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jueves, 11 de junio de 2009

Mala fama para las mujeres de los filósofos


El siguiente es un fragmento del Fedón, en el que este personaje narra a Equidmo lo que aconteció en el último día de Sócrates. Más que el contenido del diálogo, lo que llama la atención aquí es la nota que el traductor hace al respecto:



Así que nos dimos aviso unos a otros de acudir lo antes posible al lugar acostumbrado. Y llegamos y, saliéndonos al encuentro el portero que solía atendernos, nos dijo que esperáramos y no nos presentásemos antes de que el nos lo indicara.

Es que los Once —dijo— desatan (de los grilletes) a Sócrates y le comunican que hoy morirá.

En fin, no tardó mucho rato en volver y nos invitó a entrar. Al entrar, en efecto, encontramos a Sócrates recién desencadenado, y a Jantipa —que ya conoces— que llevaba en brazos a su hijito y estaba sentada a su lado. Conque, en cuanto nos vio Jantipa, se puso a gritar, como acostumbran a hacer las mujeres:

—¡Ay, Sócrates, por última vez te hablarán tus amigos y tú a ellos!

Al punto Sócrates, dirigiendo una mirada a Critón le dijo:

—Critón, que alguien se la lleve a casa.*
____
*Jantipa ha pasado, posteriormente, a Platón, como prototipo de mujer del filósofo, pendenciera y gruñona. Ya JENOFONTE, en Mem. II 2, 7 dice que «nadie podía soportar su mal carácter», y la literatura satírica ha acentuado el tipo. Aquí Sócrates manda alejarla para que con sus llantos no desentone y perturbe una charla filosófica entre amigos, que se quiere serena y sin patetismos.

Fedón 59e-60a, Platón
Traducción y notas de C. García Gual

miércoles, 13 de mayo de 2009

Sócrates en el Lisis: «Ni lo semejante es amigo de lo semejante, ni lo opuesto a lo opuesto».

En el siguiente fragmento del Lisis es Sócrates quien dialoga con Menéxeno acerca de la amistad. Las palabras iniciales son del maestro de Platón:


-¿No han llegado, en efecto, a tus manos escritos de gente muy sabia que dicen estas mismas cosas, a saber, que lo semejante siempre tiene que ser amigo de lo semejante? Me refiero a esos que han hablado y escrito sobre la naturaleza y sobre el todo [20].
-Tienes razón, dijo.
-¿Entonces es que proponen cosas sensatas?, dije yo.
-Tal vez, dijo.
-Tal vez, dije, lo hacen a medias, tal vez de una manera completa, pero nosotros no somos capaces de captarlo. Pues nos parece que el malvado, cuanto más cerca esté del malvado y más lo frecuente, tanto más enemigo llegará a ser, porque ofende. Pero los que ofenden y los ofendidos de ninguna manera pueden ser amigos. ¿No es así?
-Sí, dijo.
-Así pues, la mitad de lo dicho no sería verdad, si es que los malvados son semejantes entre sí.
-Tienes razón.
-Pero a mí me parece que quieren decir que los buenos son semejantes entre sí y amigos, y que los malos, cosa que se dice de ellos, nunca son semejantes ni siquiera con ellos mismos, sino imprevisibles e inestables. Y lo que es desemejante y diferente consigo mismo difícilmente llegaría a ser semejante a otro y amigo suyo. ¿O no te parece así?
-Me lo parece, dijo.
-Esto, en efecto, insinúan, como creo, oh compañero, los que dicen que lo semejante es amigo de lo semejante, al igual que el bueno sólo es amigo del bueno, y que el malo, ni con el bueno ni con otro malo, puede jamás llegar a una verdadera amistad.
-¿Estás de acuerdo?
Dio muestras de asentimiento.
-Así, pues, ya tendríamos quiénes son amigos, porque nuestro discurso apunta a que lo son los que son buenos [21].
-Eso es lo que me parece, dijo.
-Y a mí, dije yo. Sin embargo, hay algo que me tiene inquieto en todo esto. Sigamos, pues, por todos los dioses, y veamos lo que estoy sospechando. El semejante es amigo del semejante en cuanto semejante, y en este caso, ¿son útiles el uno al otro? O mejor dicho: cualquier cosa semejante a otra cualquiera ¿qué beneficio puede traerle o qué daño causarle, que no se lo haga también a sí mismo? ¿O qué cosa sufrir que no lo sufra también por sí misma? Así pues, ¿cómo pueden tales cosas vincularse entre sí no prestándose mutuamente servicio alguno? ¿Es esto, de algún modo, posible?
-No lo es.
-¿Y cómo querrá el que no sea querido?
-De ninguna manera.
-Pero, entonces, el semejante no es amigo del semejante, aunque bien pudiera serlo el bueno del bueno, no por ser semejante, sino por ser bueno.
-Bien pudiera.
-Pero, ¿cómo? El bueno, en cuanto que bueno, no se bastaría a sí mismo?
-Sí.
-Pero el que se basta a sí mismo no necesita de nadie en su suficiencia.
-¿Por qué no?
-El que no necesita a nadie tampoco se vincularía a nadie.
-En modo alguno.
-El que no se vincula a nadie tampoco ama.
-Verdaderamente no.
-El que no ama, no es amigo.
-No parece.
-¿Cómo, entonces, pueden los buenos, sin más, ser amigos de los buenos, si vemos que, estando ausentes, no se echan de menos ya que son autosuficientes, estando separados- y, si están juntos, no sacan provecho de ello? ¿Qué remedio poner para que tales personas lleguen a tenerse mucha estima?
-Ninguno, dijo.
-Pero no serán amigos, si no llegan a valorarse mucho mutuamente.
-Es verdad.
-¡Mira entonces, Lisis, adónde hemos ido a parar! ¿Es que nos hemos extraviado totalmente?
-¿Cómo ha sido eso?, dijo.
-Alguna vez he oído a alguien que hablaba -y ahora me acabo de acordar- de que lo semejante es lo más enemigo de lo semejante, y lo mismo pasa con los buenos. Y se aducía el testimonio de Hesíodo, cuando decía:

«El alfarero se irrita con el alfarero y el recitador con el recitador // y el mendigo con el mendigo» [22].

