. Procuraré no enamorarme así, pero confieso que sí lo he hecho de los sonetos de otros... ¿quién no?

Eva; Juan José Arreola

Él la perseguía a través de la biblioteca entre mesas, sillas y facistoles. Ella se escapaba hablando de los derechos de la mujer, infinitamente violados. Cinco mil años absurdos los separaban. Durante cinco mil años ella había sido inexorablemente vejada, postergada, reducida a la esclavitud. Él trataba de justificarse por medio de una rápida y fragmentaria alabanza personal, dicha con frases entrecortadas y trémulos ademanes.

En vano buscaba él los textos que podían dar apoyo a sus teorías. La biblioteca, especializada en literatura española de los siglos XVI y XVII, era un dilatado arsenal enemigo, que glosaba el concepto del honor y algunas atrocidades por el estilo.

El joven citaba infatigablemente a J. J. Bachofen, el sabio que todas las mujeres debían leer, porque les ha devuelto la grandeza de su papel en la prehistoria. Si sus libros hubieran estado a mano, él habría puesto a la muchacha ante el cuadro de aquella civilización oscura, regida por la mujer cuando la tierra tenía en todas partes una recóndita humedad de entraña y el hombre trataba de alzarse de ella en palafitos.

Pero a la muchacha todas estas cosas la dejaban fría. Aquel período matriarcal, por desgracia no histórico y apenas comprobable, parecía aumentar su resentimiento. Se escapaba siempre de anaquel en anaquel, subía a veces a las escalerillas y abrumaba al joven bajo una lluvia de denuestos. Afortunadamente, en la derrota, algo acudió en auxilio del joven. Se acordó de pronto de Heinz Wölpe. Su voz adquirió citando a este autor un nuevo y poderoso acento.

«En el principio sólo había un sexo, evidentemente femenino, que se reproducía automáticamente. Un ser mediocre comenzó a surgir en forma esporádica, llevando una vida precaria y estéril frente a la maternidad formidable. Sin embargo, poco a poco fue apropiándose ciertos órganos esenciales. Hubo un momento en que se hizo imprescindible. La mujer se dio cuenta, demasiado tarde, de que le faltaba ya la mitad de sus elementos y tuvo necesidad de buscarlos en el hombre, que fue hombre en virtud de esa separación progresista y de ese regreso accidental a su punto de origen.»

La tesis de Wölpe sedujo a la muchacha. Miró al joven con ternura. «El hombre es un hijo que se ha portado mal con su madre a través de toda la historia», dijo casi con lágrimas en los ojos.

Lo perdonó a él, perdonando a todos los hombres. Su mirada perdió resplandores, bajó los ojos como una madona. Su boca, endurecida antes por el desprecio, se hizo blanda y dulce como un fruto. Él sentía brotar de sus manos y de sus labios caricias mitológicas. Se acercó a Eva temblando y Eva no huyó.

Y allí en la biblioteca, en aquel escenario complicado y negativo, al pie de los volúmenes de conceptuosa literatura, se inició el episodio milenario, a semejanza de la vida en los palafitos.

miércoles, 20 de agosto de 2008

La casa de Asterión; Jorge Luis Borges

Y la reina dió a luz un hijo que se llamó Asterión

Apolodoro, Biblioteca, III, I


Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito* están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la Tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el Sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.


El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda transmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los días son largos.


Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos.) Pero de tantos juegos el que prefiero es el del otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.


No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Esto no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce [son infinitos] los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado Sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.


Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá que me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?


El Sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba un vestigio de sangre.


- ¿Lo creerás, Ariadna? - dijo Teseo -. El minotauro apenas se defendió.


A Marta Mosquera Eastman


*El original dice catorce, pero sobran motivos para inferir que en boca de Asterión, ese adjetivo numeral vale por infinitos.

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Este relato es rico en interpretaciones y contenido. ¿Quién es el minotauro? Puede que el autor haya pensado en sí mismo cuando lo escribía, pero también es cierto que más de algún lector se identificará con él.

Muchas veces creamos nuestro propio mundo, un laberinto que puede tener las funciones más opuestas: es un refugio que nos protege de los demás y a la vez es una prisión en que nos hallamos nosotros mismos. Es difícil querer admitir esto último, sobre todo cuando nos encerramos en algo que puede pasar para los demás como algo bueno, virtuoso, en el caso de Borges era la lectura empedernida. Para saber qué tan aprisionados estamos en nuestros propios hábitos deberíamos hacer introspección acerca de las motivaciones de lo que hacemos.

