Porque más allá de nuestras pasiones, está México, nuestro México, el México profundo, esencial. Y México es sus entrañas, es el corazón que palpita con fuerza en los cimientos de la ciudad sagrada de Teotihuacán. Es ahí donde el engendro angloamericano pretende echar sus raíces. Permitir la edificación de ese templo de la globalización es aceptar para siempre la prostitución, degradación, humillación, vejación, destrucción, miseria, desdicha e infortunio de nuestro pueblo: es haber dicho sí a las formas más demoníacas de la civilización industrial.
Además, opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, evitar la masacre en Darfur, apoyar a la insurgencia en Fallujah, enterrar a Arafat en Jerusalén, derribar el muro y todos los muros, decir sí al multiculturalismo, culpar a Theo Van Gogh de su destino, detener el tráfico de diamantes del Apartheid, luchar contra la piratería, decir no a la corrupción, hacerle justicia a René Bejarano, organizar una coperacha para Dolores Padierna, exponer el Complot en toda su extensión, limpiar el nombre de López Obrador, admirar la majestuosa obra de ingeniería que es el segundo piso del Periférico, separar la basura, utilizar sólo productos reciclados, rechazar la tiranía de los alimentos transgénicos, defender el maíz, alimentarnos sólo con productos orgánicos, practicar yoga, no cejar en nuestra batalla contra la globalización, evitar comer en McDonald's, no comprar café en Starbucks, no beber Coca-Cola, no celebrar Halloween, ver a mtv como lo que es: el diablo, y comprar artesanías, rechazar la inversión extranjera, erguir el pecho y salvaguardar nuestra soberanía, decir no a las reformas, tampoco al nuevo aeropuerto, dejarle claro al presidente que México no se vende, traer a casa el penacho de Moctezuma, cantar correctamente el Himno Nacional, cortarle los tentáculos al imperio, salvar al Mosh del olvido, respaldar la Revolución Bolivariana, rezar por la plena recuperación de Fidel, recordar todos los días al Che, apoyar al doctor Simi, ese moderno Robin Hood, rescatar la vaquita marina de la extinción, cancelar para siempre la bárbara costumbre de la tauromaquia, legalizar la marihuana, desear que Cartago nunca hubiera sido destruida, llevar de vuelta a Cuauhtémoc Blanco al América, darle la Selección Mexicana a Hugo, proteger a Tatiana de Andrés Puentes, quemar todos los videos de Michelle Vieth, exonerar, en nuestras conciencias, a Gloria Trevi, y comprender el retiro temporal de Britney Spears, boicotear Big Brother, estar a favor de lo mejor, resolver el misterio del triángulo de las Bermudas, decir no a las drogas, apoyar el Teletón, unirnos a los optimistas, dar un kilo de ayuda, anotar un gol por la educación, hacer nada con exceso y todo con medida, comer frutas y verduras y liberar a Willy. ______________________________
Ah, si toda la crítica fuera tan divertida como ésta.
El gran neurólogo C. W. Carr, que me curó repetidas veces de mis perturbaciones, ha querido que pasara dos semanas en su maravillosa villa, a donde vino a curar su propio sistema nervioso ya fatigado.
Además de mí tiene unos pocos huéspedes juiciosamente seleccionados y que hacen buena compañía. Pero tan sólo uno, el más taciturno y pensativo, ha sido capaz de despertar al viejo demonio de mi curiosidad.
Míster H. B. es un joven de unos treinta años de estatura equilibrada y de físico agraciado, tiene un hermoso color rosado y ojos de flor de lis. Se sienta a la mesa con nosotros pero habla poquísimo, únicamente lo necesario para no ser tenido por mudo o mal educado. Durante el resto de las horas del día está casi siempre apartado y meditabundo. Jamás le he visto sonreír, varias veces procuré iniciar una conversación, pero siempre, con excusas corteses y gentiles, me ha eludido. Tampoco el profesor Carr quería darme datos precisos acerca de su melancólico huésped:
-Es un actor cansado, un músico equivocado, un poeta que pasa sus vacaciones de tal.