Y en todos los otros casos decía que ocurría lo mismo, y que resultaba necesario que los que más se asemejan entre sí están llenos de envidia, de rivalidad, de odio, pero que los que menos se parecen, de amistad [23]. Porque el pobre está obligado a ser amigo del rico y el débil, del fuerte, por la ayuda que ello pueda prestarles, y el enfermo, del médico, y todo el que no sabe tiene que vincularse al que sabe y amarle.
Y continuamente así con su discurso, de una manera aún más grandilocuente, hablando de que carecía de todo fundamento el que lo semejante fuese amigo de lo semejante y de que, más bien, lo que ocurre es lo contrario, porque lo opuesto es lo más amigo de lo opuesto. En consecuencia, es esto, pero no lo semejante, lo que cada uno desea: lo seco a lo húmedo, lo frío a lo caliente, lo amargo a lo dulce, lo agudo a lo obtuso, lo vacío a lo lleno y lo lleno a lo vacío, y así todo lo demás, según el mismo sistema. Pues lo contrario es el alimento de su contrario; pero lo semejante no saca provecho de lo semejante. Y en verdad, compañero, que parecían muy ingeniosas estas cosas que decía. Porque lo cierto es que habló bien [24].
-¿A vosotros, sin embargo -dije-, cómo os parece que habló?
-Muy bien, dijo Menéxeno, al menos en el momento de oírlo.
-¿Diremos, pues, que lo opuesto es lo más amigo de aquello que se le opone?
-Claro que sí.
-Bien, dije yo, y ¿no lo encuentras raro, Menéxeno? ¿Y no- saltarán rápidamente sobre nosotros esos varones sabelotodo, quiero decir esos buscadores de contradicciones, que nos preguntarán si no es la amistad lo más opuesto a la enemistad? [25]. ¿Qué les responderemos? ¿O no estamos obligados a confesar que dicen verdad?
-Sí que lo estamos.
-Así pues, dirán, que lo que más quiere el amigo es lo enemigo, y viceversa.
-Ninguna de las dos cosas, dijo.
-¿Pero sí, lo justo a lo injusto, o lo moderado a lo intemperante, o lo bueno a lo malo?
-No me parece que sea éste el caso. Pero, en verdad, dije yo, si, por oponerse, algo es amigo de algo, necesariamente tendría que haber entremedias un vínculo de amistad.
-Por supuesto.
-Así pues, ni lo semejante es amigo de lo semejante, ni lo opuesto a lo opuesto.
__________________

[20] Alusión a los primeros filósofos, y más concretamente a Empédocles y Anaxágoras, que presentan variaciones sobre el verso de Homero, y para los que el tema de lo semejante, como motor de unión, constituye una idea central. (Cf. ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco 1157» 31 sigs.; 1156b 34 sigs.; 1158» 11 sigs.).
[21] La dificultad surgida de la interpretación platónica sobre la de los primeros que filosofaron «sobre la naturaleza» y sobre el «todo» ha quedado delimitada a un ámbito más reducido, al ámbito moral que interesa principalmente a Sócrates. La atracción de lo semejante por lo semejante parece que sólo puede darse entre los buenos. Sócrates nos ha mostrado alguna de las dificultades que sobrevendrían de no ser así.
[22] Hasíodo, Trabajos y días 25.
[23] El tema de la autosuficiencia del bueno ha llevado a una aporía y, con ello, a una característica esencial de la relación amorosa. Porque, efectivamente, la semejanza puede, en el hombre, provocar alejamiento y diversidad. Los que menos se parecen, son, pues, los que más se necesitan y más se atraen. El problema está, por supuesto, simplificado. La amistad y el amor mezclan semejanzas y diversidades, y de esta aparente desarmonía surge la fundamental atracción. El plano semántico en el que la discusión se mueve permite continuas refe. rencias al lenguaje y a la crítica conceptual.
[24] La teoría de la atracción de los opuestos hace pensar en algunos fragmentos de Heráclito y en su intuición de los diversos componentes de la «armonía invisible». El pasaje está puesto en boca de un posible discípulo de Heráclito. ¿Tal vez Crátilo, el maestro de Platón?
[25] Parece clara la alusión a los procedimientos sofistas de los «discursos dobles» y las oposiciones de significado.


Platón, Lisis 214b-215b
Traducción de E. Lledó

domingo, 15 de marzo de 2009

Ahora resulta que los espartanos y los cretenses eran los más sabios...


__El amor por la ciencia* es muy antiguo y muy grande entre los griegos en Creta y en Lacedemonia, y hay numerosísimos sofistas en aquellas tierras. Pero ellos lo niegan y se fingen ser ignorantes, para que no se descubra que aventajan en sabiduría a los demás griegos, como los sofistas que mencionaba Protágoras; y aparentan, en cambio, ser superiores en el combatir y en el coraje, pensando que si se conociera en qué son superiores, todos se ejercitarían en ello, en la sabiduría. Ahora, pues, ocultándolo, tienen engañados a los laconizantes de las otras ciudades y éstos se desgarran las orejas por imitarlos, se rodean las piernas con correas, hacen gimnasia y llevan mantos cortos, como si fuera con estas cosas como dominaran los lacedemonios a los griegos. Pero, cuando los lacedemonios quieren tratar libremente con sus sofistas, y ya se han cansado de tratarlos a escondidas, llevan a cabo una expulsión de extranjeros, de esos laconizantes y de cualquier otro extranjero que se halle de visita, y se reúnen con sus sofistas, sin que se enteren los extranjeros; por otra parte, no permiten a ninguno de los jóvenes salir a otras ciudades, como tampoco lo permiten los cretenses, para que no desaprendan lo que ellos les enseñaron. En estas ciudades, no sólo los hombres están orgullosos de su educación, sino también las mujeres. Podéis daros cuenta de que digo la verdad y de que los lacedemonios se hallan óptimamente educados en la filosofía y los discursos en esto: si uno quiere charlar con el más vulgar de los lacedemonios, encontrará que en muchos temas en la conversación parece algo tonto, pero luego, en cualquier punto de la charla, dispara una palabra digna de atención, breve y condensada, como un terrible arquero, de modo que su interlocutor no parece más que un niño.