El minotauro comienza negando que se encuentra en una prisión, pero después lo va reconociendo poco a poco. Es patente su soledad. Nos habla del filósofo que desdeña la escritura, este es Sócrates. Platón nos cuenta en el Fedro por qué su maestro piensa así.


Finalmente, se toca el tema de la redención a través del más absoluto de los redentores para un ser solitario que se niega a ser otro que él mismo: la muerte. La muerte pone fin a las angustias de los hombres a través del minotauro, pero también él añora un redentor. Al igual que Job en medio de su existencia miserable, él sabe que su redentor vive y que al fin se levantará sobre el polvo (Job 19:25). Al igual que él lo hizo con los hombres que penetraban en su laberinto, su redentor viene a otorgarle el descanso absoluto, a liberarlo. ¿Cómo poder resistirse a tan bella oferta?

Alan

martes, 19 de agosto de 2008

Una petición cumplida

¡Quién diese ahora que mis palabras fuesen escritas!
¡Quién diese que se escribiesen en un libro;

Que con cincel de hierro y con plomo
Fuesen esculpidas en piedra para siempre!

Job 19:23-24

Del músculo al espíritu; Giovanni Papini

New Parthenon, 30 de marzo.

Se me ha ocurrido repentinamente una pequeña observación que quiero registrar en este diario, a fin de no olvidarla.


Los hombres, para conservar su vida y defenderse de las amenazas o resistencias hostiles del ambiente en que viven, siempre han debido recurrir a la fuerza, a una forma más o menos dócil de la energía física. Comenzaron utilizando el esfuerzo muscular propio; más adelante, una vez lograda la domesticación de los animales, recurrieron a la potencia muscular de éstos. Por espacio de muchos siglos la fuerza del viento fue tan sólo un auxiliar limitado y poco digno de confianza.


La revolución industrial del siglo XIX pudo tener a sus órdenes la fuerza del vapor obtenido del agua, cosa que pareció, y fue una conquista maravillosa.


Pero el vapor fue superado muy pronto, desde los últimos años del siglo, por las esencias minerales y por esa energía multiforme invisible, misteriosa y obediente, que es la electricidad. Hoy en día podemos prever que dentro de pocos años todas las fuentes de energía usufructuadas hasta ahora por el hombre, serán sustituidas por otra energía aún más misteriosa y potente, accesible para todos los pueblos la energía atómica.


En sus líneas esenciales ya está claro ese paso de las fuerzas individuales, bastas y débiles, hacia las fuerzas cada vez más universales, inmateriales y poderosísimas. ¿Nos detendremos en la utilización de la energía que se libera en la disgregación del átomo? ¿No hay tal vez en el hombre una energía mal conocida pero prodigiosa, que comúnmente se llama "espíritu" y que, en ciertos individuos y en determinados momentos, ha demostrado ser capaz de lograr efectos sorprendentes que hasta hoy ninguna maquina es capaz de producir? ¿Acaso no será posible que algún día tal vez lejano, esa energía espiritual, utilizada hasta ahora solamente para el trabajo del pensamiento, cuando esté educada, desarrollada y debidamente guiada, logre hacer todo lo que es necesario para la vida del hombre con la simple emanación y radiación de su voluntad? ¿No sucederá que en el próximo milenio, la veleidosa ilusión mágica de los primitivos llegue a convertirse en una realidad?


De: El libro negro

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, es interesante, casi de ciencia ficción el sueño de Papini, pero... ¿qué acaso no podemos considerar que la prevalencia del espíritu sobre el músculo ha existido desde el momento en que nos podemos considerar humanos? Después de todo, el simple cuerpo utilizado para la caza, los cuchillos de obsidiana, los azadones, los molinos, el carro tirado por caballos, la máquina de vapor, la energía atómica, ¿no surgieron todos, desde un sencillo movimiento de mano hasta el diseño de la máquina más avanzada, de la mente del ser humano? Siempre lo psíquico ha sido sobre la materia por el simple hecho de que el espíritu preside sobre el cuerpo. Si tomamos el concepto de espíritu como lo maneja el Gog de Papini, entonces podemos concluir que todo lo que el ser humano hace siempre ha provenido de una "energía espiritual".