No presté fe a esas evasivas, hasta que ayer, finalmente, Carr se decidió a decirme la verdad a fin de obtener de mí una codiciable promesa.
-Ese joven es un semental humano afectado a objetivos científicos. Usted sabe cuánto se difunde en Norteamérica el método de la fecundación artificial. El entusiasmo experimental de ciertos biólogos y la renuencia de ciertas mujeres a los contactos sexuales, favorecen esa tendencia y la propagan cada vez más. Hay muchísimas jóvenes que desean ardientemente ser madres, pero se asustan ante la idea de los impetuosos y algo bestiales abrazos masculinos. Por esto se ha pensado acudir en auxilio de ellas poniendo en acción las prácticas de la fecundación artificial que ya se ha probado eficazmente en la producción de terneros. Naturalmente, estas mujeres quieren tener hijos hermosos, sanos y robustos, de ahí la importancia que tiene la selección del semen. Por otra parte, preocupados los biólogos por la progresiva decadencia física de la especie humana, se convierten en promotores de esas experiencias de maternidad sin cohabitación, porque hacen factible la selección racional e higiénica de los padres colectivos.
“Una comisión de fisiólogos, ginecólogos, eugenistas e higienistas, busca por todo el país machos reproductores considerados los más idóneos para proporcionar un selecto licor seminal. El señor H. B. ha sido descubierto por esa comisión, aceptando, por razones idealistas y sobre todo financieras, formar parte en la reserva de padrillos humanos. Ha brindado voluntariamente su semen a muchos centenares de mujeres a las que jamás ha visto ni conocido, y según las estadísticas de la comisión hoy en día es padre de cien hijos que ignoran su existencia y a los que jamás verá.
“Según el juicio de los especialistas posee los mejores requisitos, físicos e intelectuales, para lograr excelentes ejemplares del horno sapiens. Y en realidad de verdad, según se asegura, los hijos e hijas que proceden de sus espermatozoides han satisfecho plenamente a las que podremos llamar sus esposas in incógnito. Pero ninguna de ellas ha querido encontrarse con él, todas han rechazado la idea de hacerle ver el fruto de su colaboración.
“Podrá comprender ahora el porqué de su profunda tristeza: tiene cien hijos y está solo, ha hecho madres a cien mujeres y no amó a ninguna. Durante estos últimos tiempos su melancolía se tornó tan inquietante, que los médicos, sus propietarios, lo han confiado a mis cuidados, y ahora está pasando aquí un período de absoluto reposo. El síntoma más grave es el siguiente: se ha enamorado de una mujer, pero ésta no quiere ni marido ni hijos. En cuanto se cure deberá retornar a su oficio de reproductor diplomado, pero me temo que su desesperación sentimental haya alterado sus virtudes genésicas”.
Esta mañana encontré en el parque a míster H. B. Miré fijamente su rostro pero no me atreví a dirigirle la palabra. El solitario padre de cien hijos me causó la impresión de estar más abatido que en los días anteriores. Cuando me vio hizo un distraído gesto de saludo y desapareció.
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Interesante el relato de Papini, aunque yo escuché de labios de una amiga que las cosas no fueron así en ciertos casos.
De acuerdo a ella, hubo en Estados Unidos (o hay, no recuerdo con exactitud) varias mujeres que solicitaron a un banco de semen las muestras de un mismo hombre, pues éste prometía ser de mucha calidad al poseer el donador virtudes apreciadas por casi toda la gente: IQ alto, buen físico, sabía tocar instrumentos musicales, sobresalía profesionalmente, etc. (sí, ya sé que en esta lista hay varios aspectos de los que no se ha demostrado que puedan ser heredados por los genes, pero esa es la historia o mito urbano que me contó y según ella, el semen era más costoso si el donador tenía estas características, hereditarias o no). Las mujeres dieron a luz y los hijos demostraron tener algunos talentos y características del padre, por lo que las madres estaban satisfechas. Pasó el tiempo y algunos de los niños dijeron que querían conocer a su padre, las madres vieron que esto era conveniente y pidieron permiso al donador para hacerlo, éste accedió y las madres se mudaron a la misma ciudad donde vivía el padre de sus hijos para que pudieran verlo y convivir con él durante su infancia.