__De eso mismo ya se han dado cuenta algunos de los actuales y de los antiguos, de que laconizar es más bien dedicarse a la sabiduría que a la gimnasia, conociendo que ser capaz de pronunciar tales frases es propio de un hombre perfectamente educado. Entre ésos estaban Tales de Mileto, Pítaco de Mitilene, Bías de Priene, nuestro Solón, Cleobulo de Lindos y Misón de Quenea, y como séptimo del grupo se nombra al lacedemonio Quilón. Todos ellos eran admiradores y apasionados discípulos de la educación lacedemonia. Puede uno comprender que su sabiduría era de ese tipo, al recordar las breves frases dichas por cada uno, que ellos, de común acuerdo, como principio de la sabiduría dedicaron en inscripción a Apolo en su templo de Delfos, grabando lo que todo el mundo repite: «Conócete a ti mismo» y «De nada demasiado».
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*La philosophía, entendida en sentido amplio. Todo el discurso de Sócrates, al calificar como muy amables de la sabiduría y de la discusión a los espartanos y a los cretenses, extremadamente conservadores y apegados a normas rígidas, es una clara parodia, en tono irónico, de las arengas de algunos sofistas. Por otro lado, algunos comentaristas han señalado que Platón no dejaba de sentir una admiración notoria por esos pueblos austeros, como muestra el modelo político de las Leyes.



Platón, Protágoras 342b-343b
Traducción y notas de Carlos García Gual

miércoles, 21 de enero de 2009

El mito de Prometeo en el Protágoras

A partir de aquí comienza «el mito de Prometeo», amañado por Protágoras para darnos su versión sofística sobre «los orígenes de la cultura», relato de muy varias sugerencias…

__Hubo una vez un tiempo en que existían los dioses, pero no había razas mortales. Cuando también a éstos les llegó el tiempo destinado de su nacimiento, los forjaron los dioses dentro de la tierra con una mezcla de tierra y fuego, y de las cosas que se mezclan con la tierra y el fuego. Y cuando iban a sacarlos a la luz ordenaron a Prometeo y a Epimeteo que los aprestaran y les distribuyeran las capacidades a cada uno de forma conveniente. A Prometeo le pidió permiso Epimeteo para hacer él la distribución. «Después de hacer yo el reparto, dijo, tú lo inspeccionas.» Así lo convenció, y hace la distribución. En ésta, a unos les concedía la fuerza sin la rapidez y, a los más débiles, los dotaba con la velocidad. A unos los armaba y, a los que les daba una naturaleza inerme, les proveía de alguna otra capacidad para su salvación. A aquellos que envolvía en su pequeñez, les proporcionaba una fuga alada o un habitáculo subterráneo. Y a los que aumentó en tamaño, con esto mismo los ponía a salvo. Y así, equilibrando las demás cosas, hacía su reparto. Planeaba esto con la precaución de que ninguna especie fuera aniquilada.
__Cuando les hubo provisto de recursos de huida contra sus mutuas destrucciones, preparó una protección contra las estaciones del año que Zeus envía, revistiéndolos con espeso cabello y densas pieles, capaces de soportar el invierno y capaces, también, de resistir los ardores del sol, y de modo que, cuando fueran a dormir, estas mismas les sirvieran de cobertura familiar y natural a todos. Y los calzó a unos con garras y revistió a otros con pieles duras sin sangre. A continuación facilitaba medios de alimentación diferentes a unos y a otros: a éstos, el forraje de la tierra, a aquéllos, los frutos de los árboles y a los otros, raíces. A algunos les concedió que su alimento fuera el devorar a otros animales, y les ofreció una exigua descendencia, y, en cambio, a los que eran consumidos por éstos, una descendencia numerosa, proporcionándoles una salvación a la especie. Pero, como no era del todo sabio Epimeteo, no se dio cuenta de que había gastado las capacidades en los animales; entonces todavía le quedaba sin dotar la especie humana, y no sabía qué hacer.
__Mientras estaba perplejo, se le acerca Prometeo que venía a inspeccionar el reparto, y que ve a los demás animales que tenían cuidadosamente de todo, mientras el hombre estaba desnudo y descalzo y sin coberturas ni armas. Precisamente era ya el día destinado, en el que debía también el hombre surgir de la tierra hacia la luz. Así que Prometeo, apurado por la carencia de recursos, tratando de encontrar una protección para el hombre, roba a Hefesto y a Atenea su sabiduría profesional, junto con el fuego —ya que era imposible que sin el fuego aquélla pudiera adquirirse o ser de utilidad a alguien y, así, luego la ofrece como regalo al hombre. De este modo, pues, el hombre consiguió tal saber para su vida; pero carecía del saber político, pues éste dependía de Zeus. Ahora bien, a Prometeo no le daba ya tiempo de penetrar en la acrópolis en la que mora Zeus; además los centinelas de Zeus eran terribles*. En cambio, en la vivienda, en común, de Atenea y de Hefesto, en la que aquéllos practicaban sus artes, podía entrar sin ser notado, y, así, robó la técnica de utilizar el fuego de Hefesto y la otra de Atenea y se la entregó al hombre. Y de aquí resulta la posibilidad de la vida para el hombre; aunque a Prometeo luego, a través de Epimeteo**, según se cuenta, le llegó el castigo de su robo.
__Puesto que el hombre tuvo participación en el dominio de lo divino a causa de su parentesco con la divinidad***, fue, en primer lugar, el único entre los animales en creer en los dioses, e intentaba construirles altares y esculpir sus estatuas. Después, articuló rápidamente, con conocimiento, la voz y los nombres, e inventó sus casas, vestidos, calzados, coberturas y alimentos del campo. Una vez equipados de tal modo, en un principio habitaban los humanos en dispersión, y no existía ciudades. Así que se veían destruidos por las fieras, por ser generalmente más débiles que aquéllas; y su técnica manual resultaba un conocimiento suficiente como recurso para la nutrición, pero insuficiente para la lucha contra las fieras. Pues aún no poseían el arte de la política, a la que el arte bélico pertenece. Ya intentaban reunirse y ponerse a salvo con la fundación de ciudades. Pero, cuando se reunían, se atacaban unos a otros, al no poseer la ciencia política; de modo que de nuevo se dispersaban y perecían.
__Zeus, entonces, temió que sucumbiera toda nuestra raza, y envió a Hermes que trajera a los hombres el sentido moral**** y la justicia, para que hubiera orden en las ciudades y ligaduras acordes de amistad. Le preguntó, entonces, Hermes a Zeus de qué modo daría el sentido moral y la justicia a los hombres: «¿Las reparto como están repartidos los conocimientos? Están repartidos así: uno sólo que domine la medicina vale para muchos particulares, y lo mismo los otros profesionales. ¿También ahora la justicia y el sentido moral los infundiré así a los humanos o los reparto a todos?». «A todos, dijo Zeus, y que todos sean partícipes. Pues no habría ciudades, si sólo algunos de ellos participaran, como de los otros conocimientos. Además, impón una ley de mi parte: que al incapaz de participar del honor y la justicia lo eliminen como a una enfermedad de la ciudad».
__Así es, Sócrates, y por eso los atenienses y otras gentes, cuando se trata de la excelencia arquitectónica o de algún tema profesional, opinan que sólo unos pocos deben asistir a la decisión, y si alguno que está al margen de estos pocos da su consejo, no se lo aceptan, como tú dices. Y es razonable, digo yo. Pero cuando se meten en una discusión sobre la excelencia política, que hay que tratar enteramente con justicia y moderación, naturalmente aceptan a cualquier persona, como que es el deber de todo el mundo participar de esta excelencia; de lo contrario, no existirían ciudades. Ésa, Sócrates, es la razón de esto.