La despedida de Horacio

Now cracks a noble heart! Good night, sweet Prince,
And flights of angels sing thee to thy rest.

-Horacio,
después de la muerte de Hamlet.

lunes, 18 de agosto de 2008

El retorno de Enoc, Elías y... ¿Nerón?

[Nerón] al constatar que no sólo en Roma sino en todas partes y a diario, una gran multitud se apartaba del culto de los dioses y, tras condenar la vieja religión se pasaba a la nueva, dada su condición de tirano execrable y funesto, se lanzó a la destrucción del templo celestial y al aniquilamiento de la justicia convirtiéndose así en el primer perseguidor de los siervos de Dios. A Pedro lo crucificó y a Pablo lo decapitó.

Pero no quedó impune, pues no le pasó a Dios inadvertida la vejación de su pueblo. En efecto, derribado del pedestal y derrocado de su poder supremo, este tirano desenfrenado desapareció tan de repente, que ni siquiera se ha podido descubrir el lugar en que se encuentra la sepultura de tan malvada bestia. De ahí viene el que algunos locos crean que ha sido transferido a algún lugar y conservado vivo de acuerdo con las palabras de la Sibila: “un matricida fugitivo vendrá de los confines de la tierra”. De este modo, por haber sido el primer perseguidor sería también el último y el predecesor de la venida del Anticristo. Esto es impío creerlo. De igual manera que algunos de los nuestros declaran que dos profetas fueron transportados vivos hasta los últimos tiempos que precederán al reino santo y eterno de Cristo, cuando comience el descenso de éste; así pasará que también vendrá Nerón para ser el precursor que abra camino al diablo, cuando venga a devastar la tierra y a subvertir al género humano.


Sobre la muerte de los perseguidores
El nacimiento del cristianismo y la persecución de Nerón 6-9
Lactancio
Traducción de Ramón Teja
Biblioteca Clásica Gredos
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Me parecen curiosos estos párrafos. Respecto a la muerte de Nerón, algunos afirman que tuvo que huir porque fue traicionado por su propia guardia, algo común entre los emperadores romanos. Nerón siempre se vio a sí mismo como un artista, amaba el arte en cierto modo. Dion Casio afirma que sus últimas palabras antes de suicidarse apuñalándose para evitar ser capturado fueron: ¡Qué artista muere conmigo!

La creencia de algunos de los cristianos de que Nerón regresaría como último perseguidor puede estar fundada en una interpretación de Mateo 19:30: Pero muchos primeros serán postreros, y postreros, primeros.

Sólo se conocen dos hombres en la Biblia que se afirma que no murieron: Enoc, a quien simplemente Dios se lo llevó un día para que no tuviera que vivir entre gente mala, y el profeta Elías, que fue arrebatado en un carro de fuego. Curiosamente el libro de Apocalipsis menciona a dos testigos que en los días del Anticristo vendrán a la tierra para castigar a los seguidores de la bestia haciendo milagros, pero que finalmente la bestia los vencerá y resucitarán al tercer día. Los cristianos que menciona Lactancio deben creer que estos dos testigos son Enoc y Elías:

Apocalipsis 11:3-13 (Reina-Valera 1960)

1 Entonces me fue dada una caña semejante a una vara de medir, y se me dijo: Levántate, y mide el templo de Dios, y el altar, y a los que adoran en él. 2 Pero el patio que está fuera del templo déjalo aparte, y no lo midas, porque ha sido entregado a los gentiles; y ellos hollarán la ciudad santa cuarenta y dos meses. 3 Y daré a mis dos testigos que profeticen por mil doscientos sesenta días, vestidos de cilicio. 4 Estos testigos son los dos olivos, y los dos candeleros que están en pie delante del Dios de la tierra. 5 Si alguno quiere dañarlos, sale fuego de la boca de ellos, y devora a sus enemigos; y si alguno quiere hacerles daño, debe morir él de la misma manera. 6 Estos tienen poder para cerrar el cielo, a fin de que no llueva en los días de su profecía; y tienen poder sobre las aguas para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con toda plaga, cuantas veces quieran. 7 Cuando hayan acabado su testimonio, la bestia que sube del abismo hará guerra contra ellos, y los vencerá y los matará. 8 Y sus cadáveres estarán en la plaza de la grande ciudad que en sentido espiritual se llama Sodoma y Egipto, donde también nuestro Señor fue crucificado. 9 Y los de los pueblos, tribus, lenguas y naciones verán sus cadáveres por tres días y medio, y no permitirán que sean sepultados. 10 Y los moradores de la tierra se regocijarán sobre ellos y se alegrarán, y se enviarán regalos unos a otros; porque estos dos profetas habían atormentado a los moradores de la tierra. 11 Pero después de tres días y medio entró en ellos el espíritu de vida enviado por Dios, y se levantaron sobre sus pies, y cayó gran temor sobre los que los vieron. 12 Y oyeron una gran voz del cielo, que les decía: Subid acá. Y subieron al cielo en una nube; y sus enemigos los vieron. 13 En aquella hora hubo un gran terremoto, y la décima parte de la ciudad se derrumbó, y por el terremoto murieron en número de siete mil hombres; y los demás se aterrorizaron, y dieron gloria al Dios del cielo.