Un estudiante, Euatlo, deseaba recibir clases de retórica por parte de Protágoras para llegar a ser un eficaz abogado. Sin embargo, carecía de recursos económicos para hacer frente a la minuta de su admirado maestro. Sin embargo, Protágoras que observó que se trataba de un joven inteligente, convino con él en que podría asistir a sus clases gratuitamente de momento, pero que cuando ganase su primer pleito, le pagaría todos los honorarios. Euatlo, quedó muy contento con la propuesta y la suscribió. Euatlo asistió a las lecciones de Protágoras hasta que acabó su formación, sin embargo decidió no dedicarse a la abogacía. Por esto, Euatlo no se creía obligado a pagar a Protágoras: aún no había ganado su primer juicio. Protágoras, al ver que Euatlo no pagaba, decidió reclamarle sus honorarios, pero Euatlo se negó. Protágoras amenazó con llevar a juicio a Euatlo por este motivo, y Euatlo, que había sido un excelente estudiante, utilizó las enseñanzas de Protágoras: “Si vamos a juicio, Protágoras, y yo gano, por este mandamiento judicial, no te tendré que pagar; si pierdo, dado que aún no habré ganado mi primer pleito, y esta era nuestra condición, tampoco no tendré que pagar. Así, pues, Protágoras, no te conviene ir a juicio: seguro que lo perderás.” Pero Protágoras, que por algo, había sido su maestro, argumentó: “Si vamos a juicio, Euatlo, y yo gano, por este mandamiento judicial, me habrás de pagar; si pierdo, tú habrás ganado tu primer pleito y por razón de nuestro antiguo pacto, me habrás de pagar.” La paradoja estaba servida. Al parecer el juicio se celebró y constituyó una decisión difícil para los jueces, que al final, dictaron la sentencia más justa posible:El estudiante tenía razón en que aún no tenía que pagar a Protágoras, ya que aún no había ganado su primer caso con lo cual el veredicto era claro, sin embargo, la celebración del juicio implicaba que ese mismo juicio sería su primer caso ganado, pero siempre después del veredicto. Esto obligaba al estudiante a cumplir su acuerdo con Protágoras justo después de la celebración del juicio. Por tanto el jurado decidió dar la razón a Euatlo, pero conceder a Protágoras el derecho al celebrar un segundo juicio, si el estudiante no cumplía con su obligación.
Je vis assis, tel qu'un ange aux mains d'un barbier, Empoignant une chope à fortes cannelures, L'hypogastre et le col cambrés, une Gambier Aux dents, sous l'air gonflé d'impalpables voilures.
Tels que les excréments chauds d'un vieux colombier, Mille Rêves en moi font de douces brûlures: Puis par instants mon coeur triste est comme un aubier Qu'ensanglante l'or jeune et sombre des coulures.
Puis, quand j'ai ravalé mes rêves avec soin, Je me tourne, ayant bu trente ou quarante chopes, Et me recueille, pour lâcher l'âcre besoin:
Doux comme le Seigneur du cèdre et des hysopes, Je pisse vers les cieux bruns, très haut et très loin, Avec l'assentiment des grands héliotropes. ______________________________
Vivo sentado, igual que un ángel en manos de un barbero, empuñando una jarra de gruesas estrías, el hipogastio y el cuello arqueados, con una Gambier entre los dientes, bajo el aire henchido de impalpables velámenes.
Semejantes a los cálidos excrementos de un viejo palomar, mil Sueños dejan en mí suaves quemaduras: luego, por momentos, mi triste corazón es como una albura que ensangrienta el oro joven y sombrío de los corrimientos.