* Los «centinelas» de Zeus son —como ya vio Heindorf— Poder y Violencia, Kratos y Bía, en alusión a un pasaje de HESÍODO, Teog. 383 y sigs.
** «a través de Epimeteo» puede ser una ligera alusión a la leyenda de Pandora, el ambiguo regalo de los dioses que Epimeteo, desoyendo los consejos de su hermano, aceptó.
*** La frase «… a causa de su parentesco con la divinidad» (díà tḕn toû theoû syngéneian) es secluida por algunos editores del texto (así, o. ej., Adam), por considerarla interpolada. A mi ver, sin motivo suficiente.
**** La traducción de la palabra aidṓs plantea alguna dificultad. Dice R. MONDOLFO (en La comprensión del sujeto humano en la cultura antigua, Buenos Aires, 1955, pág. 538): «Me parece que sólo la expresión ʻsentimiento o conciencia moralʼ puede traducir de manera adecuada el significado de la palabra aidṓs en Protágoras, que conserva, sin duda, el sentido originario de ʻpudor, respeto, vergüenzaʼ, pero de una vergüenza que se experimenta no sólo ante los demás, sino también ante sí mismo, de acuerdo con la enseñanza pitagórica, de tan vasta repercusión en la ética antigua». Sobre aidṓs y díkē en este pasaje, cf., además, lo que apunta GUTHRIE en […]. HGPh., III, pág. 66, y la nota de TAYLOR op. cit., a pág. 85. He preferido, con todo, la expresión «sentido moral» a la de «conciencia», término más moderno y complejo. Taylor, en su ya citada anotación al texto, dice que el que Platón haya preferido las palabras aidṓs y díkē a las de sōphrosýnē y dikaiosýnē «está probablemente más dictado por razones estilísticas que por cualquier distinción de sentido». Es cierto que las razones de estilo han influido en tal elección, para dar al relato mítico un tono arcaico y evocar el texto de HESÍODO (Trab. 190-210), pero también la diferencia de sentido es, a mi entender, importante. Se evita el nombre más concreto de las virtudes morales y se prefiere el nombre más vago y arcaico que acentúa su valor social (aidṓs es mucho más amplio que sōphrosýnē).

Platón, Protágoras, Gredos, Madrid, 2008.
Traducción y notas de C. García Gual

lunes, 19 de enero de 2009

Dos anécdotas que hablan de Tales de Mileto


Platón, Teeteto 174a:
Como también se dice que Tales, mientras estudiaba los astros... y miraba hacia arriba, cayó en un pozo, y que una bonita y graciosa criada tracia se burló de que quisiera conocer las cosas del cielo y no advirtiera las que tenía junto a sus pies.

Aristóteles, Política I 11, 1259a:
Pues todas estas cosas son útiles para los que aprecian el arte de las ganancias, como por ejemplo la maniobra financiera de Tales de Mileto, que atribuyeron a su sabiduría pero que tiene carácter universal. En efecto, como lo injuriaban por su pobreza y por la inutilidad de la filosofía, se dice que, gracias a sus conocimientos astronómicos, pudo saber cómo sería la cosecha de aceitunas. Así, cuando era aún invierno y tenía un poco de dinero, tomó mediante fianza todas las prensas de aceite de Mileto y de Quíos, arrendándolas por muy poco, pues no había competencia. Cuando llegó la oportunidad y todos a la vez buscaban prensas, las alquiló como quería, juntando mucho dinero, para demostrar qué fácil resulta a los filósofos enriquecerse cuando quieren hacerlo.


Traducción de Conrado Eggers Lan y Victoria E. Juliá
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Claro, lo que dice Aristóteles es muy lógico. De hecho, es un secreto a voces que en nuestros días todos los académicos e investigadores de alto nivel podrían volverse ricos si lo quisieran, pero son tan sabios que por este mismo motivo no piensan en ello. Los filósofos y los teólogos, por ejemplo, de entrada eligen profesiones no redituables, pues saben que la obtención de dinero no es el motivo principal de su vida. Los doctores en finanzas poseen conocimientos ocultos (se ha filtrado información, pero algunos afirman que los guardan con más recelo que un masón) que en cualquier momento les permitirían ejercer un control enorme sobre los mercados de valores que los llevarían a estar entre los más ricos del mundo, pero no lo ejercen porque saben que eso desestabilizaría al mercado y no sería justo para los demás. Lo mismo podemos decir de los expertos entre los Ingenieros Agrónomos, los doctos en geología, los desarrolladores de software, etc... Todos han acallado sus conocimientos en pro de una sociedad más justa.

Esta costumbre viene desde antaño, ¿o no nos dice Platón también en un pasaje del Protágoras que los lacedemonios estaban entre los hombres más sabios de aquél entonces, pero que mantenían en secreto su conocimiento al hacerse pasar por hombres hoscos y únicamente amantes de la milicia pero que cuando no habían extranjeros presentes se entregaban a coloquios filosóficos que duraban días enteros?

miércoles, 20 de agosto de 2008

La casa de Asterión; Jorge Luis Borges

Y la reina dió a luz un hijo que se llamó Asterión

Apolodoro, Biblioteca, III, I


Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito* están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la Tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el Sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.


El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda transmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los días son largos.


Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos.) Pero de tantos juegos el que prefiero es el del otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.


No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Esto no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce [son infinitos] los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado Sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.


Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá que me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?


El Sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba un vestigio de sangre.


- ¿Lo creerás, Ariadna? - dijo Teseo -. El minotauro apenas se defendió.


A Marta Mosquera Eastman


*El original dice catorce, pero sobran motivos para inferir que en boca de Asterión, ese adjetivo numeral vale por infinitos.

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Este relato es rico en interpretaciones y contenido. ¿Quién es el minotauro? Puede que el autor haya pensado en sí mismo cuando lo escribía, pero también es cierto que más de algún lector se identificará con él.