Píntame angelitos negros; Andrés Eloy Blanco

¡Ah mundo! ¡ La negra Juana,
la mano que le pasó!
Se le murió su negrito,
sí, señor.

¡A compadrito del alma!
¡Tan sano que estaba el negro!
Yo no le acataba el pliegue,
yo no le miraba el güeso;
como yo me enflaquecía,
lo medía con mi cuerpo
se m'iba poniendo flaco,
como yo m'iba poniendo.
Se me murió mi negrito
Dios lo tendría dispuesto.
Ya lo tendrá colocao
como angelito del cielo.

Desengáñese comadre,
que no hay angelitos negros.

Pintor de santos de alcoba,
pintor sin tierra en el pecho,
que cuando pintas tus santos
no te acuerdas de tu pueblo,
que cuando pintas tus Virgenes
pintas angelitos bellos,
pero nunca te acordaste
de pintar un angel negro.

Pintor nacido en mi tierra,
con el pincel extranjero
pintor que sigues el rumbo
de tantos pintores viejos,
aunque la Virgen sea blanca,
píntame angelitos negros.

No hay un pintor que pintara
angelitos de mi pueblo.
Yo quiero angelitos blancos,
con angelitos morenos
y ángel de buena familia
no basta para mi cielo.

Si queda un pintor de santos,
si queda un pintor de cielos,
que haga el cielo de mi tierra
con los tonos de mi pueblo;
con sus ángeles catires,
con sus angelitos blancos,
con sus ángeles morenos,
con sus ángeles indios,
con sus ángeles negros,
que vayan comiendo mango
por las barriadas del cielo.

Si al cielo voy algún día,
tengo que hallarte en el cielo,
angelitico del diablo,
serafín cucurusero.

Si sabes pintar tu tierra,
así has de pintar tu cielo,
con su sol que tuesta blancos,
con su sol que suda negros,
porque para eso lo tienes
calienticos y de los buenos.
Aunque la Virgen sea blanca,
píntame angelitos negros.

No hay una iglesia de rumbo,
no hay una iglesia de pueblo,
donde hayan dejando entrar,
al cuadro angelitos negros.
Y entonces, ¿a dónde van,
angelitos de mi pueblo,
zamuritos de Guaribe,
torditos de Barlovento?

Pintor que pintas tu tierra,
si quieres pintar tu cielo,

cuando pintes angelitos,

acúerdate de tu pueblo,

y al lado del ángel rubio

y junto al ángel trigueño,

aunque la Virgen sea blanca,

píntame angelitos negros.


La sombra del ala; Amado Nervo

Tú que piensas que no creo
cuando argüimos los dos,
no imaginas mi deseo,
mi sed, mi hambre de Dios;

ni has escuchado mi grito
desesperante, que puebla
la entraña de la tiniebla
invocando al Infinito;

ni ves a mi pensamiento,
que empañado en producir
ideal, suele sufrir
torturas de alumbramiento.

Si mi espíritu infecundo
tu fertilidad tuviese,
forjado ya un cielo hubiese
para completar su mundo.

Pero di, ¿qué esfuerzo cabe
en un alma sin bandera
que lleva por dondequiera
tu torturador ¿quién sabe?;

que vive ayuna de fe
y, con tenaz heroísmo,
va pidiendo a cada abismo
y a cada noche un ¿por qué?

De todas suertes, me escuda
mi sed de investigación,
mi ansia de Dios, honda y muda;
y hay más amor en mi duda
que en tu tibia afirmación.