Después, habiendo desmochado cuidadosamente mis sueños, me vuelvo, bebidas ya treinta o cuarenta cervezas, y me recojo para soltar la acre necesidad:
afable como el Señor del cedro y de los hisopos, meo, alto y lejos, hacia los cielos muscos con el consentimiento de los grandes heliotropos.
Estaría bien saber […] si de verdad existe la amistad. No me refiero al placer momentáneo que sienten dos personas que se encuentran por causalidad, a la alegría que les embarga porque en un momento dado de su vida comparten las mismas ideas acerca de ciertas cuestiones, o porque comparten sus gustos y aficiones. Eso todavía no es amistad. A veces pienso que la amistad es la relación más intensa de la vida... y que por eso se presenta en tan pocas ocasiones. ¿Qué se esconde detrás de la amistad? ¿Simpatía? Se trata de una palabras hueca, poco consistente, cuyo contenido no puede ser suficiente para que dos personas se mantengan unidas, incluso en las situaciones más adversas, ayudándose y apoyándose de por vida... ¿por pura simpatía? ¿O se trata quizás de otra cosa?... ¿Habrá tal vez cierto erotismo en el fondo de cada relación humana? Aquí, en mi soledad, en mis bosques, al tratar de comprender los múltiples aspectos de la vida, puesto que no tenía otra cosa que hacer, algunas veces lo he llegado a pensar. Naturalmente, la amistad es algo distinto, no tiene nada que ver con la atracción enfermiza de quienes buscan la satisfacción con personas de su propio sexo. Al erotismo de la a mistad no le hace falta el cuerpo... no le es atractivo, resulta incluso inútil. Sin embargo, no deja de ser erotismo. En el fondo de todo amor, de todo cariño, de toda relación humana late el erotismo. ¿Sabes?, he estado leyendo mucho […]. Hoy se escribe de todo esto con más libertad. También he releído muy a menudo a Platón, puesto que en la Academia no entendí nada de lo que quería decir. La amistad, así lo creo (aunque tú, que has recorrido medio mundo, sabrás de esto mucho más de lo que yo haya podido dilucidar en mi soledad rural), la amistad, es la relación más noble que pueda haber entre los seres humanos. Es curioso: los animales también la conocen. Existe la amistad entre los animales, el altruismo, la disposición para ayudar. Un conde ruso ha escrito sobre ello… no me acuerdo de su nombre. Existen leones y urogallos, y también otros animales de distinto género y procedencia, que intentan ayudar a los de su especie cuando se encuentran en apuros, incluso tratan de salvar a animales de otras especies: lo he visto con mis propios ojos. ¿Has visto algo parecido en el extranjero?... Allí seguramente la amistad significa otra cosa, más desarrollada, más moderna que aquí, en este mundo nuestro tan pasado. Los seres humanos organizan su ayuda común... aunque a veces les cuesta vencer los obstáculos que se presentan; siempre, en cada comunidad de seres vivos, hay personas fuertes y abnegadas. He visto cientos de casos en el mundo animal. Entre los hombres he visto menos. Para ser exactos, no he visto ninguno. Las relaciones basadas en la simpatía que he visto nacer y desarrollarse entres los seres humanos han terminado ahogándose invariablemente en los cenagales de la egolatría y de la vanidad. El compañerismo y la camaradería adquieren en ocasiones el aspecto de la amistad. Los intereses en común pueden producir situaciones humanas que se parecen a la amistad. También la soledad hace que las personas se refugien en relaciones más íntimas: al final se arrepienten, aunque al principio crean que esa intimidad es ya una forma de amistad. Claro, todo esto no tiene nada que ver con la verdadera amistad. Uno está convencido, y mi padre todavía lo entendía así, de que la amistad es un servicio. Al igual que el enamorado, el amigo no espera ninguna recompensa por sus sentimientos. No espera ningún galardón, no idealiza a la persona que ha escogido como amiga, ya que conoce sus defectos y la acepta así, con todas sus consecuencias. Esto sería