Muchas veces creamos nuestro propio mundo, un laberinto que puede tener las funciones más opuestas: es un refugio que nos protege de los demás y a la vez es una prisión en que nos hallamos nosotros mismos. Es difícil querer admitir esto último, sobre todo cuando nos encerramos en algo que puede pasar para los demás como algo bueno, virtuoso, en el caso de Borges era la lectura empedernida. Para saber qué tan aprisionados estamos en nuestros propios hábitos deberíamos hacer introspección acerca de las motivaciones de lo que hacemos.

El minotauro comienza negando que se encuentra en una prisión, pero después lo va reconociendo poco a poco. Es patente su soledad. Nos habla del filósofo que desdeña la escritura, este es Sócrates. Platón nos cuenta en el Fedro por qué su maestro piensa así.


Finalmente, se toca el tema de la redención a través del más absoluto de los redentores para un ser solitario que se niega a ser otro que él mismo: la muerte. La muerte pone fin a las angustias de los hombres a través del minotauro, pero también él añora un redentor. Al igual que Job en medio de su existencia miserable, él sabe que su redentor vive y que al fin se levantará sobre el polvo (Job 19:25). Al igual que él lo hizo con los hombres que penetraban en su laberinto, su redentor viene a otorgarle el descanso absoluto, a liberarlo. ¿Cómo poder resistirse a tan bella oferta?

Alan

jueves, 14 de agosto de 2008

Lo que Platón había dicho de las mesas...

No hace mucho se publicó en este blog la entrada: Borges y Aristóteles contra Platón: un combate de leones, mesas y analogías de la procreación. Ahí vemos cómo el argentino y el estagirita atacan con todo, aunque siempre con elegancia, al discípulo de Sócrates (o a Sócrates mismo en parte, pues mucho de lo que Platón dijo lo hace utlizando a Sócrates como interlocutor en sus Diálogos). ¿Pero qué fue lo que originalmente Platón dijo? Porque si en el tiempo él fue primero sus ideas fueron las que dieron origen a la discusión. La entrada anterior no lo menciona, por eso ésta era necesaria.

En este fragmento de La República comienza hablando Sócrates, quien dialoga con Glaucón:

-[...] Pues creo que acostumbrábamos a postular una Idea única para cada multiplicidad de cosas a las que damos el mismo nombre. ¿O no me entiendes?
-Sí, te entiendo.
-Tomemos ahora la multiplicidad que prefieras. Por ejemplo, si te parece bien, hay muchas camas y mesas.
-Claro que sí.
-Pero Ideas de estos muebles hay dos: una de la cama y otra de la mesa.
-Sí.
-¿Y no acostumbramos también a decir que el artesano dirige la mirada hacia la Idea cuando hace las camas o las mesas de las cuales nos servimos, y todas las demás cosas de la misma manera? Pues ningún artesano podría fabricar la Idea en sí. O ¿de qué modo podría?
-De ningún modo podría.

Platón
La República
Libro X, 596a-b
Editorial Gredos
Traducción de Conrado Eggers Lan
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Esto fue lo que dio origen a la disputa. Para Platón, el mundo en el que vivimos es una apariencia, una imagen del mundo verdadero, el mundo celestial, de las Ideas, donde se halla la Idea única de cada cosa que existe en el nuestro: todos los leones y las mesas de nuestro mundo son sólo una representación, una forma material de la Idea verdadera del león y de la mesa. Para Aristóteles, las ideas existían, pero al contrario de Platón, él creía que de la percepción de la realidad de nuestro mundo era de donde podíamos extraer esas ideas.

Por esta razón, en esta imagen se representa a Platón apuntando con su dedo hacia el cielo, para hacer referencia al mundo real que trasciende al presente, mientras que la mano de Aristóteles señala la preponderancia de lo que se encuentra en nuestro entorno para aprehender todas las cosas, incluso lo metafísico.

¿Cuál mano apunta hacia el lugar correcto?*

Alan
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*Hasta el 15 de agosto de 2008 la frase final de esta entrada era: ¿Tendrá su raíz la filosofía en el cielo o en la tierra? Pero el volver a pensar en el tema y el comentario de una lectora me hicieron replantear el asunto. Si la pregunta fuera respecto al origen de la filosofía, creo que no habría duda: Platón mismo diría que ésta tiene su raíz en la tierra, pues es aquí donde nos interesa librarnos de nuestras cadenas y amar el conocmiento para llegar a la perfección. De acuerdo a Platón, los dioses no tendrían necesidad de la filosofía al saber todas las cosas. La filosofía de Platón tiene entonces un fin práctico, entre muchos otros: salvar el alma. Es por eso que prefiero modificar la pregunta.

martes, 5 de agosto de 2008

Borges y Aristóteles contra Platón: un combate de leones, mesas y analogías de la procreación.

Presumo que la eterna Leonidad puede ser aprobada por mi lector, que sentirá un alivio majestuoso ante ese único León, multiplicado en los espejos del tiempo. Del concepto de eterna Humanidad no espero lo mismo: sé que nuestro yo lo rechaza, y que prefiere derramarlo sin miedo sobre el yo de los otros. Mal signo; formas universales mucho más arduas nos propone Platón. Por ejemplo, la Mesidad, o Mesa Inteligible que está en los cielos: arquetipo cuadrúpedo que persiguen, condenados a ensueño y a frustración, todos los ebanistas del mundo. (No puedo negarla del todo: sin una mesa ideal no hubiéramos llegado a mesas menos concretas.) Por ejemplo, la Triangularidad: eminente polígono de tres lados que no está en el espacio y que no quiere denigrarse a equilátero, escaleno o isósceles. (Tampoco lo repudio; es el de las cartillas de geometría.) Por ejemplo: la Necesidad, la Razón, la Postergación, la Relación, la Consideración, el Tamaño, el Orden, la Lentitud, la Posición, la Declaración, el Desorden. De esas comodidades del pensamiento elevadas a formas ya no sé qué opinar; pienso que ningún hombre las podrá intuir sin el auxilio de la muerte, de la fiebre, o de la locura. Me olvidaba de otro arquetipo que los comprende a todos y los exalta: la eternidad, cuya despedazada copia es el tiempo.

Ignoro si mi lector precisa argumentos para descreer de la doctrina platónica. Puedo suministrarle muchos: uno, la incompatible agregación de voces genéricas y de voces abstractas que cohabitan sans gêne en la dotación del mundo arquetipo; otro, la reserva de su inventor sobre el procedimiento que usan las cosas para participar de las formas universales; otro, la conjetura de que esos mismos arquetipos asépticos adolecen de mezcla y de variedad. No son irresolubles: son tan confusos como las criaturas del tiempo. Fabricados a imagen de las criaturas, repiten esas mismas anomalías que quieren resolver. La Leonidad, digamos, ¿cómo prescindirá de la Soberbia y de la Rojez, de la Melenidad y la Zarpidad? A esa pregunta no hay contestación y no puede haberla: no esperemos del término leonidad una virtud muy superior a la que tiene esa palabra sin el sufijo.

Historia de la eternidad (fragmento)
Jorge Luis Borges
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Plato’s belief that unity and numbers are independent of concrete things (in opposition to the Pythagoreans) and his introduction of ideas as beings were because of his interest in dialectic (for the earlier men gave no consideration to dialectic), and his belief that duality is also a being resulted from his doctrine that numbers other than the prime can be neatly generated out of two as though it were a pliable material.

But the facts are contraries to these theories, and the accounts they give are not reasonable, for they hold that the same material can produce many things, but that a form has only one embodiment; whereas what we observe is that every table has its own material and that one artificer, using a single form or design, may take many tables. Formal and material factors are related as male to female; for the female becomes pregnant from a single impregnation, whereas the male impregnates many females. So sex is an analogue of matter and form.†

According to Plato, the material factor would resemble the male, and the formal would resemble the female; according to Aristotle, the formal would be male (“informing” many), and the material would be female (providing the “formless” material, to be unified a single organism).

Aristotle
Metaphysics
Alpha 6, 987b 20 – 988a 10
Translated by Richard Hope
Ann Harbor Paperbacks

lunes, 16 de junio de 2008

La historia de Giges según Heródoto

Además de la historia contada por Platón en el Libro II de La República (ver entrada aquí) existe otra narración en cuanto al lidio Giges y la manera en que se hizo con el poder de un reino. Esta versión es contada por Heródoto, y no, aquí no existe un anillo mágico de por medio:

VII. [...] Candaules, hijo de Myrso, a quien por eso dan los griegos el nombre de Myrsilo, fue el último soberano de la familia de los Heráclidas que reinó en Sardes, habiendo sido el primero Argon, hijo de Nino, nieto de Belo y biznieto de Alceo el hijo de Hércules. [...]
VIII. Este monarca perdió la corona y la vida por un capricho singular. Enamorado sobremanera de su esposa, y creyendo poseer la mujer más hermosa del mundo, tomó una resolución a la verdad bien impertinente. Tenía entre sus guardias un privado de toda su confianza llamado Giges, hijo de Dáscylo, con quien solía comunicar los negocios más serios de estado. Un día, muy de propósito se puso a encarecerle y levantar hasta las estrellas la belleza extremada de su mujer, y no pasó mucho tiempo sin que el apasionado Candaules (como que estaba decretada por el cielo su fatal ruina) hablase otra vez a Giges en estos términos: —«Veo, amigo, que por más que te lo pondero, no quedas bien persuadido de cuán hermosa es mi mujer, y conozco que entre los hombres se da menos crédito a los oídos que a los ojos. Pues bien, yo haré de modo que ella se presente a tu vista con todas sus gracias, tal como Dios la hizo.» Al oír esto Giges, exclama lleno de sorpresa: —«¿Qué discurso, señor, es este, tan poco cuerdo y tan desacertado? ¿me mandaréis por ventura que ponga los ojos en mi Soberana? No, señor; que la mujer que se despoja una vez de su vestido, se despoja con él de su recato y de su honor. Y bien sabéis que entre las leyes que introdujo el decoro público, y por las cuales nos debemos conducir, hay una que prescribe que, contento cada uno con lo suyo, no ponga los ojos en lo ajeno. Creo fijamente que la reina es tan perfecta como me la pintáis, la más hermosa del mundo; y yo os pido encarecidamente que no exijáis de mí una cosa tan fuera de razón.»
IX. Con tales expresiones se resistía Giges, horrorizado de las consecuencias que el asunto pudiera tener; pero Candaules replicóle así: —«Anímate, amigo, y de nadie tengas recelo. No imagines que yo trate de hacer prueba de tu fidelidad y buena correspondencia, ni tampoco temas que mi mujer pueda causarte daño alguno, porque yo lo dispondré todo de manera que ni aun sospeche haber sido vista por ti. Yo mismo te llevaré al cuarto en que dormimos, te ocultaré detrás de la puerta, que estará abierta. No tardará mi mujer en venir a desnudarse, y en una gran silla, que hay inmediata a la puerta, irá poniendo uno por uno sus vestidos, dándote entre tanto lugar para que la mires muy despacio y a toda tu satisfacción. Luego que ella desde su asiento volviéndote las espaldas se venga conmigo a la cama, podrás tú escaparte silenciosamente y sin que te vea salir.»
X. Viendo, pues, Giges que ya no podía huir del precepto, se mostró pronto a obedecer. Cuando Candaules juzga que ya es hora de irse a dormir, lleva consigo a Giges a su mismo cuarto, y bien presto comparece la reina. Giges, al tiempo que ella entra y cuando va dejando después despacio sus vestidos, la contempla y la admira, hasta que vueltas las espaldas se dirige hacia la cama. Entonces se sale fuera, pero no tan a escondidas que ella no le eche de ver. Instruida de lo ejecutado por su marido, reprime la voz sin mostrarse avergonzada, y hace como que no repara en ello; pero se resuelve desde el momento mismo a vengarse de Candaules, porque no solamente entre los lidios, sino entre casi todos los bárbaros, se tiene por grande infamia el que un hombre se deje ver desnudo, cuanto más una mujer.
XI. Entretanto, pues, sin darse por entendida, estúvose toda la noche quieta y sosegada; pero al amanecer del otro día, previniendo a ciertos criados, que sabía eran los más leales y adictos a su persona, hizo llamar a Giges, el cual vino inmediatamente sin la menor sospecha de que la reina hubiese descubierto nada de cuanto la noche antes había pasado, porque bien a menudo solía presentarse siendo llamado de orden suya. Luego que llegó, le habló de esta manera: —«No hay remedio, Giges; es preciso que escojas, en los dos partidos que voy a proponerte, el que más quieras seguir. Una de dos: o me has de recibir por tu mujer, y apoderarte del imperio de los lidios, dando muerte a Candaules, o será preciso que aquí mismo mueras al momento, no sea que en lo sucesivo le obedezcas ciegamente y vuelvas a contemplar lo que no te es lícito ver. No hay más alternativa que esta; es forzoso que muera quien tal ordenó, o aquel que, violando la majestad y el decoro, puso en mí los ojos estando desnuda.» Atónito Giges, estuvo largo rato sin responder, y luego la suplicó del modo más enérgico no quisiese obligarle por la fuerza a escoger ninguno de los dos extremos. Pero viendo que era imposible disuadirla, y que se hallaba realmente en el terrible trance o de dar la muerte por su mano a su señor, o de recibirla él mismo de mano servil, quiso más matar que morir, y la preguntó de nuevo: —«Decidme, señora, ya que me obligáis contra toda mi voluntad a dar la muerte a vuestro esposo, ¿cómo podremos acometerle? —¿Cómo? le responde ella, en el mismo sitio que me prostituyó desnuda a tus ojos; allí quiero que le sorprendas dormido.»
XII. Concertados así los dos y venida que fue la noche, Giges, a quien durante el día no se le perdió nunca de vista, ni se le dio lugar para salir de aquel apuro, obligado sin remedio a matar a Candaules o morir, sigue tras de la reina, que le conduce a su aposento, le pone la daga en la mano, y le oculta detrás de la misma puerta. Saliendo de allí Giges, acomete y mata a Candaules dormido; con lo cual se apodera de su mujer y del reino juntamente: suceso de que Arquíloco pario, poeta contemporáneo, hizo mención en sus yambos trímetros.
XIII. Apoderado así Giges del reino, fue confirmado en su posesión por el oráculo de Delfos. Porque como los lydios, haciendo grandísimo duelo del suceso trágico de Candaules, tomasen las armas para su venganza, juntáronse con ellos en un congreso los partidarios de Giges, y quedó convenido que si el oráculo declaraba que Giges fuese rey de los lidios, reinase en hora buena, pera si no, que se restituyese el mando a los Heráclidas. El oráculo otorgó a Giges el reino, en el cual se consolidó pacíficamente, si bien no dejó la Pitia de añadir, que se reservaba a los Heráclidas su satisfacción y venganza, la cual alcanzaría al quinto descendiente de Giges; vaticinio de que ni los lidios ni los mismos reyes después hicieron caso alguno, hasta que con el tiempo se viera realizado.