el ideal. Ahora hace falta saber si vale la pena vivir, si vale la pena ser hombre sin un ideal así. Y si un amigo nuestro se equivoca, si resulta que no es un amigo de verdad, ¿podemos echarle la culpa por ello, por su carácter, por sus debilidades? ¿Qué valor tiene una amistad si sólo amamos en la otra persona sus virtudes, su fidelidad, su firmeza? ¿Qué valor tiene cualquier amor que busca una recompensa? ¿No sería obligatorio aceptar al amigo desleal de la misma manera que aceptamos al abnegado y fiel? ¿No sería justamente la abnegación la verdadera esencia de cada relación humana, una abnegación que no pretende nada, que no espera nada del otro? ¿Una abnegación que cuanto más da, menos espera a cambio? Y si uno entrega a alguien toda la confianza de su juventud, toda la disposición al sacrificio de su edad madura y finalmente le regala lo máximo que un ser humano puede dar a otro, si le regala toda su confianza ciega, sin condiciones, su confianza apasionada, y después se da cuenta de que el otro le es infiel y se comporta como un canalla, ¿tiene derecho a enfadarse, a exigir venganza? Y si se enfada y pide venganza, ¿ha sido un amigo él mismo, el engañado y abandonado? ¿Ves?, ese tipo de cuestiones técnicas me han ocupado desde que me quedé solo. Por supuesto que la soledad no me ha dado la menor respuesta. Los libros tampoco me han dado la respuesta acertada. Ni los antiguos, los tratados de los pensadores chinos, hebreos o latinos, ni los modernos, que utilizan expresiones sin eufemismos, pero se quedan sólo en el nivel de las palabras y tampoco llegan a la verdad. Pero además… ¿alguien ha dicho o escrito alguna vez la verdad?... También he pensado en esto muchas veces desde que empecé a buscar en mi alma y en los libros. El tiempo iba pasando y la vida se volvía cada vez más confusa a mi alrededor. Los libros y los recuerdos se acumulaban y se volvían cada vez más coherentes. Cada libro contenía una pizca de la verdad, y cada recuerdo me confirmaba que uno reconoce en vano la verdadera naturaleza de las relaciones humanas, y que tampoco se hace más sabio a fuerza de conocimientos. Por eso no tenemos ningún derecho a exigir ni la verdad ni la fidelidad de aquel a quien un día aceptamos como amigo, ni siquiera aunque los acontecimientos hayan demostrado que ese amigo ha sido infiel.
El último encuentro
Capítulo 13 (fragmento)
Sándor Márai
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Exquisita la prosa de Márai, precisa, melancólica, elegante. Es de mis escritores favoritos.
El tema de la amistad es uno de los que más me encanta reflexionar. ¿Qué es? ¿Por qué la amistad tiene ese algo de especial, de divino, de poco humano? Y cuando digo poco humano tal vez me expreso mal: es porque va más allá de lo humano…
Hace tiempo platicaba con un amigo, estudiante de psicología, y sin dar mucha importancia a mis palabras le dije: el amor de pareja tiene como fin la reproducción de la especie, el amor entre padres e hijos sirve para proteger al hombre en su edad más temprana, pero ¿cuál es el fin de la amistad? Es un amor inútil, el más innecesario de todos.
Por supuesto, lo dije bromeando, como cuando expongo o sostengo ideas en las que simplemente no creo. No pensé que se lo tomara muy en serio, pero la siguiente ocasión en que nos vimos lo primero que hizo fue darme una respuesta: Tienes razón, la amistad es tal vez el amor más prescindible , pero cómo ayuda a sobrellevar la vida...
¿Amigos traidores, infieles, deshonestos? Es tan fácil engañarse a uno mismo al decir que ya no los amamos. Casi siempre vivimos una hermosa mentira.
Y si es cierto que no tenemos derecho a demandar nada de un amigo, ¿quién es el traidor, quién el infiel? ¿Aquél que sentimos que nos ha herido y sobre quien hemos descargado millares de improperios? ¿O será que quienes han corrompido la idea de amistad y de lo que se puede esperar de ella somos nosotros mismos?
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