Los nueve libros de la Historia
Heródoto de Halicarnaso
Libro I. Clío. VII-XIII
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La conducta de Candaules fue bautizada utilizando su nombre. El candaulismo es la práctica sexual en la que un hombre obtiene placer al observar a su mujer copulando o siendo admirada por un tercero.

domingo, 8 de junio de 2008

El anillo de Giges; Platón

En este fragmento de La República, al comienzo del Libro II, Glaucón expone ante Sócrates que quienes siguen la justicia lo hacen no por deseo propio o por amor a la misma, sino simplemente porque desean evitar las consecuencias que recaerían sobre ellos al cometer injusticias. Pero… ¿qué si pudiéramos ser libres de esas consecuencias? ¿cómo actuaríamos? He aquí parte del discurso de Glaucón:

Para darnos mejor cuenta de cómo los buenos lo son contra su voluntad, porque no pueden ser malos, bastará con imaginar que hacemos lo siguiente; demos a todos, justos e injustos, licencia para hacer lo que se les antoje y después sigámosles para ver adónde llevan a cada cual sus apetitos. Entonces sorprenderemos en flagrante al justo recorriendo los mismos caminos que el injusto, impulsado -por el interés propio, finalidad que todo ser está dispuesto por naturaleza a perseguir como un bien, aunque la ley desvíe por fuerza esta tendencia y la encamine al respeto de la igualdad. Esta licencia de que yo hablo podrían llegar a gozarla, mejor que de ningún otro modo, si se les dotase de un poder como el que cuentan tuvo en tiempos el antepasado del lidio Giges. Dicen que era un pastor que estaba al servicio del entonces rey de Lidia. Sobrevino una vez un gran temporal y terremoto; abrióse la tierra y apareció una grieta en el mismo lugar en que él apacentaba. Asombrado ante el espectáculo descendió por la hendidura y vio allí, entre otras muchas maravillas que la fábula relata, un caballo de bronce, hueco, con portañuelas, por una de las cuales se agachó a mirar y vio que dentro había un cadáver, de talla al parecer más que humana, que no llevaba sobre sí más que una sortija de oro en la mano; quitósela el pastor y salióse. Cuando, según costumbre, se reunieron los pastores con el fin de informar al rey, como todos los meses, acerca de los ganados, acudió también él con su sortija en el dedo. Estando, pues, sentado entre los demás, dio la casualidad de que volviera la sortija, dejando el engaste de cara a la palma de la mano; e inmediatamente cesaron de verle quienes le rodeaban y con gran sorpresa suya, comenzaron a hablar de él como de una persona ausente. Tocó nuevamente el anillo, volvió hacia fuera el engaste y una vez vuelto tornó a ser visible. Al darse cuenta de ello, repitió el intento para comprobar si efectivamente tenía la joya aquel poder, y otra vez ocurrió lo mismo: al volver hacia dentro el engaste, desaparecía su dueño, y cuando lo volvía hacia fuera, le veían de nuevo. Hecha ya esta observación, procuró al punto formar parte de los enviados que habían de informar al rey; llegó a Palacio, sedujo a su esposa, atacó y mató con su ayuda al soberano y se apoderó del reino. Pues bien, si hubiera dos sortijas como aquélla de las cuales llevase una puesta el justo y otro el injusto, es opinión común que no habría persona de convicciones tan firmes como para perseverar en la justicia y abstenerse en absoluto de tocar lo de los demás, cuando nada le impedía dirigirse al mercado y tomar de allí sin miedo alguno cuanto quisiera, entrar en las casas ajenas y fornicar con quien se le antojara, matar o libertar personas a su arbitrio, obrar, en fin, como un dios rodeado de mortales. En nada diferirían, pues, los comportamientos del uno y del otro, que seguirían exactamente el mismo camino. Pues bien, he ahí lo que podría considerarse una buena demostración de que nadie es justo de grado, sino por fuerza y hallándose persuadido de que la justicia no es buena para él personalmente; puesto que, en cuanto uno cree que va a poder cometer una injusticia, la comete. Y esto porque todo hombre cree que resulta mucho más ventajosa personalmente la injusticia que la justicia. «Y tiene razón al creerlo así», dirá el defensor de la teoría que expongo. Es más: si hubiese quien, estando dotado de semejante talismán, se negara a cometer jamás injusticia y a poner mano en los bienes ajenos, le tendrían, observando su conducta, por el ser más miserable y estúpido del mundo; aunque no por ello dejarían de ensalzarle en sus conversaciones, ocultándose así mutuamente sus sentimientos por temor de ser cada cual objeto de alguna injusticia. Esto es lo que yo tenía que decir.

La República
359b-360d

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Cualquier parecido entre Lord of the Rings y este fragmento es mera coincidencia.

Alan

jueves, 15 de mayo de 2008

Entre los griegos, no sólo los dioses tomaban formas de animales y se aparecían en sueños...

Si al correr del tiempo, no se le pueden perdonar algunas injusticias, es que a los fundadores, los que con su palabra decidieron la suerte de los siglos, no les sea dado el poder contemplar su obra. Así Platón, con esta estrofa, con esta sola estrofa, la más platónica, la más poética también, de toda la poesía humana:

¡
Oh cristalina fuente
si en estos tus semblantes plateados
formases de repente
los ojos deseados
que tengo en mis entrañas dibujados!

En tan breves palabras está todo Platón y toda la poesía.

Todo hombre de talla gigantesca, todo aquél que ha decidido con su palabra o con su obra la suerte de la historia humana, tiene su leyenda por la cual, su nombre desciende hasta la más obscura ignorancia. La leyenda es la forma piadosa del conocimiento, porque merced de ella, todo hombre participa, en algún modo, de la verdad y de la historia. Muchas gentes no saben de Platón, sino una leyenda que las hojas del Almanaque reproducen alguna vez: Platón se anunció a su maestro, Sócrates, antes de su encuentro con él, en un sueño; en un sueño, bajo la forma de blanco cisne. Reprimamos la sonrisa incrédula de los que han leído mucho y se han ensoberbecido por ello. Porque un cisne es un ángel castigado; un ángel inmovilizado que no ha perdido su pureza, ni sus alas. Unas alas incoherentes, demasiado grandes para tan leve cuerpo, al que no consiguen, sin embargo, arrastrar hacia lo alto y que más que órgano son señal, nostalgia de una perdida naturaleza. Y alguien, ha podido soñar con Platón sintiéndole detrás de dos criaturas las más diferentes: un toro y un blanco cisne. El toro de la sangre y de la muerte, transformándose en la pureza alada, pero problemática, de la filosofía.

María Zambrano
Filosofía y Poesía
Mística y Poesía (fragmento)
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¡ADORO este fragmento! Zambrano utiliza de un modo admirable la leyenda que circula en torno a Platón para reforzar con imágenes deslumbrantes la idea que venía desarrollando a lo largo de esta porción de su ensayo: reconciliar la mística platónica con la poesía.

Yo también quisiera unas enormes alas... alas más fuertes que el peso mi cuerpo...

Por otro lado, me pongo a pensar qué ocurriría, qué sentirían los fundadores de nuestra civilización al ver aquello que han producido a través de lo que hicieron en el pasado...

De entre todos ellos viene a mi mente Jesucristo cuando de él se afirma que verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho (Isaías 53:11).

jueves, 13 de marzo de 2008

El encuentro de dos sabios

Una noche, durante una fiesta que Osroes daba en mi honor en la tienda imperial, advertí entre las mujeres y los pajes de largas pestañas a un hombre desnudo, descarnado, completamente inmóvil, cuyos enormes ojos parecían ignorar aquella confusión de platos cargados de carnes, de acróbatas y bailarinas. Le hablé valiéndome de mi intérprete; no se dignó contestar. Era un sabio. Pero sus discípulos se mostraban más locuaces; aquellos piadosos vagabundos venían de la India y su maesro pertenecía a la poderosa casta de los brahmanes. Supe que sus meditaciones lo llevaban a creer que todo el universo no es más que un tejido de ilusiones y errores; la austeridad, el renunciamiento, la muerte, eran para él la única manera de escapar al flujo cambiante de las cosas, por el cual sin embargo se había dejado arrastrar nuestro Heráclito, y de alcanzar más allá del mundo de los sentidos esa esfera de la pura divinidad, ese firmamento inmóvil y vacío con el cual también soñó Platón. A través de las torpezas de mis intérpretes presentía ciertas ideas que no habían sido enteramente extrañas a algunos de nuestros filósofos, pero que el sabio indio expresaba de manera más definitiva y desnuda. Aquel brahmán había llegado al estado en que nada, salvo su cuerpo, lo separaba del dios intangible, sin presencia y sin forma, al cual quería unirse: había decidido quemarse vivo al día siguiente. Osroes me invitó a presenciar la solemnidad. Alzóse una pira de maderas olorosas; el hombre se arrojó a ella y desapareció sin lanzar un grito. Sus discípulos no manifestaron la menor señal de dolor; para ellos no se trataba de una ceremonia fúnebre.

Aquella noche medité largamente. Estaba tendido en un tapiz de riquísima lana, protegido por una tienda adornada con espesas telas tornasoladas. Un paje me masajeaba los pies...

Memorias de Adriano
TELLUS STABILITA
Marguerite Yourcenar
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Este pasaje de las Memorias de Adriano me fascina por los contrastes: es exquisito. Un sabio de oriente y uno de occidente se encuentran. El Adriano imaginado por Yourcenar nunca se hubiera dado a sí mismo el título de sabio, tal vez tampoco el brahmán, pero sus seguidores sí lo veían como tal; no creo que se pueda decir lo mismo en el caso de Adriano. Sin embargo, a la luz de nuestro tiempo el Adriano descrito en las Memorias es un sabio moderno. No creo que nuestra forma de percibir la sabiduría haya cambiado mucho desde los tiempos de la Grecia antigua.

Estos dos hombres que aparecen en la narración ofrecen contrastes profundos:

Uno de ellos se encuentra comprometido con sus creencias y su concepción del universo hasta las últimas consecuencias, el otro no afirma que conoce una verdad absoluta, sino que siempre se muestra amable ante la cultura y el saber.

Mientras que a uno le es necesario renunciar a todo, incluso a su cuerpo, para fundirse con el absoluto el otro ve en el cuerpo una parte esencial del ser: a través de éste se adquiere conocimiento y se explora el mundo, no le son ajenos ni la austeridad ni el placer.

El brahmán muere desnudo arrojándose en la pira, el emperador se aleja a descansar con placer y meditar en la noche...

Alan